La rosa alquímica (II) || Carlos Maximiliano Cid del Prado

Tal es la exigencia del camino del místico que implica una total entrega a Dios. Uno de los méritos de la consagración hacia la divinidad es la fe absoluta hacia el Creador, por el cual todas las cosas fueron hechas y por quien todo se sostiene. Así, Silesius sugiere -basándose en las Sagradas Escrituras-, que el camino del místico conlleva una plena confianza en Dios:

DEJA QUE DIOS SE OCUPE DE TODO:

¿Quién decora las azucenas? ¿Quién alimenta a los narcisos? Entonces, cristiano, ¿a qué tanto inquietarte por ti?

Lucas 12: 27 – 28:

Considerad los lirios, cómo crecen; no trabajan ni hilan; pero os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de éstos. Y si Dios viste así la hierba del campo, que hoy es y mañana es echada al horno, ¡cuánto más hará por vosotros, hombres de poca fe!

La rosa representa también el camino del místico. Como símbolo de la santidad, fue retomada por Dante en su Comedia. Al estar estructurada en tercetos (endecasílabos); dividida en tres partes: el infierno, el purgatorio y el paraíso; al ser tres los protagonistas: Dante, Virgilio y Beatriche; y tres las divinas personas: el Padre, el Hijo y Espíritu Santo; la Comedia apela a un carácter simbolista en fondo y forma. No es casualidad que la letra «Aleph» -ya mencionada anteriormente- se considere una figura triúnica, es decir tres en una. La grafía «א» está constituida por tres trazos; el primero es una yod «י», la segunda es una vav «ו» y la tercera es otra yod «י». Juntas forman la grafía «א». Recordemos que el » Aleph» divino es aquel por medio del cual todas las cosas fueron hechas.

Por lo tanto, la cuestión de lo divino está presente en la obra de Dante, en ella se retoma el símbolo del lirio del apóstol Lucas, y lo resignifica como ejemplo del camino del místico convirtiéndolo en símbolo hermano de la rosa:

Quivi è la rosa in che ‘l verbo divino

carne si fece; quivi son li gigli

al cui odor si prese il buon cammino

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La rosa en que encarnó el Verbo divino

está con los lirios que, fragantes,

marcaron con su olor el buen camino.

Así las cosas. Si pensáramos que el universo es un jardín, el místico sería la rosa que, por medio de su ejemplo, guía mediante su aroma a los otros seres humanos hacia la senda oculta que conduce a la divinidad: aroma que emite de manera axiomática puesto que es la santidad que lo produce y le da belleza, fragancia y color. Por lo tanto, quizá la rosa sea un símbolo de la historia de un recorrido iniciático, retomada por Dante en su Comedia, en la cual el Infierno, lugar de pecado y podredumbre, representa el abono que fertiliza la flor. Terreno pantanoso e inmundo donde la rosa echa sus raíces y del cual se nutre. El Purgatorio, lugar de sufrimientos, donde las almas se purifican y limpian de sus culpas, pero también donde son probadas. Si bien es un lugar escabroso y espinoso -recordemos la forma de la rosa-, representa la transición del espíritu por la depuración, que lo prepara para el encuentro con lo divino. Por último, está el Paraíso, lugar de suprema santidad. El iniciado ha pasado del conocimiento mundano al perfeccionamiento moral hasta la cima donde se encuentran los espíritus transfigurados. Lugar de la Rosa Mística formada por Dios, Jesucristo, sus principados y potestades y sus santos. La rosa transfigura el espírtu hasta la beatificación, semejante al proceso alquímico de la transformación del plomo en oro.

Por lo tanto, podemos concluir, luego de este breve recuento que en la Rosa Mística se encuentra el significado primigenio del cosmos y su fluir en el tiempo: el místico al conocer a Dios ha alcanzado el saber y la ciencia divina. La Rosa Mística consagra en sí misma todas las transformaciones, metamorfoseándose ella misma en la Rosa Alquímica.

Bibliografía:

  • Silecio, Angelo. Peregrino Querúbico. Trad. Francesc Gutiérrez. España: Ediciones de la Tradición unánime. 1985. 219 pp.
  • De la Peña, Ernesto. La Rosa Transfigurada. México: FCE.1990. 233 pp.
  • Gorostiza, José. Poesía: Notas sobre poesía, Canciones para cantar en las barcas, Del poema frustrado, Muerte sin fin. 2da Ed. México: FCE. 149 pp.
  • Shakespeare, William. Hamlet, Penas por amor perdidas, Los dos hidalgos de Verona, Sueño de una noche de Verano, Romeo y Julieta. México: Porrúa. 1973. (Colecc. Sepan Cuántos) 272 pp.

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Maximiliano Cid del Prado (Ciudad de México, 1994). En 2016 fue becario del Festival Cultural Interfaz Issste-Cultura / Los Signos en Rotación. Ha participado en diversos homenajes poéticos. Sus poemas han sido publicados en revistas electrónicas e impresas. Actualmente forma parte del Taller Literario ÍGITUR y del proyecto «Crítica y Pensamiento en México». Cursa la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas (UNAM).

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