Giacinto Scelsi: Una sola nota y cuatro piezas para orquesta

El antepasado unicelular, en su forma de potencial infinito, permanece a la orilla del caldo primigenio. En la falda de la primera montaña una sola piedra contiene dentro de sí paisajes. Los delgados trazos dibujados en su superficie cuentan con un solo punto la vida y muerte del macrocosmos. En el siglo XXI, diez millones de visitantes se deslizan cada año por las calles de Florencia, mientras que en un pueblo de cuatrocientos habitantes, dentro de un grano de sal incrustado en el quinceavo ladrillo a la izquierda de una enredadera, brota iridiscente la armonía que envuelve y describe con exactitud el tiempo como es en verdad: una sola nota, infinita, enorme, dentro de la cual todos los sonidos posibles son contenidos.

Al octavo día de 1905, cerca de la Spezia en Italia, nació Giacinto Scelsi en el castillo de su madre. Fue educado por tutores particulares hasta su llegada a Roma donde se descubrió su talento musical. Su estricta formación musical se refleja en sus primeras obras fuertemente arraigadas en la forma y contrapunto tradicionales, escritas para piano, instrumento en el que era virtuoso. Rápidamente fue adoptado por la música de su tiempo, creando obras postimpresionistas al igual que dodecafónicas, que lo convirtieron  a sus treinta años en el primer exponente del dodecafonismo en Italia.

Durante la segunda guerra mundial, tras un bloqueo creativo causado por una intensa desilusión con la música y derrumbado por el abandono repentino de su esposa, Scelsi se sumió en una profunda depresión que lo llevó a recluirse por su propia voluntad a un asilo psiquiátrico. Ahí, envuelto por horas en la lectura de filosofía tibetana, encontró la terapia que lo reformaría tanto como hombre como compositor. Cada día durante meses, Scelsi enfocó su absoluta atención a la repetición incesante de una sola nota en el piano. Su resonancia recorría las salas siempre con una articulación diferente. Recordando este periodo, más tarde escribió:

“Al reiterar una nota por mucho tiempo, esta se vuelve inmensa, tan grande que incluso puede uno escuchar armonía creciendo dentro de ella… Cuando te adentras al sonido, éste te envuelve y tú te conviertes parte de él. Gradualmente, eres consumido por él y ya no necesitas ningún otro sonido… Todos los sonidos posibles están contenidos en él.”

[0:00] Fa. [3:00] Si. [7:50] La bemol. [12:20] La natural. En los siglos de tradición de la música occidental se habían producido miles de estructuras magníficas, llamadas formas musicales, que negaban el estudio del sonido como una energía, reflexionó Scelsi. Estos marcos, por lo tanto, resultaban como esqueletos huecos, resultados de la imaginación constructiva y no de la creativa. Las melodías que saltan de un intervalo a otro dejan detrás un abismo vacío donde habita la energía vital de la música. Es por esto que durante los 16 minutos de la obra, Scelsi toca a través de la orquesta una melodía de únicamente cuatro notas. Ilustradas por un dominio sin precedentes del color orquestal cada nota recrea lo sucedido en la incesante reiteración de una sola nota: la armonía crece dentro de ella. Por medio de discretas desviaciones de la nota, ésta toma gradualmente grosor por cuartos de tono de tal forma que cuando la nota está en su más amplio registro de una tercera menor, este intervalo es para el oído un viaje inmenso. Las cuatro notas son percutidas, vibradas, acentuadas, reorquestadas y decoradas con parciales armónicos. En la duración eterna de esta melodía el sonido nos pide algo muy distinto a cualquier otra música, ella abre los brazos, nos envuelve y demanda la meditación profunda. Cualquier resistencia es fútil.

Anahata, el sonido ilimitado perceptible únicamente por el practicante del yoga, suena permanentemente en un estado inactivo hasta que el músico lo empuña y lo trae a la vida triunfante. Scelsi, al salir del asilo a una nueva vida, había decidido que alcanzar la verdadera energía de este sonido sería su propósito, lo que culminaría en las cuatro piezas para orquesta. Despreocupado por la persecución de fama o reconocimiento, prohibió que su música se relacionase en ningún momento con su imagen física, para reconocerle únicamente se utilizará el dibujo de un círculo sobre una línea, el sol naciente que anuncia la llegada del sonido sagrado.