Cuando una película de época es producida, se quiere de habilidad para contextualizar adecuadamente su historia, sus personajes e incluso sus diálogos. No se diga más acerca del vestuario o los espacios, cuya reconstrucción se vuelve indispensable con el fin de envolver al público y trasladarlo a otro tiempo-espacio. De no conseguirlo, estará condenada al fracaso. Delicioso (Delicieux, 2021), dirigida por Éric Besnard, transita hacia esos rumbos; en concreto, hacia el lejano 1789, el los albores de la Revolución francesa.
La película gira en torno a Pierre Manceron (Grégory Gadebois), cocinero de la aristocracia francesa, específicamente del duque de Chamfort (Benjamin Lavernhe). Luego de ser despedido, Manceron se encuentra con una misteriosa mujer (Isabelle Carré), cuyo único propósito es convertirse en su aprendiz. Pronto descubrirá una forma de reinventarse a sí mismo, además de su forma de entender la cocina como un arte culinario. De este modo, inventará el primer restaurante en todo Francia, lo cual a su vez podría llevarlo a más problemas que satisfacciones.
Delicioso toma su título de un pastelillo bautizado con el mismo nombre, creado a voluntad e invención de Pierre Manceron. Por ello y a partir de ese punto —básicamente, al iniciar la película—, cada uno de los acontecimientos parecieran encauzarse hacia la desgracia del propio personaje, quien abandona el palacio, vive en la pobreza y sin un ingreso constante, más allá de los generados por la posada donde vive. Resulta, por lo tanto, un drama histórico con distintos conflictos —más allá del propio contexto social influido los aires de inconformidad social— a lo largo de toda su duración. Sin embargo, no sólo bosqueja los infortunios de un cocinero de la realeza, sino también el desenvolvimiento y la transformación de los personajes, el giro de los conflictos y una resolución a cada adversidad manifiesta para Manceron.
La película de Éric Besnard acierta en el ritmo de su narrativa, por generar altibajos en los hechos; lo anterior provoca que el público conozca una historia escarpada, sin lugar para el aburrimiento, pero sí para involucrarse directamente con Manceron, Louise (Isabelle Carré) y Benjamin Manceron (Lorenzo Lefebvre), hijo del cocinero. A la par de la historia central, se devela paulatinamente el motivo por el cual Louise busca a Manceron, razón suficiente para incrementar las tensiones en juego. De esa forma, la historia crece mientras los conflictos se distienden aún más. Éric Besnard aborda satisfactoriamente todos estos factores en la película al concentrar los distintos problemas en un solo punto, resuelto al final de la historia.
Otro elemento, abordado al inicio de este texto, se relaciona con la verosimilitud. La cinta está bien construida desde la exploración de los espacios, tanto externos como internos. Podremos transportarnos a los entornos campiranos más verdes y luminosos de Francia, pero al mismo tiempo introducirnos en los contrastes de los lugares cerrados como la posada. Otro caso se encuentra en la distribución de los espacios de la realeza, donde la proporcionalidad juega un rol fundamental en la composición visual. Asimismo, la fotografía apela a estos sentidos culinarios implícitos en la obra: la cebolla, los hongos, la masa, la repostería —o incluso la invención de los «papas a la francesa»— son, evidentemente, un protagonista más de una historia llena de giros agradables para el público.
Si bien fluye con naturalidad, en ocasiones el guion florece por la presencia de metáforas o el uso de un lenguaje poético que aporta a desautomatizar el guion, sin ser demasiado intrusiva, ni tampoco exagerada para los personajes. Estos últimos destacan por ser consistentes, desarrollarse emocional y psicológicamente, al grado de influir en sus determinaciones hacia los otros, además de la resolución de los conflictos. Pierre y Benjamin Manceron, por su parte, representan contrapuntos que generan una síntesis bien planteada. Por un lado, Pierre es un hombre dedicado a la tradición y a la realeza; por otro, Benjamin, fiel a su jovialidad, apela a la rebeldía de la propia Revolución francesa, así como la ruptura con las relaciones jerárquicas decididas a aprovecharse de su poder.
En suma, Delicioso es una de las grandes apuestas de la selección del 25º Tour de Cine Francés. Su historia envolvente, la generación de sus espacios y su composición visual, además de personajes sólidos la postulan como una garantía para los amantes del cine galo y, ¿por qué no?, de los placeres culinarios.