Casi todas las definiciones enciclopédicas de «colección» coinciden en resaltar para dicho concepto una serie de elementos comunes que la diferencian de una acumulación indiscriminada de cosas. En esta práctica se dan cita el instinto de posesión y la afirmación de lo propio frente al mundo exterior, que devienen en una propensión a acumular muy diversos objetos.
Quien colecciona busca, elige, ordena, clasifica y singulariza, en definitiva, un objeto, en tanto que le atribuye una unicidad que suscita el deseo de preservarlo de los efectos destructores del tiempo. El atesoro le confiere un valor suplementario alejado de su función primaria. Cuando una pieza entra en una colección, se mitiga —o incluso pierde— su historia y contexto original, cambia su propio estatuto. En este sentido, quien colecciona libera a la pieza de su propia función y utilidad. Ésta adquiere entonces un nuevo carácter, similar al de los elementos de la misma clase o categoría en que se inserta, pero también un nuevo valor acorde con los significados que le otorga quien la posee. A las múltiples lecturas posibles en torno a los objetos resguardados subyace un poderoso valor afectivo.
Cuando Walter Benjamin relató el desembalaje de su biblioteca contó que ésta se componía, principalmente, de ejemplares que jamás había leído, pero cuya posesión le producía un placer inexplicable. La revelación de Benjamin nos habla ya de en cuán poco importante puede tornarse el sentido original de los objetos que se coleccionan, en comparación con los afectos que su propiedad despierta. Si bien, en este caso, los libros llevan consigo una fuerte carga simbólica de la que los hemos hecho portadores —comunicación, expresión y saber—, todo ello parece ser opacado y resignificado cuando se integra a un grupo mayor, con nuevas lógicas de orden y selección. Así, desde elementos cotidianos como libros, estampas, cartas, corcholatas o fotografías (pienso en el álbum familiar o en el carrete de imágenes del celular), hasta obras denominadas artísticas; todo objeto es proclive a convertirse en un tesoro desde los ojos de quien lo acoge.
Dentro de las colecciones, las cosas pueden adquirir una suerte de personalidad y un importante poder de agencia, tal como planteó Alfred Gell. Para el antropólogo social, cualquier artefacto puede convertirse en un agente social, en tanto que detona respuestas emocionales, intenciones y acciones en las personas que se relacionan con ellas. ¿Cómo conmueve, place o alivia a un coleccionista el encontrar un nuevo ejemplar para su serie? ¿Qué afectos y devenires provoca? En el carácter de las colecciones y los criterios con que son conformadas subyace la propia personalidad del coleccionista, sus afectos, devociones, apegos e intereses.
La selección de los componentes de una colección puede también pensarse en relación con la labor de un curador. Michel Bhaskar define la curaduría “del modo en que es utilizada en el sentido diario, como una selección y reordenamiento para agregar valor”. ¿No es acaso ésta la misma intención del coleccionista?
Cuando Daniel Montero reflexionó —en una nota de la revista Código— en torno a los planteamientos de Bhaskar, llegó a la conclusión de que, en un mundo sobrepoblado por imágenes, objetos e información, la labor del curador se parece en mucho a lo que todxs llevamos a cabo diariamente, en un esfuerzo por discernir entre una diversidad de opciones e ideas. Esto, invariablemente, implica otorgar y ponderar valores, “curar el mundo”, dice Montero. En la misma línea, pienso también en las “curadurías cotidianas” de las que habla Julia Pérez en su columna Morarte.
Visto desde esta perspectiva, es posible notar que todxs somos —o hemos sido— compiladorxs. Quizá algunos más agudos, impulsivos, pasionales o con mayor agencia en ciertos espacios, pero, sin duda, todxs al fin y al cabo depositarixs de preocupaciones, motivaciones e intereses en un conjunto de objetos. Todxs hemos dotado de significados específicos a nuestros objetos, adquiriendo, por medio de ellos, identidad. En este sentido, todxs hemos sido creadorxs; todxs, finalmente, también curadorxs y coleccionistas.