¿De qué se requiere para que un individuo caiga en lo más profundo de la desesperación? Es un tópico que muchos cineastas han tocado, y Gaspar Noé no es la excepción. El cineasta se apropia de nuestra mirada, la distorsiona a su más sombrío estilo, altamente sugestivo, y nos arrastra por las víseras de una pequeña comunidad de danzantes que deciden aislarse en un edificio para practicar por última vez antes de partir de gira a Nueva York.
En la primera secuencia vemos el despliegue de una coreografía ininterrumpida, que hace al espectador casi partícipe de ella, dada la cercanía con los cuerpos. En este primer trazo, los bailarines se articulan dentro del encuadre, cada uno autónomo, con sus respectiva singularidad de movimientos, diferenciados el uno del otro. Por fracciones de segundos los cuerpos quedan suspendidos, exentos a toda ley de la gravedad. Es ahí cuando la cámara —nuestra mirada— deja de ser una simple toma en movimiento y se convierte en un lienzo cargado de magnetismo erótico, intensamente vibrante y oscuro.
Una vez concluido el ensayo, da inicio una pequeña fiesta en la que cada uno de los involucrados se ve obligado a coexistir con su semejante. Al cruzarse, las personalidades se rozan, se confrontan y se aíslan, pero de forma sutil. Adversos entre sí, los bailarines solamente se entienden y se comunican a través del baile: la única herramienta que los mantiene unidos, que los hace ser solidarios. Ellos coexisten sólo bajo la influencia de la música.
El encierro y la desconfianza ponen los parámetros de una entropía que se manifiesta de manera progresiva pero acelerada. Para que todo sistema entrópico pueda ser considerado como tal, se requiere necesariamente de una anomalía, pequeña pero significante, que abra la perilla del implacable flujo del caos. Una bebida de ponche, misteriosamente modificada con LSD, es la encargada de liberar a aquellos demonios que habitan en la carne, esos organismos móviles se vuelven más inestables por encontrarse en un espacio pequeño.
¿Qué tan auténtica es Clímax?
A manera de referencias, Noé da cuenta de esos demonios que toman a los bailarines por medio de un televisor en el que destacan, por un costado, filmes canónicos como Possession de Andrzej Zulawski, y Suspiria de Dario Argento, películas cuya aparición va más allá del simple planteamiento de una postura estética, y que nada tienen que ver con una intención decorativa por parte del cineasta.
Será mejor que diseccionemos:
Possession narra los misteriosos comportamientos de una mujer que adopta una actitud irascible e irracional. La investigación de su marido llega al punto en que se descubre que dichos comportamientos se deben a la intromisión de un agente externo: un demonio que la ocupa y con el que hace el amor por las noches. Para nuestro análisis, lo que importa no es el demonio en sí, sino los efectos que su presencia ocasionan en Anna. Terriblemente perdida, Anna abandona los cuidados de su hijo, y comienza a vagar de un lado a otro, ajena a sí misma, guiada por una fuerza que es incapaz de controlar. Resalta esa icónica escena en la que, deambulando en los pasillos del metro, padece un violento ataque en el que comienza a gritar y arrastrarse, escurriendo de su entrepierna una mucosidad bastante extraña. A esto se suman los lapsos de ira y éxtasis que se muestran en no pocas escenas.
La principal relación con Suspiria es el lugar de los acontecimientos: un espacio pequeño en el que suceden algunos eventos inusitados a causa de una cofradía de brujas. Una de las más claras similitudes es que el conflicto justamente lo padecen un grupo de bailarinas de ballet que habitan en la academia.
Las particularidades ya mencionadas se funden y hacen de Clímax un híbrido en el que lo sobrenatural ya no es asunto de demonios sino de irracionalidad humana. Siendo anomalía, esos demonios y esas brujas químicas coexisten y copulan dentro de la efervescente y alucinógena fuerza del ponche, dispuestos a mudarse de inmediato a los cuerpos de aquellos ingenuos danzantes. La bebida desata la capacidad entrópica que existe incluso en el momento más insospechado de la cotidianidad. La situación se vuelve más caótica cuando se trata de individuos que siempre están en constante estado de alerta.
El Climax no es el momento álgido de la destrucción; el Climax se vive desde el comienzo.
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Autor: Bryan Rivera. Nacido en 1993, en la Ciudad de México. Periodista en proceso, y escritor cuando la necesidad lo pide. Estudios de Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Analista de medios. Fiel partidario de la duda. Apego profundo a la literatura y a las ciencias humanas. Las humano a veces me es ajeno.
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