Poesía más allá de las fronteras

Desde que, hace un mes, los talibanes tomaron Kabul, la literatura afgana ha (re)tomado protagonismo en nuestras vidas. Las historias de Instagram de amigos se han plagado de recomendaciones de libros para entender mejor la situación en el país, librerías del barrio han dedicado estanterías al tema afgano. Hemos vuelto a los bestsellers de Khaled Hosseini, a las entrevistas a Nadia Ghulam.

¿Pero qué ocurriría si nos abriéramos a autores de otros países no sólo en circunstancias excepcionales, sino también en nuestro día a día? Reacciones como la de este último mes constatan el poder de las letras en nuestras vidas, nos dediquemos a escribir o no. Y, más concretamente, nos recuerda que vale la pena leer literatura dejando las fronteras de lado.

Traspasar las fronteras y ampliar nuestra mirada implica resignificar lo que entendemos por “literatura”. No son pocos los cursos de literatura universal limitados a obras escritas (casi) exclusivamente por hombres blancos y occidentales, con un par de gloriosas excepciones. Cánones como el de Harold Bloom, aunque escrito con Occidente en mente, se creen aplicables a toda la humanidad. Hay actividad artística proveniente de todos los rincones del mundo; intentar reducirla a una lista, por más que sea exhaustiva, supone perder a muchos autores de calidad por el camino.

No hay fronteras que basten para encerrar una obra literaria. En una era global y digital, esto queda más claro que nunca. Autores de todos los rincones del mundo llegan a nuestras pantallas, un amigo nos comparte el enlace a una de sus obras en línea, recitan y publican sus poemas en su canal de YouTube. Las posibilidades son infinitas. La popularidad de la poetisa Rupi Kaur, nacida en la India, es fruto de Tumblr, Instagram y la plataforma de autopublicación de Amazon.

Pero dichas fronteras no tienen por qué ser únicamente geográficas. Entre sus muchas acepciones, la RAE define “frontera” como “límite”. Así pues, nos ponemos nuestros propios límites cada vez que nos cerramos a los autores conocidos, porque sabemos que allí no vamos a fallar. Atrevámonos a leer a poetas jóvenes, desconocidos, que no hablen nuestra lengua ni compartan nuestro contexto. Sólo así es posible un nuevo canon.

De hecho, volviendo a Bloom, los conceptos clásicos Oriente y Occidente han estado siempre en constante diálogo. Así, en el canon bloomiano hay obras como la Epopeya de Gilgamesh, el Corán, Las mil y una noches o la traducción al inglés de los poemas de Omar Khayyam, poeta persa del siglo XII, que como demuestra Mitra Farhani, fue de vital influencia para Borges. Es tal la fuerza poética que viaja en el espacio y en el tiempo.

Por supuesto, todavía existen muchas conversaciones secretas por descubrir. ¿Qué hay de la literatura indigenista? ¿O de todos los antiguos territorios soviéticos, todavía un misterio para nosotros, como si todavía existiera un telón de acero? ¿Territorios enormes como China o India, completos desconocidos? ¿O el continente africano, tantas veces mal llamado país? Abrirnos a las literaturas de estos territorios nos permite, ni que sea durante unos minutos, traspasar sus fronteras y conocerlos.

Leer más allá de las fronteras, más allá del bestseller nos ayuda a conocer nuevas tierras y perspectivas, pero también a descubrir que, en el fondo, a todos nos mueven las mismas inquietudes. Leyendas de rincones del mundo considerados recónditos, de culturas olvidadas por nuestros libros de historia, cuentan historias similares a las de la Biblia, pilar para la cultura occidental. Sung-Rye Han, desde Corea del Sur, escribe en sus poemas sobre la menstruación y la feminidad con una sensibilidad con la que cualquier mujer puede sentirse identificada.

En otros ámbitos, parece que se ha dado el primer paso. Así pues, hemos probado la gastronomía india, leído sobre filosofía nipona, disfrutado con el cine coreano. Demos una oportunidad a la literatura y la poesía y empecemos a leer a autores polacos, indios, chinos, iraquíes, taiwaneses, coreanos. Atrevámonos a cruzar la frontera.