El primer muro que se erigió trajo consigo la frescura de la sombra. La briza trazó nuevas danzas que le rodeaban. Me vi reflejado en él y en su altura. Nuevos muros le siguieron, planicies verticales de colores vivos, y pronto el susurro de las serpientes se desvaneció en inocuos lazos de luz sobre la piedra y, de lo que antes era el espacio infinito, emergió un patio amurallado. El agua encuentra su camino entre los peldaños de ladrillo, y dentro de las vasijas su gorgoteo renueva el tiempo inmóvil. Entonces, el verde atemporal visita el patio y lo transforma en su jardín: dibujos de vida colgando en racimos por los bordes del refugio personal que ha sido construido como albergue de toda emoción.
El 20 de Diciembre de 1964, México, en el hogar de un arquitecto y una psicóloga a quienes la pasión por la música les llevaría a la fundación del grupo Los Folkloristas, nació Gabriela Ortiz Torres. Durante su infancia nutrida tanto por las vidas ejemplares de sus padres como por la música vernácula y académica que de ellos y de su abuelo le llegaba, se despertó una vasta creatividad y necesidad de expresión. Inició sus estudios musicales con naturalidad, creciente interés y seriedad, desde sus primeras clases de guitarra y piano hasta la licenciatura en composición en la Escuela Nacional de Música de la UNAM con Federico Ibarra y el taller de composición de Mario Lavista en la escuela de música Ollin Yoliztli. Posteriormente estudió la maestría en Guildhall School of Music and Drama y el doctorado en la City University of London. Al día de hoy, a sus 54 años, Gabriela Ortiz lleva consigo un amplio catálogo de obras y proyectos con artistas como Gustavo Dudamel, Esa Pekka Salonen y ensambles como Kronos Quartet y Los Angeles Philharmonic al igual que una trayectoria de 20 años como profesora en la Facultad de Música de la UNAM.
Una mañana, durante su cátedra de composición, nos intimó a mis compañeros y a mí la anécdota sobre una de las primeras obras en su catálogo, compuesta cuando tenía nuestra edad: Patios Serenos, escrita para piano solo y tributo a la obra y filosofía de Luis Barragán. Estas palabras del arquitecto son las que nos introducen a la partitura, mismas que Ortiz toma como propósito:
“Tenemos la necesidad como la obligación de crear ambientes serenos. Debemos procurar que esta sensación se contagie y comunique”
Luis Barragán
En la concepción de toda construcción es de importancia primordial el material con el que se construye, pues dicta las posibilidades texturales y espaciales de la edificación. Lo mismo sucede en Patios Serenos. El concreto se solidifica en ladrillos que forman un intervalo de quinta, con los que se construyen todas las formas.
El intervalo, inherentemente consonante, es la unidad mínima de color armónico; un color primario a través del cual acordes de todos los colores se plasman. El tempo es lento, tranquilo y cantable. Tres notas en ascenso se suspenden. [0:00] El espacio es infinito hasta que colocamos el primer muro como lo es el sonido hasta que tocamos la primera nota, a partir de ella, el silencio nace en las pausas. Una apoyatura [0:06], un acorde repetido [0:13] y melodías veloces convertidas en arpegios [0:20] completan las paredes del patio, los acordes que forman pintan de colores puros su superficie. Entre un gesto y otro: eterno silencio de serenidad. [0:28] El gesto motívico de una segunda descendente se acomoda sobre el piso como una primera losa y enseguida varias repeticiones se agregan al teselado con ornamentaciones diferentes. [0:55] Una vez imaginado el piso podemos colocar nuestros pies sobre el ritmo grave que acompaña las variaciones de momentos anteriores. [1:25] Desde la oscuridad emerge la rojiza luz del sol que baña las paredes y los colores colisionan formando acordes inestables. Lo que nació como un espacio inerte es detallado con cada gesto y lentamente invadido por vida y luz [1:41] y la primera cascada deja caer su chorro. [1:53] Por segunda vez, y en un ámbito mayor, el ascenso inicial erige su muro vertical y firme. Distintas caídas de agua se hacen presentes y de ellos nacen las hiedras y jacarandas seducidas por el gorgoteo [2:15]; una a una trepan por los bordes del patio. El sutil desarrollo de los motivos entona la gradual animación de los elementos del patio. [3:12] Marcado a tempo effimero, comienza una nueva sección de desarrollo donde damos los primeros pasos en el refugio, que resuenan graves como gongs acompañados del ascenso inicial. En el espacio que se construyó frente a nuestros oídos resuenan los muros, las losas, los chorros y las hiedras ondulantes por la briza: sumergidos en la luz, generan variados colores uno tras otro que son libres de colisionar disonantes o de disolverse entre sí a modo de acuarela. La creativa variación de los elementos se proyecta sobre la arquitectura y las emociones son libres de presentarse en su completa intensidad. En el patio resuena un clímax después del cual solo queda el alma serena [4:43]. Conforme el silencio y la calma dominan el aire, los elementos se simplifican y desaparecen. [5:05] Pronto no queda nada más que la pared en ascenso que proyecta su sombra sobre los párpados durmientes.
Gabriela Ortiz en su juventud pasó una semana de enfermedad durante la cual no salió de su cuarto. Mario Lavista, su tutor, le encargó la tarea de componer una pieza utilizando únicamente el intervalo de quinta. Encerrada en su cuarto únicamente con su piano de compañía, se dedicó a la composición de esta obra mientras las relevantes palabras de Barragán, “mi casa es mi refugio”, le rodeaban cargadas de empatía.
Autor: Fermín León Salazar Compositor estudiante de la facultad de música de la UNAM. Seguidor de las artes. Mexicano de 21 años. Escribo sobre la música de nuestro tiempo y la manufactura detrás de ella. |