A lo largo de su trayectoria, Ana Gallardo (Rosario, Argentina, 1958) ha reflexionado continuamente sobre la violencia, particularmente la de género. A partir de su trabajo con escultura, instalación, dibujo y performance, ha abordado la articulación del poder que se ejerce sobre los cuerpos feminizados mediante prácticas y dispositivos diversos, muchas veces también cotidianos. En conferencias y entrevistas, la artista cuenta que, llegada cierta edad, comenzó a experimentar en carne propia una vulnerabilidad que hasta entonces le había sido ajena, tanto en lo personal como en lo artístico: la vejez. Al tomar consciencia de los cambios físicos y emocionales que atravesaba, así como de la, igualmente violenta, invisibilidad y marginación con que su paulatina ancianidad parecía recubrirla, se volvió necesario el crear desde y sobre esas nuevas preocupaciones.
Desde concepciones ancestrales no occidentales, las personas mayores se consideran figuras de madurez espiritual y sabiduría; por tanto, seres respetables, admirables e instructores. En contraste, los discursos capitalistas y de la modernidad han relegado a lxs ancianxs de la escena pública y las consideraciones sociales, por vivir una etapa en la que el trabajo, la producción y el consumo se ven normalmente reducidos. Así, un proceso que podría, y debería, ser gozoso y digno, culmina muchas veces en la soledad o la frustración. Es esto lo que Gallardo define como “la violencia de la vejez”, no porque sea intrínseca a esa etapa de la vida, sino porque se ejerce sistemáticamente hacia las personas de la tercera edad.
Ante este panorama, la artista plantea lo que llama “la revancha, la venganza”. Un proyecto intergeneracional que propone la construcción de lazos afectivos y de aprendizaje colectivo, una Escuela de envejecer. No se trata de un espacio físico, sino de un conjunto de performances, acciones, videos y charlas, desarrollados desde 2016, en los que trabaja con diferentes grupos de adultxs mayores, quienes fungen como maestrxs de actividades que alguna vez quisieron practicar, pero que el tiempo, los recursos, los mandatos sociales u otras barreras lo impidieron. De este modo, la artista encuentra en personas viejas a apasionadxs profesorxs de oficios y destrezas como la jardinería, el canto, el baile, la narración oral, entre otras prácticas.
Una de las primeras maestras de la Escuela fue María Cristina Urzaiz Mediz, quien se convirtió en cuentacuentos a los 70 años, siendo ya jubilada. Después de trabajar durante décadas como taquimecanógrafa, María Cristina encontró en la narración oral una vocación y una profesión gustosa que le ha permitido dar un nuevo sentido a su vida, ya no desde el deber de producción exigido por el sistema económico y social, sino desde el placer. En su encuentro con Ana Gallardo, Cristina ha presentado y compartido sus saberes con otras personas mayores y también con públicos más jóvenes.
En 2017, Escuela de envejecer se presentó en la plaza del Museo Jumex, donde María Cristina Urzaiz dio un taller de narración oral; Samantha Flores, activista trans, presentó el albergue para adultos mayores LGTB+ en el que trabaja; y Mariani Baumann, música y narradora, impartió sesiones de escucha guiada. Todas ellas, adultas mayores, han resignificado la vejez como una etapa de oportunidad, resistencia y transformación. En ese sentido, lo que comparten en charlas y talleres no son sólo conocimientos y habilidades artísticas, sino también la esperanza de la ancianidad como un momento de reescritura y aprendizaje de la vida.
Durante 2019, en el marco de la 13a Bienal de la Habana, Gallardo trabajó con un grupo de mujeres de la residencia para adultos mayores del Convento de Belén, en la Habana Vieja. La propuesta fue, nuevamente, contactar con sus deseos frustrados, recordar qué hubieran querido ser en un escenario idílico. Durante dos meses la Escuela fue espacio de escucha, catarsis y cuestionamiento de las condiciones que les impidieron cumplir ciertos sueños. En el transcurso de aquellos encuentros surgió una ilusión común: muchas de las señoras habían fantaseado en algún momento de su vida con ser cantantes. Dando cabida a esta quimera, el grupo ensayó diariamente para dar un concierto público. El evento, presentado en la bienal mediante un video, fue tan sólo la culminación visible de muchos otros procesos emocionales que se detonaron entre aquellas mujeres.
La voz maravillosa, fuerte, entonada, de todas estas mujeres tienen la profundidad visible de la frustración, de lo impuesto por las sociedades. En esta pieza se siente claramente que ellas son la última generación que tiene la voz marcada y engrosada por la historia de la isla. Son la última generación que envejece con los surcos de estos procesos sociales y testigos de casi un siglo de vida.
Ana Gallardo, Artishock revista, 2020
El llamado de Ana Gallardo apuesta por el arte como dispositivo de transformación social, detonador de afectos y de resistencia colectiva. La Escuela de envejecer no pretende ser, al menos no únicamente, un proyecto de preparación para la muerte, sino un espacio de posibilidad para cumplir sueños irrealizados, para conectar con el deseo y confrontar lo prohibido. Es también una invitación a pensar la vejez como una etapa de autoreconciliación, de treguas y segundas oportunidades.