La vida imita al arte, mucho más de lo que el arte imita a la vida.
Oscar Wilde, La decadencia de la mentira, 1889
Durante las últimas semanas he observado a personas de todo el mundo metamorfosearse en piezas de arte vivientes; leído identificaciones del actual enclaustramiento y la vida en soledad con obras de artistas como Edward Hooper y Peter Ilsted; y mirado adaptaciones de famosos cuadros al ámbito de la moda y del maquillaje. Las prácticas, potenciadas por la pausa social, nos dejan ver de qué manera las producciones visuales —entre ellas las obras ante las que hemos sido espectadorxs— impactan nuestras miradas y se convierten en paradigmas de nuestras vidas.
En medio de la pandemia toda clase de espacios culturales han cerrado sus puertas. Los museos, conscientes de su papel en un momento histórico como éste, han adaptado y ampliado sus contenidos a lo digital, desde donde generan nuevas dinámicas de mediación artística. En este contexto, uno de los retos a los que han exhortado instituciones como el Getty Museum de los Ángeles, el centro de arte Pinchuk en Kiev y el Musée d’Orsay en París, es a reproducir, desde los hogares, obras paradigmáticas de la historia del arte. De este modo, los públicos —que suelen pensarse como agentes pasivos ante los cuadros— se transforman, activamente y desde sus propias coyunturas, en sujetos y objetos de las creaciones, lo que contraviene la idea de que el arte debe imitar a la vida.
Desde los postulados de Platón y Aristóteles, y hasta finales del siglo XIX, la pintura se rigió por el principio de mímesis, que suponía que la imitación de la naturaleza constituía el núcleo y fin último del arte. Con la aparición de la fotografía, los artistas vieron su labor mimética desplazada por la cámara, lo que —en parte— derivó en la realización de obras no representacionales; es decir, que elegían deliberadamente no retratar al mundo exterior de manera fidedigna. Sin embargo, incluso después de aquel punto de inflexión en la historia, la idea de que el arte retrata nuestras vidas continúa presente en el imaginario colectivo.
Por su parte, la concepción contraria al arte imitativo —a veces nombrada como “antimímesis”— ha planteado que son nuestras vidas las que se ven alteradas por las formas, los mensajes, las prácticas y los efectos de las representaciones visuales: la vida como imitación del arte.
Posturas intermedias pensarían la producción artística como una práctica que refleja y produce el mundo y sus significados a la vez. Un ejemplo de esas influencias y relaciones que van y vienen en ambas direcciones no son sólo las recreaciones de obras de los últimos días o las adaptaciones de escenas pictóricas en el ámbito cinematográfico, sino también los imaginarios que las obras han alimentado en torno al amor, la guerra, la muerte y el papel del hombre y de la mujer en la sociedad.
Artistas como Orlan y Yasumasa Morimura se han encargado de emular modelos e identidades de piezas artísticas, con el propósito de generar críticas y dislocaciones en torno a lo que las obras originales han reflejado desde la supuesta neutralidad de lo «bueno» y lo «bello».
Entre 1990 y 1995, Orlan se sometió a nueve operaciones de cirugía plástica, en un intento por reescribir el arte occidental en su propio cuerpo. Se modificó la boca para tenerla como la de Europa del cuadro de François Boucher, El rapto de Europa; en 1993, se operó para instalar dos pequeños implantes a cada lado de su frente, a modo de protuberancias; imitó la ceja sobresaliente de la Mona Lisa de da Vinci, y mediante otra cirugía alteró su barbilla con la intención de parecerse más a la de la Venus de Botticelli. También ha tratado de conseguir los ojos de la Psique de Gérôme y la nariz de una escultura de Diana.
Morimura, por su parte, de ascendencia oriental, usa la apropiación como una cámara de resonancia para identidades de género alternativas, y se hace pasar por figuras femeninas de obras maestras occidentales.
En ese sentido, las recreaciones actuales permiten reflexiones similares. ¿Cómo modifica la obra el que Venus sea representada por un hombre? ¿Qué pasa cuando es una persona oriental y no una occidental el/la retratadx, o un infante en lugar de un adulto? Así, re-reproducir lo legitimado desde contextos tan distintos nos permite visibilizar lo que no ha sido incluido en los lienzos, lo cual quebranta la normalidad con que solemos mirar los originales. Además, nos exhorta a replantear la idea del genio artístico —siempre europeo y masculino— como un ente cuyas creaciones son inalcanzables y ajenas a nuestras propias coyunturas.
Así, más allá de los ingeniosos y divertidos resultados de las recreaciones y adaptaciones, esta clase de actividades nos permite poner en cuestión la idea del genio artístico, de la neutralidad del arte hegemónico y del impacto unilateral de la realidad sobre las representaciones visuales.