Ilustración de Carlos Gaytan
Desde hace unos meses me propuse no gastar más dinero en libros. Es cierto que el acceso a la cultura está cada vez más coartado por la elitista industria del arte y la meritocracia de la academia. Cuenta Roberto Bolaño en una entrevista para la televisión chilena que robar libros de las bibliotecas era una necesidad cuando era más joven. “El crimen es un arte, y a veces el arte es un crimen”, dice. Es conocida la anécdota que cuenta Fresán sobre una competencia entre dos amigos por ver quién robaba más libros en una tarde. Por más romantizado que esté, el robo de libros está tipificado. Aunque sus implicaciones conceptuales pueden ser cuestionadas y cambiadas, la realidad práctica nos pone en el terreno de la criminalidad. Aquí una guía para reflexionar alrededor de un fenómeno tan complejo como delincuentes.
Si comenzamos por el robo del libro físico, tenemos tres opciones principales: bibliotecas, librerías y ferias del libro. Como se intuye, las bibliotecas se encuentran más cerca de la ética al prestar libros. La primera opción que tenemos es simplemente pedirlos prestados y no devolverlos. Es una opción un tanto complicada, porque si estamos atados a las reglas institucionales de bibliotecas universitarias, todos los trámites para el futuro estarán condicionados por deber un libro. Una trabajadora de la Biblioteca Central de la UNAM me contó una vez que el libro que estaba solicitando aparecía a nombre de una persona que jamás hizo la devolución concerniente; no registró su devolución, sino simplemente lo puso en los anaqueles. La multa ascendió fácilmente a los miles de pesos tras cuatro años de olvido; ese precio le daba varias vueltas al costo original del libro. La víctima: Educar a los topos (2006), de Guillermo Fadanelli. La persona tenía que pagar la multa antes de pensar en graduarse. Por eso, quizá las bibliotecas universitarias no sean la mejor opción.
Las bibliotecas públicas, por otro lado, son bastante ingenuas. Si no queremos manchar nuestro historial, una identificación falsa y un comprobante de domicilio truqueado pueden facilitar el llevarse los libros sin alguna consecuencia. Tales artilugios pueden costar dinero, por eso robar sigue siendo la opción más interesante si tomamos en cuenta la relación costo-beneficio. Si se encuentra una ventana cerca y las condiciones lo permiten, los libros pueden ser fácilmente impulsados hacia afuera sin la necesidad de ser detectados por el sensor para ser recogidos inmediatamente después por un cómplice. Si de engañar al sensor se trata, basta con ponerse imaginativos con una mochila que tenga un compartimento secreto y con dos o tres capas de papel aluminio brillante.
Ahora las librerías. Parece pertinente hacer una aclaración antes de elegir el objetivo. No sería ético robar a pequeñas librerías, pues sus dueños suelen ser gente trabajadora. Ni hablar de robarle a las de Donceles. El objetivo más interesante debería ser la librería que hace publicidad original sobre un fondo amarillo. A sus trabajadores les pagan una cuantiosa comisión de un peso por libro vendido. La desventaja es que tienen mucha más vigilancia en forma humana y no humana. Además, las bolsas y las mochilas se dejan en paquetería. Los sacos amplios y las chamarras con muchas bolsas suenan cautivadoras, pero yo pondría el doble de capas de papel aluminio como forro, pues sus sensores son mucho mas precisos. Quizá un cómplice distractor podía ser de ayuda, pero no creo prudente dar más de dos o tres golpes seguidos. Suena demasiado riesgo por una recompensa tan pequeña.
Xitlali Rodríguez Mendoza escribe una guía para Vice en donde nos recuerda que las ferias del libro son los lugares ideales para golpes grandes: mucha gente y poca vigilancia. La forma más fácil es contar con la ayuda de un cómplice que no deje tranquilos a los encargados del stand con preguntas sobre títulos; entre más difíciles de encontrar, mejor. Una vez cubierto, cabe ser selectivos y perceptivos a las condiciones ideales para el acto: sin testigos, rápido y directo. Una vez más, conviene que los objetivos sean grandes editoriales. Nunca robar a las editoriales y librerías independientes debería ser una máxima de los ladrones malditos.
Mucho riesgo. La piratería digital ofrece menos consecuencias y una única cruel desventaja: no poder incluir el libro en nuestra biblioteca personal. Ni modo, sólo lo podremos leer, pero para el caso es lo que importa. Mis fuentes favoritas son las siguientes: epublibre.org, espaebook.org y libgen.io. Si lo quiero peladito y a la boca, suelo recurrir a Telegram, donde unos genios han escrito un robot al que sólo tienes que decirle qué libro, autor o colección buscas. No tiene caso que ponga el link, pues cada dos o tres meses cierran el robot por infringir las reglas de Telegram; sin embargo, es fácil encontrarlo si escribimos las palabras correctas en Google.
Aquí entramos en terrenos desconocidos. Si los libros que buscamos no aparecen en los filtros anteriores, difícilmente los podremos encontrar. No cae mal una búsqueda preventiva en Google: “[Nombre del libro] de [autor] en pdf”. Es difícil librarse de la publicidad, pero sí podremos encontrar una que otra aguja entre toda la paja. Si eso no funciona, recurriremos a las bibliotecas virtuales. México tiene una: digitalee.mx. Descargamos el libro y le quitamos el DRM con Calibre. El catálogo suele estar bien reducido, así que la mayoría de veces tendremos que recurrir a servicios de pago tipo Netflix. Scribd y Bookmate son las más populares. Se paga una mensualidad regularmente menor a 100 pesos y se tiene acceso incluso a novedades editoriales. Pero que no se pierda la bonita tradición de perder las bonitas tradiciones: una vez descargado el libro, quitar el seguro DRM para compartirlo con quien sea. Nos podemos organizar y pagar una sola mensualidad para más de una persona, descargar los libros, quitarles el seguro y rolarlos. El valor de los libros se encuentra en su circulación.
La lógica que respalda la figura jurídica de los derechos de autor responde a una construcción individualizada del sujeto. Un libro es un objeto y los autores son personas, pero las editoriales y las librerías grandes son una estructura que se eleva alrededor de la pobreza y la desigualdad y que juega con el acceso a la cultura y el arte. Si queremos remediarlo, tenemos que ser ladrones éticos.
Ilustrador: Carlos Gaytan Tamayo (Ciudad de México, 1999). Estudia Ciencias y Artes para el Diseño en la UAM Azcapotzalco. Formó parte de varias exposiciones colectivas de cartel en su universidad. Algunas de sus obras ilustran artículos de Cultura Colectiva. Su trabajo se inspira en diversas técnicas y se encuentra en el diseño gráfico y la ilustración.