Traía puesto un vestido negro que me llegaba a las rodillas. Hacía frío y la neblina tapaba mi visión. Desperté a tres o cuatro metros de un río, no sabía qué hacía ahí, así que decidí seguir la corriente. Me paré y sacudí mi ropa sucia por la tierra.
Mientras caminaba, oí pisadas pequeñas y movimiento entre las hojas. Al voltear, ni un alma se aproximaba y seguí mi camino. Poco a poco los sonidos cesaron, aunque no sabría decir si estaba completamente sola.
No sabía qué hora era. Parecía que eran las seis de la tarde, pero las nubes y la neblina no dejaban que se asomara ni un rayo de luz. Me detuve un momento a descansar y desabroché mis zapatos para limpiarme un poco la suciedad de mis piernas en el agua.
Entré al río, el agua estaba helada y emití un pequeño grito que pareció llamar la atención de un conejo, se acercó curioso previniendo cualquiera de mis movimientos. Me agaché para intentar acariciarlo, era de un color gris muy lindo, pequeño, tan pequeño que posiblemente cabría en mis manos. Tal vez mi olor no le gustó pues me mordió y salió corriendo. Dejó una gota de sangre en mi dedo.
Me quedé viendo cómo se escondía de nuevo entre los arbustos. Como el frío del agua me estaba empezando a afectar salí del río y chupé mi dedo para limpiar la sangre y volví a ponerme los zapatos para seguir mi camino.
El lúgubre lugar parecía observarme a cada paso guiándome, tal vez, a otro peor. Lleno de sonidos tormentosos y figuras cambiantes, al frente de mí se volvió a parar el conejo gris, me miró como una desconocida, siguiendo su camino con indiferencia. Esta vez me dispuse a seguirlo, ya que era lo único vivo que había visto.
Caminamos hasta llegar a una bifurcación del río, donde en medio había unas rocas llenas de moho y humedad que sobrepasaban mi estatura. El conejo subió por un lado saltando con sus patas traseras llenas de lodo.
Al estar arriba pude apreciar un poco la vista, había viento y grandes pinos, se alcanzaba a ver que el río seguía y seguía, tal vez nunca acababa. Dejé de apreciar los pinos cuando vi a un hombre tirado de espaldas a mí. Pude observar que el conejo estaba cerca de él, pero no lograba ver lo que hacía. Di un par de pasos y pude ver de frente al hombre. Tenía sangre escurriendo de su cabeza, sostenía un cuchillo y llevaba una mochila. Ahora sé quién me estuvo siguiendo todo el camino y lo que me aguardaba al llegar a este punto. Pero lo peor no fue ver al hombre muerto o pensar que yo pude ser atrapada por esta persona, sino fue ver al conejo comerse el ojo del cadáver después de haber probado mi sangre.
Autora: Montserrat Barrientos Pérez (Veracruz, México, 2002). La gente me conoce más como Barri o Barrientos. He publicado en la revista Zaraguato en tres números y he participado en su dirección. Estudio actualmente la licenciatura de Escritura creativa y literatura en la Universidad del claustro de Sor Juana.