Ilustración de Carlos Gaytán
Los poetas, narradores y ensayistas ajustan sus hilos y enlazan sus nudos para comunicarnos que puede haber espacio para dudas, pero no para huecos. Las buenas tramas nos ganan por verosímiles, por directas y por exactas. El relojero capaz de construir semejante mecanismo es, sin duda, un artista del delito. El testigo que sabía quién era el asesino desde el principio de la historia. La mano invisible que controló cada paso del personaje hasta hacerlo tropezar consigo mismo. O, por qué no, un engreído escritor que pretende que su obra será entendida por los lectores.
La sentencia anterior tiene origen en la intrínseca necesidad del arte por ser entendida. Y, por supuesto, deshilvanar las hebras que tejen la obra artística promete ser una tarea compleja que requiere conocimientos especializados, o por lo menos una idea trazada que sirva para dimensionar todo aquello que no se entiende de la pieza. Desconfío de quien declara que entendió a la primera los poemas de Baudelaire o de Rimbaud, de quien dice que es capaz de seguirle el ritmo a Amberes de Roberto Bolaño, o de quien aprovecha cualquier momento para recomendar el Quijote, o Los miserables. Hay literatura indescifrable, y su desencriptación siempre depende del lector.
Hace poco se publicó la convocatoria para el próximo año de la Fundación para las Letras Mexicanas que ofrece becas y formación en literatura dirigida a jóvenes mexicanos de cualquier región del país. “Quienes obtengan esta beca podrán desarrollar su escritura creativa en las áreas de dramaturgia, ensayo literario, narrativa o poesía”. Seguramente en la entrevista previa a tu incorporación al programa, los eruditos no preguntan acerca de tu proyecto, más bien piden que desarrolles los principales postulados del formalismo ruso, la diferencia entre realismo mágico y real maravilloso, o los libros más influyentes de un autor israelí que nadie ha leído jamás. Bueno, serán jóvenes mexicanos de cualquier región del país que hayan tenido acceso a los formalistas rusos, que hayan leído o comparado a García Márquez con Alejo Carpentier, y que pudieran comprar las carísimas ediciones de Sexto Piso que traen en exclusiva al autor israelí.
Lo elitista encuentra el escondite perfecto en el arte. Al contrario de lo que pensaban algunos interpretativistas, no todos los elementos se encuentran dentro de una obra para su comprensión. Es un juego complejo que fluctúa entre el interior y el exterior, entre la claridad del autor y el capital cultural bourdieuano del lector. El concepto que explora la complejidad de este tipo de encrucijadas se encuentra en Deleuze y en Guattari, dos filósofos franceses que todo mamador debería citar. Ellos ubican al rizoma como una red subyacente en donde los elementos interactúan casi aleatoriamente entre sí sin que su interacción sea evidente. En otras palabras: que un texto sea leído —esa horrible voz pasiva— no asegura su comprensión; todo lo que subyace al lector juega un papel esencial en la interpretación de ese texto.
Entre antropólogos es bien conocido el texto “Shakespeare en la selva” de Laura Bohannan. En él, la antropóloga social intenta contar el clásico Hamlet a un grupo de sabios ancianos de la etnia Tiv, que habitaban en lo que hoy es Nigeria y Camerún. Ella creía, como es normal pensar, que el asesinato y la venganza son temas universales que serían entendidos por el mundo entero. Los ancianos se extrañaron al escuchar la visión occidental del parentesco, el linaje y los fantasmas. No podían creer, por ejemplo, que hubiera un espectro del rey, pues en sus horizontes, los muertos no tienen forma de volver. De tal modo que los ancianos terminaron por componer y traducir Hamlet a sus términos, y por consiguiente encontraron huecos argumentales en la obra por excelencia de la literatura inglesa.
Parece que los temas universales palidecen ante las particulares condiciones de vida de cada lector. Aunque que estés leyendo esto significa que eres occidental y que estás colonizado o colonizada, bien puedes ignorar las referencias que arrojé en este texto. Si es así, me disculpo y lo resumo ahora: la literatura —así como todas las artes— esconde privilegios a los cuales no todos podemos acceder. Si entiendes la poesía a la primera y te vanaglorias por haber leído toda la teoría del formalismo ruso, elaboré una pequeña guía para moderar tus elocuentes intervenciones en charlas literarias. Primero: ¿la o las personas con las que hablas te preguntaron acerca de tus lecturas? Si la respuesta es negativa, abstente de mencionarlas. Si te lo preguntaron, viene lo segundo: ¿quieres, realmente, recomendar la obra por su trama, su profundidad o su giro inesperado, o más bien quieres presumir tu gran capacidad como lector? Si sólo quieres embellecer tu ego, abstente; a nadie le interesa escuchar sobre Deleuze y Guattari.
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Ilustrador: Carlos Gaytan Tamayo (Ciudad de México, 1999). Estudia Ciencias y Artes para el Diseño en la UAM Azcapotzalco. Formó parte de varias exposiciones colectivas de cartel en su universidad. Algunas de sus obras ilustran artículos de Cultura Colectiva. Su trabajo se inspira en diversas técnicas y se encuentra en el diseño gráfico y la ilustración.