A lo largo de cincuenta años Yasunari Kawabata (Japón, 1899-1972) escribió centenar y medio de cuentos que agrupó bajo el título de Historias de la palma de la mano (Emecé, 2020). Como el nombre indica, son ejercicios de construcción narrativa, relatos concisos y evocadores que abarcan apenas un par de páginas. El método recuerda la estética del haiku que procede por condensación y confía en el potencial sugerente de lo incompleto. La reciente edición de Emecé reúne una selección de setenta historias ordenadas cronológicamente. Hacia el final del libro se halla el ejercicio de depurar una de sus novelas, País de nieve.
Yukio Mishima elogió el talento de Kawabata para sintetizar las influencias occidentales con la tradición nipona. El autor vivió los momentos más turbulentos del siglo veinte. Su infancia transcurrió en el periodo Meiji definido por la modernización de Japón y su acercamiento a occidente. Conoció los trece años del período Taisho, donde ocurrió el devastador terremoto de Kanto, cuyos incendios asolaron Tokio. Vivió además parte de la era Showa, marcada por la militarización y la guerra.
La vida del autor adquirió tintes trágicos desde su niñez, al experimentar la orfandad y la muerte, dos temas que aparecerán con frecuencia en su obra. Tras vivir con su abuelo ciego —de donde extrae la anécdota del primer relato Lugar soleado— se mudó a Tokio para estudiar literatura inglesa. En la capital participó en la fundación de la llamada «Escuela de la Nueva Sensibilidad» y más tarde conformará con otros escritores la Escuela del Nuevo Arte». En ambos movimientos se opuso a la versión oriental del naturalismo y a las tendencias políticas en boga.
En muchos relatos de esta colección se advierte el giro hacia lo fantástico, lo irreal y lo onírico. Algunos de ellos recuerdan Los sueños de diez noches de Natsume Soseki, sin su recurrente ambiente de sakki o atmósfera de crimen. Los sueños tienen un lugar importante en algunas historias, como en «La frágil vasija», donde la imagen de una muchacha recogiendo los restos de una estatua de Kannon adquiere un simbolismo que el autor relaciona con su idea de las relaciones humanas: «Nada tan frágil como una joven. En cierto sentido, el hecho de amar representa la caída de una muchacha. Es lo que yo pienso».
La confusión de los afectos, presente en sus novelas, reaparece en cuentos como «Canarios», donde fallece la esposa encargada de cuidar el recuerdo de la amante de su marido. En otro relato una dama simula —frente a su rival de juventud— ser la esposa de un famoso novelista al que prestó su paraguas. Se repiten los encuentros con desconocidos en salas de baños, los niños que padecen tratos atroces o las jóvenes que viajan para ser vendidas. Es notoria la vulnerabilidad de los personajes, especialmente los femeninos, uno de los cuales reprocha a su pareja: «Te ríes de mí en lo más profundo de tu corazón».
Los protagonistas de estas páginas son figuras que se mueven entre la realidad y lo espectral, que se rebelan «ante la soledad de la vida». Un hilo de misterio cruza estos relatos cargados de remordimiento y melancolía. Los casamientos, los viajes y las separaciones marcan etapas decisivas en su desarrollo. Las claves están en los afectos ambivalentes, en las minucias que descubren las condiciones de una existencia, y que el autor se esfuerza por registrar. La muerte centellea en muchas de las historias como algo común, un desenlace habitual en vidas marcadas por la fragilidad y el contagio.
Kawabata concede gran importancia a las sensaciones premonitorias. La ceguera, el deseo, y la conciencia de la mortalidad oprimen a sus personajes. Son cuentos de extraordinaria delicadeza, donde los sucesos parecen formas apenas distinguibles. La belleza es algo evanescente y amenazado, como descubre un hombre en el sitio donde una funeraria desecha sus flores. Frente a la saturación de perfumados crisantemos, reflexiona sobre su mezcla de esplendor y podredumbre; luego observa cómo las mujeres se maquillan en el tocador sin saberse vistas, indiferentes ante la muerte.
Leemos sobre esposas que atan a sus maridos durante la noche y amantes que se enfadan porque sus parejas duerman. Con frecuencia el afecto se aproxima al horror: «Un amor que nunca durmiera sería aterrorizante. Algo ideado por un demonio». Pero existen otros acuerdos, como la pareja que se reúne sobre las ramas de un jardín durante años o el relato donde un viejo y una joven caminan por un campo hasta que ella se descubre como la novia que se ahogó hace décadas.
Abundan los detalles reveladores y huidizos. Para el lector occidental, algunos rasgos favorecen un clima de extrañeza, como ocurre en la historia patética y risible de «El retrete budista». En varios relatos, la identidad o el reconocimiento están dislocados, pasando de un familiar a otro en un juego de máscaras. Kawabata llegó a incursionar en el cine, hay gran riqueza visual en estos textos: antiguos santuarios, mujeres cuyos vientres recuerdan ranas, una bailarina que camina con un gallo vivo bajo el brazo.
Redactados a lo largo de su carrera, su autor los comparó con los versos que algunos escritores componen en su juventud y confesaba: «Entre ellos hay piezas irracionalmente construidas, pero hay varias buenas que fluyeron naturalmente de mi pluma, con espontaneidad». Si bien no todos atrapan con igual fuerza al lector —algunos recuerdan apuntes sin terminar— estas páginas pueden verse como pequeñas improvisaciones o astillas de historias, muchas de las cuales poseen el atractivo de lo insospechado.
Autor: Rodrigo López Romero (México, 1992). Ha colaborado con las revistas La palabra y el hombre, Luvina, Primera página, El coloquio de los perros, Enclave, Plurentes y Deslinde.