Veo mi celular. Pienso en mandar ese correo del trabajo. Saco mi mano del bolsillo y tecleo a un solo dedo “¿Puedes…?”. La otra mano, como máquina robotizada, me ayuda a terminar “¿hoy?”
Rodolfo Munguía, Grindr: tecnocuerpos y neoplaceres (texto inédito), 2020
Nuestros cuerpos ansían, vibran, se excitan. El deseo nos acompaña como amigx silenciosx. A veces se nos instala en el pensamiento; otras, recorre cada centímetro de la piel, aguijonea los cuerpos y nos incita al encuentro. Con la llegada de la tecnología y las aplicaciones de citas en línea, las prácticas sexuales se han diversificado. Mediado por la pantalla, el placer parece escapar a las limitaciones del tiempo y del espacio. Nuestra imagen se vuelve moldeable al mejor ángulo de la cámara y las posibilidades de elección se antojan infinitas. Grindr: Tecnocuerpos y neoplaceres, explora la complejidad de estas dinámicas en el ciberespacio creado por una de las redes de citas con mayor alcance en el mundo –192 países.
Un radar de cuerpos; un lugar que permite una relación de cualquier clase; un medio seguro, cómodo, inesperado, peligroso; así describen Grindr algunos de los usuarios entrevistados en el cortometraje. Las contradicciones en los testimonios dan cuenta de que se trata de un espacio plural y difícil de encasillar. Destinado a hombres homo y bisexuales, Grindr constituye una zona de resistencia ante la heterosexualidad normativa y el control del placer que se ejerce sobre ciertas prácticas consideradas como “anormales”. Por otra parte, entre sus códigos también pueden reproducirse lógicas de objetivación y violencia —desde simbólica hasta física o sexual—. ¿Es éste un medio de subversión del poder que opera en nuestros cuerpos y regula nuestros deseos, aquello que Foucault nombró como biopolítica, o se trata del resultado de un sistema capitalista que nos insta a pensar a lxs otrxs como seres consumibles o explotables —especialmente cuando se trata de cuerpos que responden a una estética de “lo femenino”—? La respuesta parece ser compleja, llena de claroscuros, como lo muestra la obra de Rodolfo Munguía.
Oscilante entre el videoarte y el cortometraje de carácter documental, Grindr: Tecnocuerpos y neoplaceres nos sugiere el disfrute sexual a través de movimientos rítmicos y espasmódicos, texturas sedosas y luces neón. Acompañados por las voces e historias de quienes han hecho uso de la aplicación, se nos recuerda que la sexualidad implica el cuerpo todo: lo tangible y lo intangible, nuestros sentidos y nuestras ideas, las normas sociales y las subjetividades, las represiones y las pulsiones. En la virtualidad estos mecanismos continúan operando, pero desde lógicas distintas a las del espacio físico. Las digitalidades dan paso a una noción diferenciada del cuerpo, uno que se funde con la tecnología y materializa lo que Donna Haraway enunció como el cyborg: un ser híbrido entre la máquina y lo humano. En Grindr las corporalidades y sus deseos se codifican por un sistema de cables, circuitos y pixeles. Combinaciones de unos y ceros nos identifican. El algoritmo nos presenta tales o cuales opciones para nuestro deleite personal: enchufar, conectar, penetrar.
En medio de la coyuntura actual, en que la convivencia nos es limitada, las tecnosexualidades se erigen como alternativas viables para satisfacer, siempre de manera consensuada, nuestros deseos; sin embargo, hemos de estar constantemente pendientes de que las dinámicas patriarcales, capitalistas y coloniales no se nos cuelen en aquel otro espacio –el digital– que, ahora más que nunca, resulta una suerte de extensión de la realidad física.