El reflejo difuso en el mosaico blanco. El incesante tintineo de las ollas, sartenes y cucharones. Cuchillos, sangre, frío. Las cocinas pueden llegar a ser tan atemorizantes como una morgue. ¿Qué muere en todas las cocinas? ¿Sólo las extrañas criaturas que nos narró Amparo Dávila? ¿O también un poco de nosotras mismas como contaba Rosario Castellanos?
La constante entre las cuatro escritoras ha sido la cocina. No obstante, ninguna ha hecho de ella un espacio ideal. Ninguna es un ángel del hogar, ninguna es la amada esposa, ni la amante perfecta.
Si la cocina fue durante mucho tiempo un lugar de hacinamiento, de reclusión, disfrazado de pasatiempo y responsabilidad, hay que destruirlo para edificar uno nuevo. Y al edificarse un nuevo espacio, también se construye una nueva forma de ser mujer: libre, sin exigencias, sin cumplimientos ni ataduras.
La forma que estas escritoras tienen para resistir a los estereotipos de fuerza, a la camisa de fuerza que es “lo femenino” como molde con reglas y normas específicas es sublime: criticar el poder con su propio lenguaje y sus propios recursos. Utilizar una receta para hablar del quehacer escriturario como Inés Arredondo y hablar de lecciones de cocina nos permite ver el trastocamiento de los temas, pensar desde dentro y romper la tradición desde las entrañar. Muestran una apropiación tan magistral de los términos y de las situaciones que son capaces de convertirlas en obras de gran calidad literaria.
Sin embargo, no todo es técnica, ¿cuál es el sentimiento detrás de todo? ¿El tedio, la soledad, la desesperación? ¿La decisión, la voluntad, la necesidad de encontrar otro camino? Otro modo de ser, escribió Castellanos en uno de sus poemas, debe existir una forma diferente de experimentar el mundo. ¿Cuál es? Sigo sin saberlo a ciencia cierta, apenas algunos atisbos encontramos a lo largo de estas semanas en los textos culinarios. Podemos pensar todo lo que ellas dejaron en sus obras como pequeños guiños, pequeñas migajas que nos invitan a leer entre líneas, a revisar toda su obra porque su pensamiento no está compendiado en un manifiesto lleno de pasos a seguir, sino desperdigado entre poemas, textos periodísticos, cuentos, novelas, ensayos. La propuesta es justo esa misma, encontrarse como mujer implica una labor investigativa, es buscar en otras las huellas, es leer lo que otras ya iniciaron y a partir de ahí, trazar una ruta, dibujar un camino y emprender el vuelo.
Las mujeres en la cocina han demostrado que ninguna cárcel, por más imaginaria, es capaz de recluir el pensamiento libre, el amor por la imaginación y la belleza de las palabras.
Autor: Giselle González Camacho Chiapaneca que a veces escribe. Me interesan las literaturas populares, el origen de las palabras, el trabajo comunitario y la escritura femenina. |