Fotografía cortesía de Servidor Local
Recientemente, mi amigo Pedro me hizo un tatuaje de una flor que es un dibujo de Antonia Alarcón. Esta flor, en realidad, representa una planta que Antonia cuidaba y que, además de vivir en papeles y en mi pierna, vive en una de sus piezas textiles. Esa canija flor: criatura memorable. Meses atrás me había topado con Pedro y con Antonia en un evento de Tlacopac14 y había concebido la realización de este tatuaje, pero al final no me lo hice en ese momento debido a que traía el corazón roto, la mente nublada y las cuentas inestables. Llevar a cabo el tatuaje la semana pasada significó una pequeña celebración de saberme en otro lugar, uno que si bien no podría juzgar como mejor, sí puedo apreciar como más florido y eso para mí es suficiente.
Días antes del tatuaje, visité la exposición «somos casa, somos jardín», curada por Marifé Medrano Flor en el espacio de Servidor Local. Se trata de una muestra colectiva de mujeres artistas latinoamericanas dentro de las cuales, por cierto, se encuentra la mismísima creaflores Antonia Alarcón, junto con Ana Paula Castro, Carmen Serratos, Chelo x Arredondo, Darinka Lamas, Fernanda Farjeat, Guadalupe Quesada, Melissa Gabriela, Paola Livas, Paulina Vázquez, Taleen Dersdepanian, Teresa Olmedo y Vanessa Freitag.
Desde que vi el flyer de la exposición sentí una mezcla de sorpresa y sospecha al percatarme de que no sólo conocía a la mayoría de las artistas (comidita deliciosa para el ego de historiadora del arte), sino que varias habían formado parte de mis listas de top 10 de artistas favoritas en el último par de años. Saber que a alguien más se le había ocurrido reunirlas me produjo una mezcolanza de envidia, admiración y, lo peor de todo, desilusión por tener gustos normies. Además de esto, cabe mencionar que AMO LAS CASAS; de hecho, el otro tatuaje que tengo es precisamente de una casita con jardín. Así que esta exposición sonaba algo así como mandada a hacer para una joven soñadora consumidora de arte como yo.
Llegó el día de la visita y me encontré en la colonia Escandón. Me preparé para la experiencia: comí una milanesa en una fonda llamada «La escalera», me compré un café americano en una cafetería cerquita y llegué al espacio de Servidor Local.
El recorrido y la charla con Marifé fueron muy agradables. Vi en vivo la enorme y roja Telaraña doméstica de Carmen Serratos; me encontré otra vez con los bordados orgánicos de Antonia, las criaturas textiles de Vanessa Freitag, las juguetonas estructuras de Darinka Lamas —Darinka, soy tu fan— ; y vi lo que probablemente sea la pieza textil más grande de Teresa Olmedo, misma que realizó específicamente para esta exposición.
Al contactar con las diversas piezas de las artistas dentro del espacio de Servidor Local, resulta evidente que existe una constelación invisible que las conecta. Una arquitectura afectuosa que a través de la idea de la casa y el jardín expone un diálogo que consciente o inconscientemente las artistas han venido desarrollando desde hace tiempo. Un diálogo que identificaría como un sentido común post «lo personal es político» de Kate Millet. Un discurso que supera las dicotomías del adentro y el afuera, lo individual y lo colectivo, lo humano y lo no-humano, por poner algunos ejemplos. «Somos casa, somos jardín» da cuenta de una sensibilidad común que reconoce de manera orgánica las potencialidades de lo íntimo, de lo doméstico y de lo tierno.
Durante mi visita a esta galaxia de casas-jardines, disfruté del espejeo tan evidente de mi propia manera de concebir y construir el mundo; sin embargo, hubo una sensación en mi experiencia que no dejaba de sorprenderme ¿Por qué no sentía mi corazón acelerándose? ¿Y el hormigueo en las manos? ¿Y el reverbero mental? Lejos de afectarse convulsivamente como me gusta, mi cuerpo apenas y se meneó ante posiblemente algunas de mis piezas consentidas.
¿Por qué? La verdad no estoy segura, pero si algo he pensado en estos días es que la exposición, a mi juicio, se mueve por lugares comunes. Aún no logro precisar si me refiero a lugares comunes en general, o si más bien me confrontó con temas, abordajes y recursos estilísticos a los que yo misma he regresado hasta la náusea. Me refiero a elementos relativos a la experiencia femenina, la anteposición de lo colectivo, las apuestas por los cuidados y los afectos. Ese tipo de categorías extraídas de teorías feministas que hoy veo que en mi mente han quedado vaciadas, como cuando repites una palabra cien veces y ya no sabes lo que estás diciendo.
En fin, supongo que por algo son comunes los lugares comunes, pero mi naturaleza geminiana tiende a querer escapar de ellos. Ahora lo veo con claridad: para mí las mejores exposiciones no son aquellas en las que vas a ver a tus artistas favoritas, sino en las que agregas favoritxs a tu lista. Mi recomendación para mí misma y para quien quiera tomarla es que, si desde el flyer ves complacidos tus gustos estéticos, probablemente esa no será la exposición más emocionante para ti.
Ahora bien, «somos casa, somos jardín» definitivamente me propició un momento florido a finales de mayo y, como dije al principio, eso para mí es suficiente. La exposición continúa hasta el 18 de junio en el espacio de Servidor Local (Progreso 24, Escandón) y cuenta además con un programa de talleres llevados a cabo por algunas de las artistas, los cuales pueden consultarse en las redes sociales de Servidor Local.