«El emigrante»
—¿Olvida usted algo?
—¡Ojalá!
Luis Felipe Lomelí
Por el camino va andando una figura. Lleva a sus espaldas una pesada mochila, llena de ropa, pedazos de comida y un poco de dinero. A cuestas lleva también fotografías en donde se observan las miradas amorosas de aquellos que se quedaron atrás. Va cargando tras de sí con el peso de un hogar abandonado y en sus hombros ya se resiente el dolor provocado por la dureza del sendero. No podría llevar peso más grande que este, porque sin saberlo con él van viajando también sus historias, su familia, su tierra, toda una cultura que se ha colado entre los pliegues de su mochila. Nosotros, espectadores, vemos cómo la vereda se desdibuja por momentos, sin embargo, no debemos olvidar que todos los caminos del mundo han sido trazados por el andar de ese migrante.
La migración es un fenómeno que muestra muchas caras. Una simple mirada al mapa en donde se destacan los lugares de partida y de llegada de todas aquellas personas que emprenden este peregrinar nos revela las claras diferencias que separan una sociedad de otra. Países ricos que captan gente de países pobres, países en crisis que exilian a sus habitantes por cuestiones ideológicas, vulnerabilidades que se traducen en desesperada huida en busca de un futuro menos incierto; ya sea por aspectos económicos, políticos o sociales, sin importar las causas, un migrante siempre es alguien que huye de su lugar de origen en búsqueda del difuso concepto de «algo mejor».
La complejidad de un tema como este es motivo de permanente discusión entre la gente que se decanta en una u otra postura, a favor o en contra del acto de recibir personas extranjeras que por necesidad han llegado al país propio. Las palabras «invasor» e «invitado» se enfrentan en los acalorados debates que rodean a una problemática que ya no sólo compete al ámbito económico y social, sino también al cultural.
El hecho mismo de la migración como desvanecimiento de fronteras entre las sociedades implica un fuerte choque de las diferencias que distinguen a una cultura de otra. Sin embargo, al contrario de lo que podría pensarse, este enfrentamiento, en lugar de negar las dos expresiones confrontadas, un gran número de veces produce nuevas formas, fruto de la síntesis entre culturas. Y este fenómeno va incluso más allá. Si abrimos el panorama y miramos con ojos históricos, la hibridez producida por el contacto de expresiones provenientes de lugares heterogéneos es la responsable de muchas de las muestras culturales que prevalecen hoy en día.
En el caso de la música, son incontables los casos en los que una tradición musical «migrante» ha llegado a instaurarse a un lugar diferente, produciendo nuevas formas que posteriormente echarán raíces en la sociedad en la que fue albergada.
Uno de los ejemplos más claros es el flamenco, una de las expresiones más emblemáticas de la cultura española. Tanto la danza como la conformación del estilo musical provienen de la caravana que viajó desde medio oriente hasta la península ibérica. Los gitanos, el pueblo migrante por antonomasia, fueron quienes se encargaron de arrastrar por el camino elementos como la técnica vocal, los palos danzísticos y el tipo de escala musical propia de la música persa a través de Europa, Asia y África, hasta que finalmente, con su llegada a la región andaluza durante el siglo XVIII, instauraron en España una de las tradiciones más importantes de su sociedad.
El tango argentino, por otro lado, apenas hace unas décadas tuvo una transformación sustancial a manos de un hombre, descendiente de migrantes italianos, que removió todo Mar del Plata con sus ideas vanguardistas. Astor Piazzolla, el padre del tango moderno, fusionó la música académica europea con las formas clásicas del tango y la milonga rioplatense, abonándolo todo con el uso de motivos y escalas propias del klezmer, género de música tradicional perteneciente a las comunidades judías que fueron exiliadas a América durante la segunda guerra mundial. Aunque al principio el planteamiento propuesto por Piazzolla escandalizó a la crítica, con el paso de los años su revolución se ha vuelto ya un verdadero ícono de la música argentina.
En el caso de la música tropical originada en las islas del Caribe, existió un complejo proceso de ires y venires que terminó consolidando uno de los ritmos que, actualmente, conforman la base de la música popular a nivel mundial. La música africana, que fue implantada a través de los esclavos en lugares como Cuba, posteriormente fue llevada a cuestas por los migrantes que huyeron a los Estados Unidos en la época del jazz. Algunas décadas después, estos mismos ritmos volvieron a latinoamérica en manos de los productores musicales que mezclaron ritmos urbanos de los barrios estadounidenses con la frescura de la música tropical latina, conformando lo que actualmente es el reguetón, uno de los géneros de mayor impacto en la industria musical de hoy en día.
Todas estas formas de transculturación musical se han gestado directamente a raíz de los procesos migratorios que han tomado lugar a lo largo de la historia. A pesar de que por la proximidad histórica es muy difícil juzgar de forma crítica, cada uno de los casos particulares que pueden motivar a un ser humano a salir de su hogar en busca del futuro que anhela, el impacto que el fenómeno como tal tiene en la cultura es sumamente enriquecedor.
De esta forma es como se han asentado muchas de las más grandes culturas de la historia, gracias a los cambios que se producen cuando las divisiones y las fronteras no son más que lineas dibujadas en la arena que al ser pisadas por miles de pasos peregrinos terminan por desaparecer.