«Antígona»: La eternidad política, literaria y filosófica del mito

La alegórica y mutable figura de Antígona representa no sólo un mito, sino también un hito dentro del panorama literario, filosófico y cultural de Occidente. La reelaboración de la historia se ha adaptado, desde distintos ángulos, a diversas realidades en diferentes contextos. Esto, por supuesto, con el afán de retomar un símbolo tan constante que aún tiene mucho que resignificar. Antígona (2019), Antigone en su título original, es un filme de Sophie Deraspe, el cual formará parte de la Segunda Semana de Cine Canadiense en México.

Luego del trágico asesinato de Eteocles (Hakim Brahimi), la joven y dedicada Antígona (Nahéma Ricci) busca ayudar a su hermano Polinices (Rawad El-Zein), quien ha sido encarcelado. La bondad de Antígona la llevará a senderos inimaginados por ella y por su familia, por lo que tendrá que enfrentar las consecuencias de un sistema judicial apático que marcará su vida y la de las personas que la rodean.

Antígona es una película que abruma por la cantidad de sus virtudes. Puede hablarse de su anclaje al mito de Sófocles, de las actuaciones, de la historia envolvente, de la crítica social que encierra o de su excelente guion. No obstante, es prudente comenzar con la recursividad del mito y su adaptación por parte de Sophie Deraspe.

Ambas historias guardan similitudes, aunque tienen algunas diferencias que dan sentido a la historia actual de Deraspe. Primeramente, el rol que Polinices y Eteocles desarrollan en la película es opuesto a la relación que tienen ambos en el mito clásico. En este último caso, se presenta la muerte de Eteocles y de Polinices como un influjo de fatalidad donde Antígona tiene cabida. En el mito, la desesperación, la tristeza y el dolor de Antígona se constituyen desde el impedimento de dar un entierro digno de sus hermanos; sin embargo, en la película sólo muere Eteocles y es a partir del amor y de la solidaridad que la Antígona de Deraspe lucha para subsanar su dolor y ayudar a Polinices.

Geroge Steiner, crítico alemán recién fallecido, destaca en su libro Antígonas. La travesía de un mito universal por la historia de Occidente que la idea de la tragedia es parte fundamental para la comprensión de la cultura occidental. Coincide con Schelling al afirmar que lo anterior implica, al mismo tiempo, una debacle que el héroe —heroína, en este caso— debe afrontar para resarcirse en la lucha contra el destino. Esta mínima explicación sintetiza las motivaciones de Antígona, que carga sobre sí misma el peso del dolor trágico y, al mismo tiempo, pugna en contra del sentido de la justicia que somete a su hermano Polinices.

De ahí que la presencia eterna y constante en distintas manifestaciones artísticas del mito de Antígona sea aún vigente. Uno de los más dolorosos, devastadores, contemporáneos ejemplos de esa misma reelaboración es la Antígona González de Sara Uribe, que explora el desgarramiento y el sufrimiento de las desapariciones forzadas en un México asediado por la violencia y por los asesinatos. La Antígona de Deraspe opta por otros caminos.

En un contexto donde lo colectivo y la multiplicidad de discursos tienen una presencia fundamental, los actos valientes de Antígona en la Montreal actual desafían a la ley de los hombres. La crudeza de la justicia se convierte en injusticia, por lo que aparecen manifestaciones masivas y mediáticas que determinan el rumbo de la historia. La solidaridad de Antígona hacia sus hermanos se convierte en el símbolo con el que empatiza un gran cúmulo de personas que, nuevamente, se identifican con el dolor de la joven y de su familia de inmigrantes argelinos.

Aparece aquí un rasgo fundamental que en el mito tiene otro tratamiento: la frontera. En la historia de Sófocles, el cuerpo de Polinices se abandona a las orillas de la ciudad; es decir, la corporalidad tan importante para la identificación de los lazos emocionales y humanos se excluye de los parámetros de la justicia. En el filme, la deportación es la salida fácil a las problemáticas ocasionadas por Eteocles. Así, Deraspe toca con un punto sumamente sensible y actual de nuestra contemporaneidad: la expulsión como forma de poder.

El sistema termina por ser el opresor que, sin más, puede asesinar a un ser querido frente a la mirada atónita del otro. Ese reconocimiento, esa impotencia, esa forma de apreciar el dolor, es llevada a cabo totalmente por Nahéma Ricci. Su actuación es arrasadora y permite apreciar al ser humano en todas sus potencialidades: se enamora, ríe, baila, llora, sufre, anhela, afronta… confronta. De esta forma, Antígona construye un discurso político frente al mundo sistemático, apático y trágico. Antígona se posiciona, lucha, exige.

Estas características constituyen todo un paradigma no sólo desde el ámbito artístico o político, sino también desde lo filosófico, en relación a la moral y la ética; de tal suerte que si uno ve Antígona seguramente acabará abrumado por la amplitud de sus temas.

Antígona es una pieza magnífica del cine canadiense actual e imperdible en el marco de la Segunda Semana de Cine Canadiense. Sophie Deraspe nos lleva a través de un viaje no de casi dos horas, sino de más de dos siglos, pues demuestra que la constante y eterna presencia de los símbolos no es gratuita. Ya lo había planteado Mircea Eliade: el mito del eterno retorno.