Arte y cultura en la frontera México-EUA: un espacio social de resistencia

No soy de aquí ni soy de allá
no tengo edad ni porvenir
y ser feliz es mi color
de identidad

Facundo Cabral

Desde el siglo pasado y hasta la actualidad, artistas y habitantes de la región fronteriza del norte de México y el sur de Estados Unidos han problematizado las implicaciones de habitar en torno a los márgenes divisorios, encontrando en su obra un espacio de discusión y de significación de su cultura. En plena crisis migratoria, el arte se ha convertido en una herramienta para el activismo político. El aporte de la comunidad artística de la región recae en la visibilización que realizan de los procesos de violencia, de integración, de migración y de cultura.

El colectivo de artistas Calle 13, encabezado por el artista Thomas Gin Aguilar, pintó una utópica irrupción del muro fronterizo, en la que dos manos –una mexicana y otra estadounidense– traspasan la barrera limitante para estrecharse la mano.

Los países suelen idealizarse desde una noción nacionalista como espacios homogéneos en su interior, negando así la multiculturalidad que los conforma. La construcción de la identidad nacional invisibiliza la heterogeneidad de las sociedades en favor de la creación de un imaginario único y diferenciado. Desde esta perspectiva, la diversidad del otro resulta intolerable o, en el mejor de los casos, fascinante sólo por su exotismo.

La ficción institucionalizada del nacionalismo niega también la condición de las fronteras como espacios ambiguos y polivalentes. Se esfuerza en diferenciar y confrontar a las culturas que circundan estos límites. Entonces, aquellas líneas difusas e imaginarias que son las fronteras, tienden a materializarse. Tal es el caso de la linde entre México y Estados Unidos, en donde, durante los últimos meses, se ha erigido una barrera que –si bien ya era limitante– se ha vuelto infranqueable.

La instalación de Alberto Caro en Tijuana muestra el número de muertes que ha cobrado la migración hacia Estados Unidos. A través de ataúdes coloridos, Caro denuncia las muertes registradas cada año en la frontera. El número más alto de muertes que presenta la instalación se da en el año 2000, con 499 muertes, aunque la obra sólo contabiliza hasta el 2004.

La frontera entre México y Estados Unidos tiene más de 3,000 kilómetros que van desde el Pacífico hasta el Atlántico. Considerada como una de las más peligrosas, cientos de personas mueren cada año en su intento por cruzarla de manera ilegal. La falta de empleos, la imposibilidad de salir de un estado de pobreza y la inseguridad que azora a México incrementaron las migraciones en los últimos años, hasta la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos en 2016.

Enrique Chiu, artista mexicano, ha utilizado el muro fronterizo como lienzo: un espacio de denuncia y, a la vez, de unión. Sus imágenes se nutren de los testimonios de migrantes, con quienes ha convivido muy de cerca, y de su propia inmersión en la cultura fronteriza. El pintor se ha encargado de contrarrestar la situación de violencia y pobreza que se vive en la frontera a través de la implementación de programas artísticos. En sus palabras, Chiu concibe el arte como «una herramienta para que la gente crea en la educación, así como para el fomento de los valores y que los niños de bajos recursos puedan ver la vida de una forma activa y artística».
Desde las elecciones en 2016, en las que Donald Trump resultó ganador, Enrique Chiu realiza lo que pretende ser el mural más grande del mundo. Todos los sábados, con integrantes de ambos lados de la frontera, Chiu pinta el muro que divide a México de Estados Unidos.

La complejidad del fenómeno social que la frontera detona ha sido abordada una y otra vez por los artistas de la región: arte de y desde las fronteras. Así, entendida como fuente de guerras, disputas, tensiones, cambios sociopolíticos además de sitio de pérdidas y de oportunidades, la frontera es tema y lienzo recurrente en el arte. De este modo, la frontera ha dejado de ser únicamente una línea trazada en el Tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848, para convertirse en un espacio social de resistencia.

Pobladores, artistas y activistas de toda clase, renombrados o anónimos, intervienen el muro fronterizo. Los temas presentes en las reflexiones de la producción artística son los procesos de migración, la urbanización, la industrialización y la cultura de la región.

El carácter denunciatorio de las obras que se inscriben en el área fronteriza hace que éstas no puedan sino ocupar el espacio público. Con sus grandes dimensiones, las composiciones se erigen a la vista de todo aquel que transita por el lugar. Así, los murales, técnica idónea para el cometido de los artistas, se insertan en la vida cotidiana de los pobladores. Algunas imágenes logran ser observables tanto para las personas que habitan un lado como el otro de la barrera, provocando una convergencia que el propio muro intenta negar.

Erigido en una zona colindante con el cruce fronterizo de la ciudad mexicana de Tecate, a unos 64 km al sureste de San Diego, este mural cuenta con 20 metros de altura. La obra, del artista y grafitero francés JR, muestra a un niño cuyas manos se extienden sobre el muro con la intención de mirar aquello que la división imposibilitaría: el lado opuesto. La imagen tiene una fuerte carga simbólica, al ser los infantes uno de los grupos más vulnerables y que mayor daño han recibido desde la instauración de la política de “cero tolerancia” del presidente estadounidense Donald Trump.

Si bien la concepción de frontera posee distintas connotaciones e implicaciones, sus consecuencias son casi siempre de carácter ontológico. Los límites territoriales trascienden el ámbito geopolítico para adquirir una dimensión social, pues modifican la dinámica de las poblaciones que se ven atravesadas por éstas. Los esfuerzos de los artistas no sólo van en la línea de mostrar cómo la existencia del muro define la vida de millones de personas, sino también en la de resistir ante la propia existencia de éste, buscando medios para «desaparecerlo», desmaterializarlo.

En 2012, Ana Teresa Fernández, artista tampiqueña, trabajó en una instalación llamada “Borrando la Frontera” entre Playas de Tijuana y San Diego’s Border Field State Park en la que se subió a una escalera y pintó las barras cobrizas de color azul claro con una pistola de spray.
Ronald Rael, un profesor de Arquitectura en la Universidad de Berkeley, diseñó estos sube y baja que se han incrustado en algunos tramos de la frontera con México. Familias a ambos lados de la valla acuden a esta zona de Ciudad Juárez para jugar. La idea era borrar la frontera mediante el juego y dar cuenta de que cada acción de un lado tiene una reacción en el otro.