Si el corazón pudiera pensar, se pararía.
Fernando Pessoa, El libro del desasosiego
El olvido, silenciosa e infatigable amenaza, ha estado siguiendo mis débiles pasos. Y ahora que advierto su agresión, como suele ocurrir con tantas cosas, ya es demasiado tarde: la maraña de mis recuerdos, arena contra la ventisca, se deshace con todos vosotros dentro. También conmigo. También, ¡ay!, contigo, querida Pilar.
Esta pérdida de la identidad es la forma especialmente cruel, pienso, que la vida ha elegido para terminar de desmoronarme. ¿La merezco? ¡Qué pregunta! Ni siquiera los peores, por ruines, la merecen. Supongo. Y, siendo así, ¡imagínate yo, que, sin ser un santo, sí puedo decir que he sido, y aún sigo siendo, un buen hombre! Allá su conciencia, si la tiene. ¡Mira, nunca lo había pensado! ¿La vida tiene conciencia?
Dicen que los años nos enternecen más que nunca, que, de algún modo, cerramos el círculo de nuestra existencia volviendo a las candorosas emociones de la niñez. Es posible, sí. Quizá por eso, que me perdone mi sangre y la ajena que tanto he querido y quiero, te añoro como te añoro, Pilar, mujer de mi vida, que me faltas desde… desde… ¡¿cuándo?! ¡Ay, que no me acuerdo!
He anotado la dirección, por si las moscas. Según el chico de la vecina, en este sitio trabajan bien, seguro, y no barato, pero tampoco a precio de oro, como algunos que él conoce. Con mi pensión, y para lo que quiero, dice que tengo más que de sobra. Le ha hecho gracia que yo, a mi edad… Que el abuelo quiera… No lo culpo: algunas cosas solo se aprenden a golpes de tiempo.
¿Es aquí? Sí, creo que sí… «Calle…, nº…». ¡Ahí está el cartel! ¡Es esa puerta!
Como dicen en la tele, prueba superada.
Entro y me anuncia un tintineo sobre mi cabeza. El sitio es pequeño y las paredes son un enorme catálogo de dibujos. Como en botica, hay de todo: dragones, calaveras, vehículos, frases… ¡Qué mareo! Enfrente, un mostrador. Detrás, una chica con más tinta en su piel, al menos en la visible, que un tebeo del capitán Trueno.
—¿Es aquí donde hacen tatuajes? —pregunto por preguntar. Noto que se muerde la lengua.
—Sí, señor. Aquí es. ¿Puedo ayudarle en algo?
—Pues sí. Vengo por eso, por un tatuaje.
—Para regalar, imagino. ¿Es para su hijo, para su nieto…? ¿Tiene pensado algún motivo?
—Es para mí. Y, sí, sé lo que quiero.
Pone cara, como dicen los jóvenes, de «¡Zas en toda la boca!».
—Eh… Por supuesto… Y, dígame, ¿qué es eso que quiere?
Saco la antigua fotografía, con marco incluido, de mi querida Pilar.
—Es de cuando fuimos novios, su primer regalo. ¿Ve la dedicatoria: «Te quiero. Pilar»? Eso es lo que quiero. Aquí, en el antebrazo, para que pueda recordarla. Con su misma caligrafía y el mismo azul desvaído. Como si yo también fuera esta imagen firmada por ella.
Me observa.
—Si me permite el comentario, me parece un motivo precioso.
—Gracias.
—Ya sabe que esto de los tatuajes duele, ¿verdad? No mucho, pero duele —sonríe.
—¡Y qué no duele, hija! Estoy acostumbrado. Seguro que no es nada comparado con el dolor que me supone pensar… En fin…
Vamos a otra habitación, una especie de consulta de dentista, y allí, encarnada en estas manos también femeninas, vuelves a dedicarme tu amor, añorada Pilar. Ahora, en la piel y para siempre. Para siempre. Y, aunque yo mañana, víctima del olvido, no pueda recordarte, sí podré… percibirte. Y me preguntaré por ti, «¿Pilar? ¿Qué Pilar?», y por tu amor. Y, así, del algún modo lejano, muy lejano, seguirás conmigo. Seguiremos juntos.
Para siempre.
Transcurrida la noche, amanezco con la molestia prevista en el antebrazo y otra, súbita, en el lado izquierdo del pecho. Descubro esa parte, ahora también irritada, y… ¡¡No… no puede ser!!
Presa del vértigo, vacilo hasta el baño. Allí, me enfrento al espejo y… «¡¿Una segunda dedicatoria?!». Las letras, doblemente invertidas a mis ojos, «raliP .oreiuq eT», cobran significado, grabadas también con aquella misma caligrafía y aquel mismo azul desvaído.
Siento que voy a desmayarme. Cierro los ojos. Cuando los abro, vencido sobre la porcelana, releo mi pecho en el azogue: «Te quiero. Pilar». Qué absurdo, pienso: alguien alojado en el fondo de mi corazón me recuerda su amor.
—¿Pilar…? ¿Qué Pilar…?
***
Autor: José Luis Díaz Marcos. Alicante, España. Ha publicado relatos en diversas antologías y webs nacionales y extranjeras. También es autor de las novelas: Paraísos de magia y fuego y Botij-Oh!