Decálogo (en proceso) de un novelista irredento

Texto por Gonzalo Lizardo

«Musas bailando con Apolo» de Baldassare Peruzzi

1. Nunca la literatura (y menos la narrativa) será un acto solitario sino colectivo: un gesto social. Escribir sólo para uno mismo es onanista; escribir para la multitud es demagógico; escribir para la posteridad es una megalomanía cercana a la necrofilia. Lo ideal sería escribir para los pares: para aquellos lectores (pasados, presentes o futuros) con los que uno pudiera tomarse un café, conversar largas horas, cultivar la amistad y la polémica.

2. Como los sacerdotes y los adictos, un autor auténtico jamás deja de serlo, ni cuando come, ni cuando juega, ni cuando está en la fila del banco, ni mucho menos cuando duerme: el novelista debe aprender a vivir siempre atento, pues en cualquier rincón de la vida o los sueños diarios puede hallarse un tema, un motivo, una historia o el ¡eureka! que resuelve un problema literario.

3. No se puede ser un narrador crítico y comprometido al mismo tiempo. En cuanto el autor se “compromete”, su escritura deja de ser crítica, en tanto sus juicios y sus valores se comprometen con los que impone la ideología, la religión o el partido político donde milita. López Velarde y Revueltas son ejemplos emblemáticos: para ser buenos escritores, uno se resignó a ser mal católico y otro a ser mal comunista.

4. Escribir es un acto de relectura y rememoración, de reescritura y revisión. El autor debería tener dos rostros, como Jano: uno que mire hacia delante, hacia los proyectos pendientes o en marcha, y el otro hacia atrás, para no perder de vista el camino ni los libros recorridos, las experiencias propias y ajenas, individuales o colectivas.

5. Para escribir no basta sólo el trabajo ni sólo la inspiración. Quien afirma que con puro trabajo se puede escribir buena literatura es un iluso, o bien un demagogo que busca clientela para su taller literario. Quien confía solo en la inspiración es más estúpido todavía, pues las musas (por lo general) desdeñan a los autores perezosos.

6. No se escribe novela para “contar” una historia sino para “hacerla real” en la mente de los hipotéticos lectores. La novela es un artefacto hecho con palabras que el lector activa para provocar en sí mismo una emoción que es plenamente real: la piedad, el terror o la risa que paraliza el ánimo cuando se lee, se contempla o escucha una obra de verdadero arte.

7. Como acto corporal y mental, la escritura resiente las afecciones de la carne y del espíritu. No siempre se escribe mejor cuando el cuerpo está sano y el alma serena; al contrario, suele ser más fecunda la escritura que nace de la enfermedad, el dolor, la miseria o la locura. Pero de poco servirían tales experiencias —por intensas y sinceras que fueran— si el autor perdiera la lucidez, la fortaleza o la paciencia necesaria para volverlas arte.

8. Sin importar su apariencia “realista” o “fantástica”, la mejor novela (como las leyes científicas) es siempre un gran descubrimiento. Tanto El proceso como Pedro Páramo son relatos fantásticos que expresan descubrimientos reales: en la primera, el mecanismo secreto de la burocracia burguesa, en la segunda, los sueños y traumas de nuestro inconsciente colectivo. En ese sentido, toda novela debe ser considerada realista —incluso cuando sueña.

9. Escribir es un acto de interpretación (una hermenéutica) pero también un proceso de producción textual (una poética). Como toda hermenéutica, debe ser fiel a su objeto, es decir, el mundo real y sus posibilidades. Pero exige, como toda poética, un arduo trabajo con el lenguaje, un oficio imaginativo y una techne flexible, habilidades que solo se adquieren cuando hay verdadera vocación y disciplina.

10. Sea en lo literario como en lo natural, no hay concepto más abyecto que el de “pureza”. Las sustancias puras, las razas puras y las almas puras son producto de una abyección: de una violencia. Ergo, la novela más lúcida no debería aspirar a la pureza sino al sincretismo: a la perfecta amalgama de todas las impurezas. Por eso le viene bien cierto grado de “malignidad”, para no volverse un texto inocuo, sin capacidad de conmover o subvertir.

11. Para incursionar en un género, es necesario transgredirlo: la tradición de la novela policial, erótica, histórica o de ciencia ficción ha sido construida por obras que escapan a las fórmulas establecidas, o incluso las parodian. “El jardín de los senderos que se bifurcan” es genial porque empieza como cuento bélico y termina como cuento metafísico.

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Gonzalo Lizardo (Fresnillo, Zacatecas, 1965). Narrador y ensayista. Estudió la maestría en Filosofía e Historia de las ideas en la UAZ, y el doctorado en Letras en la Universidad de Guadalajara. Colaborador de las revistas Azar, Azogue, Babel, Diálogo, Finisterre y Funes, y miembro del Consejo Editorial de las revistas Dosfilos y Exilio. Ha sido becario del FONCA en dos ocasiones. Miembro del SNCA. Entre sus obras publicadas destacan los libros de cuentos Azul venéreo (Joan Boldó i Climent, 1989), El libro de los cadáveres exquisitos (Ediciones Sin nombre, 1997) y las novelas Jaque perpetuo (ERA, 2005), Corazón de mierda (ERA, 2007) o Invocación de Eloísa (ERA, 2011).

*Recopilación por Marco Antonio Toriz Sosa.

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