Pulso. Se acerca. Las venas de la tierra se ensanchan y todo respiro siente el ardor cálido de la expectativa. Un resplandor. Manos de niños trazando un arcoíris tornasol pavimentan con pétalos volátiles las calles. Voluptuosos, escandalosos, atractivos y brillantes los sonidos que desfilan. Desfasados, pero en la comunión de un solo impulso. Poseyendo incontables sonrisas de todos los colores, marcha en procesión desenfrenada el evento más excepcional. El puente entre las sensaciones y las palabras es en su mejor momento solo una imaginación. Cuando tu cuerpo sucumbe, en un empuje apasionado, frente al festejo extraordinario tu voz desconoce conceptos, sólo permanece el cosquilleo onomatopéyico sobre tu lengua de la sorpresa absoluta: lollapalooza.
Nacido el 15 de Febrero de 1947 en Massachusetts, E.U.A., John Adams fue llamado por la música por primera vez a sus diez años, cuando escuchó historias de un virtuoso niño que componía bellas sinfonías de nombre Mozart. De inmediato y sin un solo conocimiento previo quiso sentarse a componer sinfonías, sus padres que percibieron su interés alimentaron su curiosidad acercándole a sus primeros estudios musicalesUna vez en la universidad, las aulas de composición, que en ese tiempo eran totalmente serialistas, matemáticas y racionales, le parecían mausoleos. Desde las primeras obras su lenguaje musical se desarrolló en oposición al serialismo, incluyendo elementos del minimalismo musical; tales como la pulsación constante, la repetición de ideas cortas y la armonía tonal consonante, al igual que la construcción de texturas complejas y procesos direccionales que llevan los gestos musicales hacia un clímax abigarrado, elementos de su propia búsqueda por una música al servicio de las emociones. El resultado musical de estas características en conjunto es usualmente catalogado como post-modernismo.
Durante los años 70’s y 80’s, Adams trazó su carrera abriéndose paso entre la agitada escena musical estadounidense. Su estilo expresivo y auténtico llamó la atención de colaboradores con quienes mantendría fructíferas relaciones, el primero: Edo de Waart, que nombraría a Adams compositor residente de la Orquesta Sinfónica de San Francisco; posición en la que compondría, entre otras, las celebradas obras Harmonium y Harmonielehre. También destaca Peter Sellars, quien fue un agente de cambio en la vida de Adams cuando le propuso por primera vez la producción de una ópera. Sellars ha sido un importante colaborador con quien ha producido a la fecha 7 óperas, Nixon in China y Doctor Atomic siendo las más reconocidas.
En 1995, como un regalo al director Simon Rattle, John Adams compuso Lollapalooza, una corta obra para orquesta de 6 minutos que compacta varias de las sonoridades características de su lenguaje en un solo impulso musical. [0:00] Un pulso y el fagot inician la celebración. Su motivo ostinado delinea una armonía ligeramente cromática con un ritmo audaz. Los ritmos del contrabajo y el piano se unen a la pasarela y de inmediato ese gran pulso que inicia la obra se desfasa con las repeticiones del fagot. Gestos brotan burbujeando, si uno sube el otro baja. La textura se aviva formando una multitud relámpago. Ya desfilan los alientos, cuerdas y algunas percusiones cuando nos cantan por primera vez los trombones con ataques incisivos [0:42]“¡Lo-lla-pa-loo-za!”. La rítmica y entonación de esta palabra fueron las semillas de las que emergió la obra en manos de Adams. Nadie conoce exactamente lo que significa, es solo un ruido divertido de decir cuando uno se encuentra frente a un evento excepcional y extraordinario. Los motivos colisionan y decoran la palabra de los trombones, cada quien repite a su propio ritmo y con mínima variación su célula de notas como si no hubiera barras de compás, solo un gran pulso que los une a todos. Pese a la irregularidad de los ritmos, todos concuerdan a la llegada del primer cambio armónico [1:44] que llega de golpe transportando la palabra una tercera menor ascendente. La armonía se construye de la misma forma que la textura, cada instrumento tiene voz propia y aporta con unas cuantas notas y un gesto característico mientras que el espectador es bienvenido no por individuos sino por el gran espíritu festivo que los posee. El desfile cambia de dirección y regresamos al primer campo armónico [2:14]. La palabra comienza a variar su dicción y uno a uno los otros instrumentos toman un respiro y sueltan sus instrumentos. La complicidad silenciosa de todos deja solo a un percusionista en las maracas marcando el pulso [2:46], decorado con algunos de los gestos anteriores, aparentemente inocentes, en los registros agudos del piano, alientos madera y cuerdas en pizzicato. Esta transición nos lleva a un nuevo cambio de color [3:04] en el que se recrea el festejo inicial del fagot en las trompetas dos octavas y una segunda menor arriba, el sonido de un pequeño fagot de juguete o una chirimía. [3:20] Trabados e insistentes en unas pocas notas del gesto la sección pierde el interés y se desvanece. [3:45] Los fagotes retoman su función, un corno perdido y borracho les da vueltas murmurando. Se vuelve insistente el festejo, contagiando a chelos y contrabajos que lo repiten al unísono. La procesión que se enfoca de nuevo después de su descanso silencioso, retoma su vigor un instrumento después de otro, construyendo por segunda vez la textura inicial de gestos burbujeantes. [4:18] Una vez más cantamos con trombones la palabra del festejo y los cambios de color se vuelven erráticos y constantes. [5:01] Los alientos se contagian poco a poco de jovial virtuosismo, la pasión enloquece a todos los participantes del gran bacanal. [5:18] Desquiciados gestos ascendentes brillan enceguecedores, racimos de notas vuelan alrededor del poderoso, grave y fuerte canto de la presencia más extraordinaria. Una danza sin control sobreviene al festival, [5:54] fortísimas risas de los trombones llaman a finalizar el rito y juntos, sin más palabras que decir y en comunión con el grandioso pulso de los corazones, [6:14] gritan todos extáticamente: «Lollapalooza».
La vida como compositor, admite Adams, es solitaria y demandante. Uno trabaja día y tarde en horarios de bancario esperando que, si está bien escrita, la obra viva muchos años dentro de la cultura mientras gente continúe queriendo tocarla. Sin embargo señala también que, al momento de reunirse con los intérpretes al ensayo, las particularidades del momento avivan de nuevo los impulsos creativos donde cada quien aporta su visión de la música, creando una íntima relación creativa compositor-intérprete que por su carácter efusivo, puede llegar a cambiar la partitura en función de un más efectivo resultado sonoro.
Miremos entonces a los individuos. Adoptan la responsabilidad que es hacer manifiesta en el mundo la creatividad auténtica. Todos cantan su propia melodía. Gestos claros y contrastantes entre sí construyen en conjunto una textura más potente que la suma de sus partes. Quien busca las cosas más extraordinarias encuentra en su camino pasarelas de tambores y trompetas que marchan a su lado y entre la individualidad de sus voces, el conjunto sugiere un sonido ininteligible que nos habla de los eventos sensacionales que desde dentro nacen.
Autor: Fermín León Salazar Compositor estudiante de la facultad de música de la UNAM. Seguidor de las artes. Mexicano de 20 años. Escribo sobre la música de nuestro tiempo y la manufactura detrás de ella. |