Ilustración de Ana Escoto
La articulación entre cine, arte y museo tiene muchas aristas y puede pensarse desde diferentes lugares y de igual forma esto puede transportarnos a otros tantos sitios. Pienso, por ejemplo, en mi experiencia personal al toparme con pantallas que reproducen contenidos audiovisuales en espacios expositivos. No es nada raro que como resultado de estas aproximaciones se desencadenen sensaciones de titubeo en mi cabeza: ¿Hace cuánto empezó? ¿Se debe de ver el video completo? ¿Ya volvió a empezar? ¿Cómo se mira esto? Existe cierta falta de claridad y relativa dispersión a la hora de comprender las obras cinematográficas dentro del espacio expositivo, algo así como un misterio que por más entretenido que sea de resolver, me parece también un poco frustrante. Pero dejando de lado estos contratiempos personales, considero que, analizadas desde otra óptica, lo que tienen en común la institución cine y la institución museo mitiga las fricciones que entre ellas pueden generarse. Me refiero a que, en un sentido más general, el vínculo que alía estos dos mundos como componentes esenciales de la tantas veces referida marea visual que caracteriza a la sociedad occidental moderna se trata de un enlace que arroja resultados acaso mucho más incómodos.
La realidad política de Occidente, como se ha señalado por varios autores desde principios del siglo XX, nos obliga a pensar la visualidad como su factor dominante. De esta manera, los museos y el cine, al tratarse de campos a través de los cuales las imágenes se seleccionan y se ordenan en narrativas visuales potentes, se tratan de ambientes innegablemente políticos. Vistos desde aquí, a pesar de sus límites y diferencias, podemos observar a ambas partes como productoras y reproductoras de ideologías que dictan las maneras en que miramos y somos miradxs.
La diferencia sexual es una de las pautas de ordenamiento del mundo occidental. Esto sugiere una diferencia entre hombres y mujeres, no sólo en un sentido epistemológico, sino que también propone una diferencia de estatus ontológico: el hombre que es, y la mujer que aparece. Esta cuestión se ha estudiado a profundidad por las teorías feminista y los estudios de la visualidad. Ya el autor británico John Berger, en su libro Modos de ver, describía la manera en la que la mujer deviene objeto visual y no sujeto que mira. En el mismo sentido, la también británica teórica feminista del cine, Laura Mulvey, habla de la división que se inscribe en el placer de mirar, entre activo/masculino y pasivo/femenino. Los museos y el cine, consciente e inconscientemente, han contribuido a producir la configuración política sexual y las relaciones de poder que le resultan.
Bajo este panorama, ¿cómo podemos hoy en día revisitar estos espacios de manera crítica? ¿Cómo pueden producirse desde ahí otras miradas y otras configuraciones políticas?
Hoy, miércoles 4 de noviembre, como parte de la “toma” feminista del Museo Universitario del Chopo, comienza 𝐄𝐥 𝐨𝐣𝐨 𝐨𝐩𝐨𝐫𝐭𝐮𝐧𝐨 𝐟𝐞𝐦𝐢𝐧𝐢𝐬𝐭𝐚, una muestra de videoarte feminista latinoamericano. Se trata de un proyecto que realiza en conjunto el museo con la filmoteca de la UNAM y la Cátedra Rosario Castellanos de Arte y Género. La muestra está integrada por tres secciones: la primera se dedicará a las pioneras del arte feminista latinoamericano, que abren el campo en la década de los setenta y consolidan la escena en los ochenta; la segunda sección será sobre la generación de los noventa abriendo el camino para reflexionar sobre la idea de las fronteras físicas e ideológicas (destacando el trabajo de Pilar Rodríguez); y la tercera sección es más como una convocatoria a las creadoras feministas que forman parte de la nueva des-generación, jóvenes artistas que expresan las reivindicaciones históricas y actuales desde los feminismos contemporáneos a través del videoarte y el performance.
La articulación entre cine, arte y museo, mediada por los beneficios de las alianzas institucionales universitarias, nos plantea ahora un intento de cambio de paradigma. Esta muestra de videoarte, como su nombre lo indica, resulta más que pertinente para desenmarañar los cánones que se han producido desde los discursos masculinistas. Se trata de reconocer a las miradas feministas como resignificantes de la realidad y a la producción cinematográfica de mujeres artistas como prácticas de reivindicación de las maneras de mirar.
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Ilustradora: Ana Paola Escoto (CDMX, 1997). Estudiante de historia del arte e ilustradora en tiempos de ocio.