«El hombre es un ser arrojado al mundo», afirma el existencialismo. Esa soledad profunda, honda, doliente, resulta prácticamente insondable. Toda presencia se desvanece en el aire y todo sentido carece de fin. Las herederas (2017), película de Marco Martinessi, plasma en la pantalla grande −además de muchos otros temas que intentaremos abarcar en este artículo− el tópico de la soledad, el cual se refleja en dos personajes muy singulares: Chela y Chiquita.
La película se estrena este 1 de marzo de 2019 en cines mexicanos, así que ésta es una buena oportunidad de acercarse a la película participante del
Festival Internacional de Cine de Berlín; premio Fipresci de la Crítica Internacional, mejor director en los premios Fenix.
La anécdota es muy sencilla: dos mujeres (Chela y Chiquita), quienes han vivido por más de 30 años bajo el mismo techo, pasan por una difícil crisis financiera, lo cual las ha obligado a vender algunos objetos de su hogar. Esto envuelve a Chiquita en un conflicto por fraude, por lo que termina siendo encarcelada. Chela, entonces, se ve obligada a modificar su forma de vida y, más por mera circunstancia que por iniciativa propia, se convierte en taxista casi personal de un grupo de mujeres, ancianas en su mayoría. Ahí, conoce a Angy, una chica mucho más joven que revitalizará a Chela y terminará por llenar −al parecer− el vacío existencial en su vida.
Sin embargo, hay matices muy interesantes del filme. El tema de la vejez ronda siempre toda la historia. Chela y Chiquita son un par de mujeres de edad avanzada que, además, son pareja. Aquí el segundo gran tema de la película. La homosexualidad en las dos mujeres tiene un toque sumamente sutil que, no obstante la cercanía entre ambas, se desarrolla más en el personaje de Chela. La película se centra un poco más en ella, pues focaliza en las consecuencias de vivir lejos de Chiquita, quien pareciera jamás tener una metamorfosis psicológica a pesar de residir en una cárcel.
En ese punto, la soledad cobra mayor sentido. Ya desde antes de su separación, ambas mujeres parecieran desprenderse de una parte de su ser a través de la simbolización de la casa y sus particularidades. Cada una se desvincula de su pasado, de su herencia, cuya importancia resulta innegable para una persona de su edad. El final de la película por eso se vuelve tan significativo. Sin embargo, no es mi finalidad revelar a los lectores lo que sucede definitivamente en la película.
El auto, por otra parte, representa el viaje no sólo físico, sino también existencial, vivencial y espiritual. A través de él, conoce a Angy, una mujer que envuelve y embelesa a Chela. La relación entre ambas determina la concientización de ese vacío interno que Chela padece, por más que visite a Chiquita en la cárcel y sea acompañada por su sirvienta.
Desde otro ángulo, resulta muy curiosa la vida que lleva Chiquita a pesar de su «desgracia», pues no sufre de ninguna crisis emocional como sí la sufre su pareja. Asimismo, su estancia pudiera ser un desahogo y un deslinde de la cercanía constante con Chela. Quizá por eso siempre se nos presente como una mujer más relajada en la cárcel, con más ligereza y con menos preocupaciones.
A cada minuto, la película avanza con un ritmo cadencioso, semilento, que no hace más que empatar la existencia densa de la protagonista Chela. De ahí que la incursión de Angy y el momento de tensión dentro del filme, se familiaricen tanto. El instante en el que todo cambia no afecta a nadie más que a Chela. Su subjetividad y emoción se ven dañadas nuevamente por la soledad. Pareciera, pues, una condena o mejor dicho una herencia de por vida. Después de todo, ¿qué más heredamos que eso?
Entre amores difusos, sentimientos ambiguos, atracciones imposibles y separaciones, Las herederas no es una película sencilla de apreciar. El tempo de su narración empata con el ritmo y el compás del Nocturne op. 9 No. 2 de Chopin −comparación nunca mejor empleada, porque a Chela le gusta escucharlo y otras piezas de música clásica−.
El filme de Martinessi, en definitiva, no te deja con un buen sabor de boca. Puedes vivir la intimidad de la censura de los secretos, la contención del amor anhelante, la soledad profunda, casi depresiva, de una existencia incompleta. Las sensaciones resultan, no otro más me parece un mejor ejemplo, como una mujer que pinta para ahogar sus penas y reflejar sus vacíos… aunque jamás termine de pintarlos y todo quede, sin embargo, inconcluso.
Autor: Joshua Córdova Ramírez Escritor y estudiante de Letras Hispánicas en la FFyL de la UNAM. Director editorial de Primera Página. Ha colaborado en diferentes medios digitales e impresos. Ganador del concurso interpreparatoriano de Poesía. |