La metaficción es un recurso narrativo en el cual se genera autoconsciencia del discurso ficcional, con el propósito de referenciarse a sí mismo o gestar un nuevo referente en él. Esto último es ficción sobre la ficción, o en otras palabras: la inclusión de una narrativa dentro de otra narrativa —algunos ejemplos pueden encontrarse en Las mil y una noches, el Decamerón o Don Quijote de la Mancha—. Historias de este tipo brindan múltiples formas capaces de entretejer espacios y explorar posibilidades que permiten al espectador insertarse en diferentes mundos a partir de un solo eje. Quizá convenga más disfrutar el recurso que entenderlo; para ello, no hay mejor recomendación que La belle époque (2019), de Nicolas Bedos, cuyo estreno está programado para el próximo ocho de octubre en el marco del Tour de cine francés.
Víctor (Daniel Auteuil) vive en una monotonía generada por su sinsentido de pertinencia en la actualidad. Sus caricaturas han perdido relevancia y la modernización le provoca hastío. Su matrimonio se ha desgastado, por lo que su esposa (Fanny Ardant) ha llegado a detestarlo, al grado de correrlo de su casa. A partir de ello, descubre que, en una empresa dedicada a crear ficciones mediante recursos históricos y artificios teatrales, puede revivir —o actuar, más bien— un momento significativo de su vida y ser su protagonista. En esa experiencia redescubrirá el amor, al mismo tiempo que cambiará su vida y la de su esposa, además de la de Antoine (Guillaume Canet), director de la compañía, y Margot (Doria Tillier), actriz principal dentro de la ficción.
La belle époque es una película interesante desde su confección hasta los temas que aborda. Su propuesta crece conforme avanzan los minutos y mantiene al público pendiente del acontecer de los sucesos por una simple razón: a pesar de que los eventos, en apariencia, sean sólo revividos o reactuados, la historia se vuelve menos predecible por los giros que toman los personajes.
Las historias de la película se entrelazan para generar una ilusión ficcional, cuyo principal propósito es devolverle la felicidad de Victor. Él, al darse cuenta de que, potencialmente, puede pagar para vivir una nueva vida, lo hace sin pensarlo, lo cual generará —inconscientemente— una mezcla entre sus nuevos sentimientos y los de su pasado. Esto ocasiona una (re)actualización que le devolverá el ímpetu por vivir, a pesar de su fastidio por la existencia moderna. En la medida en la que Victor se adentra más en vivir en una ficción, Margot, quien encarna el papel de su esposa en su juventud, también cambiará su perspectiva sobre sus relaciones humanas.
Estos cambios influirán, al mismo tiempo, en la revaloración amorosa de Marianne, esposa de Victor, y Antoine, expareja de la talentosa Margot. Así, la ficción provoca un cambio directo en la «realidad» que experimentan los personajes. Es este recurso el que desencadenará una serie de acontecimientos importantes: Victor decide trabajar con su hijo, Marianne se conoce a sí misma, Antoine revalora su relación con Margot y ésta última se debate entre el rechazo y el amor hacia el director y guionista.
El enredo, por tanto, resulta fundamental, aunque no confuso; más bien, termina por entremezclar historias a causa del rebase de la ficción y la metaficción. A su vez, la presencia de un humor espontáneo, sutil e irónico, en ocasiones, genera una cinta bien realizada, capaz de envolver paulatinamente al público.
Los espectadores, por otra parte, son susceptibles de identificarse con los personajes o plantearse la pregunta que Victor se hace a sí mismo: «¿Qué momento de mi pasado me gustaría volver a vivir?». La nostalgia se presenta también como una temporalidad de regocijo y de revaloración. Es la presencia de lo ausente —en lo ya acontecido— aquello que termina por llenar paradójicamente los huecos experimentados por los personajes en sus vidas. Por esto, Victor decide insertarse en una ficción y no le importa pertenecer a ella, pues en su propia realidad no existe el sentido que antes había encontrado en su pasado.
De esta forma, el protagonista explota otra opción más que tentativa: producir su propia historia, en el pasado, como una alternativa a lo vivido. Victor crea una forma peculiar, desde la ficcionalización de su pasado, de relacionarse con Margot, quien termina por salir de la narrativa metaficcional al percatarse de la susceptibilidad de sus sentimientos.
La posibilidad de revivir el pasado, junto con todos sus detalles, se vuelve tentadora y embriagante; más incluso cuando la satisfacción rebasa al entretenimiento y se encuentra con la plenitud existencial. La belle époque es una película divertida, con un trasfondo interesante, así como recursos bien empleados. Es, en definitiva, una de las imperdibles del Tour de este año.