El cuarto milagro de la niña de los alfileres

Texto por Julián Mitre

Uno de mis libros más queridos es Larvas, de Alfonso Suárez Romero. Su historia me encanta a pesar de que, como novela, acredita varias fallas. Mucho del cariño que le tengo es, porque hasta antes de mi encuentro con Larvas, nunca me había planteado el hecho de que mis textos pudieran ser leídos por otro. Alguien además de mí.

Supe de Larvas gracias los cómics. Una tarde, en mi habitación, leía un número de Batman y en su contraportada se anunciaba el libro ganador del “Primer premio internacional de novela de ciencia ficción y fantasía, MECYF 97”. Recuerdo cuánto me emocionó la reseña del libro (y el certamen en sí). Hasta entonces yo no sabía nada de los concursos literarios. Decidí participar en el MECYF al año siguiente. Imaginé qué sucedería si ganaba: un desconocido podría leer y, con suerte, disfrutar lo que yo había escrito. La posibilidad de que mis historias llegaran a otros, que fueran capaces de emocionarlos, me fascinó. Al final escribí una novela horrible. Preferí no concursar. No supe más del MECYF, ni de ningún otro premio.

El deseo de ser leído por otros ya había anidado en mí. Por ello publiqué algunas cosas en foros de internet. Los pertenecientes a MSN y a Yahoo eran ya muy populares en aquellos tiempos. Así anduve por varios años: conformándome con saber que mis textos les gustaban a los quince o veinte tipos que me halagaban.

Las cosas cambiaron cuando, en uno de esos foros, un escritor medianamente popular dijo que uno de mis textos era basura. Desde ese momento tanto él como sus fans comenzaron a burlarse de todo aquello que yo posteaba en el sitio. Pero alguien se apiadó de mí: a mi correo llegó una invitación para participar en un taller literario. Era en línea y se centraba, principalmente, en la ciencia ficción, la fantasía y el terror. Los Forjadores. Aceptar la invitación (enviada por Susana Susman, la fundadora del taller) fue un gran acierto. Gracias a Los Forjadores comprendí mis errores. Supe que había hecho mal algunas cosas. No basta con la capacidad de llenar algunas cuantas cuartillas con palabras que, más o menos, dicen algo. Tras un buen cuento hay mucho trabajo: correcciones, lecturas, paciencia y, sobre todo, autocrítica.

En Los Forjadores adquirí las armas para lograr que mi obra tuviera la calidad suficiente como para ser aceptada en algunas revistas electrónicas. Muchas de estas están hoy fuera de línea, pero en su momento me dieron mucha satisfacción al compartir mis textos.

Algunos años después, tras mucha insistencia de una de mis mejores amigas (pues me daba bastante miedo entrar en un taller presencial), me uní al taller Miguel Donoso Pareja, coordinado por David Ojeda.

En este oficio la disciplina es esencial y David lo dejaba en claro: la exigencia era muy alta. Vi a muchos desertar tan solo con la primera sesión. Quienes persistían era porque su compromiso y sus ganas de ser escritores eran genuinos. Durante mi tiempo en el taller Miguel Donoso pareja, encontré en David Ojeda a un gran maestro. Estricto y generoso en partes iguales. Ojeda no sólo ayudaba a sus alumnos a mejorar en su escritura, se esforzaba por transmitirnos el amor a las letras. Él formaba escritores. Su visión de la literatura y de la vida en general dejó en mí una gran marca.

Volví entonces a poner mi mirada en los concursos literarios: participé en dos o tres de ellos con un libro que, en realidad, era sólo una recopilación de textos. No gané ninguno. En un libro de cuentos debe existir cierta unidad. Una vez que entendí esto, me dediqué a escribir, ahora sí, un libro de cuentos. Fue un año de bastante trabajo: tallerear, corregir, reescribir, leer, investigar, ver mucho cine, series y videos.

El hecho de terminar el proyecto fue un gran logro para mí. Pero tanto trabajo merecía algo más. El objetivo era conseguir publicarlo. Ahí me topé de frente con una realidad que no conocía del todo: publicar es muy difícil. Mi libro anduvo en editoriales pequeñas, medianas y grandes. Fue ignorado o rechazado en la mayoría, estuvo a punto de editarse un par de veces, pero por distintas razones el proyecto se canceló.

Resultaba frustrante, un poco desalentador. Pero lo importante es no dejar de escribir, otra de las grandes enseñanzas que me dejó Ojeda. Por eso, mientras esperaba a que el libro fuera aceptado en alguna parte, me embarqué en un segundo proyecto. De nueva cuenta: muchas lecturas, tallereo y reescrituras. Esta vez me llevó más de un año: mientras le daba forma surgieron dos proyectos más de manera alterna y, además, me puse un estándar más alto.

De este segundo libro, también de cuentos, tomé “Los tres grandes milagros de la santa niña de los alfileres” para participar en el Segundo Premio Nacional de Cuento Fantástico “Amparo Dávila”. El texto resultó ganador.

Obtener el “Amparo Dávila” fue un reconocimiento a todos los años de trabajo y esfuerzo por hacer bien esto de escribir. Un indicador que me dice que voy por buen camino, que me obliga a mejorar, pues es un gran paso, pero es sólo el primero.

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Julián Mitre (San Luis Potosí, México, 1983) fue ganador de la segunda edición del Premio Nacional de Cuento Fantástico “Amparo Dávila” con el cuento “Los Tres Grandes Milagros de la Santa Niña de los Alfileres”. Forma parte de la antología Motivos de sobra para inquietarse (Ediciones Pimienta, 2017). Fue integrante del taller literario Miguel Donoso Pareja, coordinado por el escritor David Ojeda. Cuenta con varios relatos publicados en diferentes revistas (impresas y digitales) y colabora como guionista para un programa televisivo de corte cultural.

*Recopilación hecha por Marco Antonio Toriz Sosa.

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