Con sus dedos torpes, el ánima infantil arroja una canica sobre la superficie del embudo. Su trayectoria parcialmente circular produce un murmullo sigiloso. El espiral se imprime en tus ojos, su patrón hipnotizante transporta el sueño arcano al mundo. Girando constantemente, se deslizan en su apareamiento las serpientes del caduceo, el doble hélix inmerso en sangre. En la calle de vórtices celestes giran planetas y satélites. Con un lápiz dibuja la escalera del infinito. La rotación perpetua de la vía láctea destella. Inmensa gravedad y *ping* cae la canica.
En Estados Unidos, el 31 de Octubre de 1979, nació Andrew Norman quien hoy en día es reconocido como uno de los compositores más respetados de su generación y una voz importante en la música clásica estadounidense. Su primer acercamiento con la música fue a través de la viola que ha tocado desde joven, interpretando cuartetos de cuerda con amigos durante la preparatoria. Su interés por la arquitectura, que por poco lo lleva a elegirla como profesión, influyó fuertemente sus primeras composiciones durante sus estudios en la universidad del sur de california (USC) y la universidad de Yale. Piezas como Companion Guide to Rome (guía acompañante para Roma) para trío de cuerdas, donde cada movimiento hace alusión a una iglesia distinta de la ciudad. La corporalidad enérgica que demanda su música ha encontrado naturalmente su mayor expresión en la orquesta sinfónica en piezas como Play (juega), que le mereció el prestigioso premio Grawemeyer, y “Spiral” (espiral), comisionada por Sir Simon Rattle en su serie de comisiones de “tapas” musicales para la orquesta sinfónica de Berlín.
[0:00] Suena una campana, el niño impulsa la canica y comienza a rotar. [0:24] Murmura la viola solitaria un sonido metálico, se acerca y aleja trazando un circulo tenue. [0:50] Conforme le escuchamos regresar, una fuerza sigilosa le acerca a nuestros oídos. [1:00] Casi imperceptible se ha convertido en un pulso y la viola es ahora acompañada por varias cuerdas. [1:08] Gravemente surge desde la tuba una nota que se le despega con creciente impulso. [1:20] Más instrumentos se deslizan por los bordes del vórtice acompañando el pulso de la esfera, esta destella color y luz. [1:25] En el ojo de la tormenta comienza a caer el resplandor de notas largas tragadas por irresistible fuerza. Entre los alientos de metal y violines agudos se acumulan brotes de sonido a las orillas de la sala que se deslizan sin control hacia el agujero; cada uno a su tiempo. [1:53] Quedamente, un chorro gorgoteante en las percusiones cae por los peldaños del hélix doble. El pulso continúa rotando enredado estrechamente entre varios instrumentos, cuando se nos acerca lo suficiente percibimos el impulso amenazador. Atraídos por el vértigo son cada vez más los instrumentos que se elevan por el ciclón. Entre la multitud se licúan los bordes de cada sonido y en su lugar se presenta únicamente el cardumen de líneas circulares que se enroscan hacia el centro. El sol invisible alrededor del cual rotan los instrumentos hace de las notas largas una melodía de timbres y colores. Los gorgoteos de percusiones dividen el tiempo a la manera de reloj, evidenciando cada vez que la orquesta ha completado una rotación. Para el minuto 4:05, entre la complicada textura de rotaciones se vuelve evidente el canto angustioso del amor de las serpientes trenzadas en los violines. Su melodía pareciera no tener comienzo ni final, su presencia es atemporal e infinita. [4:30] Las líneas que al principio se nos presentaron solitarias son ahora pasajes melódicos completos y veloces. Cada instrumento compone a tropiezos la tormenta del deseo del tiempo por consumirse. Toda fuerza traza un espiral infinito que señala al horizonte del sol. La orquesta es una acreción inmensa de sonido. [4:47] El tintineo de la canica al caer.
Andrew Norman a sus casi cuarenta años cuenta con un catálogo de obras ecléctico con piezas de variados caracteres y gestos; sin embargo, al dar crédito a sus intereses arquitectónicos, el factor común de sus obras es la construcción del sonido frente al escucha. En Espiral los enredos y repeticiones de los sonidos en círculos cada vez más contraídos, construyen en la sala donde se toquen un vórtice diseñado para consumirlo todo de un solo aliento.
Autor: Fermín León Salazar Compositor estudiante de la facultad de música de la UNAM. Seguidor de las artes. Mexicano de 21 años. Escribo sobre la música de nuestro tiempo y la manufactura detrás de ella. |