Es para mí un misterio por dónde merodea el corazón cuando uno se enamora. El cuerpo se va por su camino, continúa la rutina; pero el corazón, nos lleva de la mano por un sinfín de paisajes, cada uno más hermoso que el anterior. Playas, en las que admiramos la inmensidad, bosques y jardines donde nos dejamos llevar por la tenue danza de vivir que las flores nos recuerdan. A veces y con suerte, uno habrá sido guiado por su corazón al río, donde sentado se encontrará con un bastón de eucalipto y un amplio sombrero de palma; sin embargo, al mirar al río no saldrá un viejo, sino un niño, o al menos eso le dirán los ojos rodeados de pobladas cejas canosas: un pequeño niño que salió de su casa. Si uno se aventura, en este merodear del corazón, a caminar al lado de este niño en cuerpo de viejo, Harry Partch, escuchará con su voz grave y permanentemente melodiosa, una música sincera en su compasión por el que ama.
Tras la llamada de un diapasón, disonantes órganos, marimbas, kitharas y cantos, nos adentran a una ciudad hostil. Cambiando entre varias texturas y ritmos nos describen las calles y letreros que plagan cada esquina. Irrumpiendo con el caos poco tiempo después, un coro nos anuncia la llegada del soñador que aún permanece. En una frágil textura de viola y percusiones, una voz nos recita su llegada. Después, en repentina violencia escuchamos su caminar por las calles, por los edificios, por los parques y oficinas hasta que meditabundo el soñador en la voz de Harry Partch se dirige a sus alumnos instrumentistas y les cuenta, señalando las bancas y parques, cómo años antes en ellas podía uno sentarse en la calma y leer, cómo los amantes podían traer un poco de luz al parque con su querer. Antes no había letreros, pero ahora los hay y dicen claramente: “no merodear”. Y el coro de alumnos contesta con firme enojo: “no merodear”…
Nació en 1901 en Oakland California, en el aún viejo oeste. Creció escuchando canciones de cuna chinas de su madre, música de grupos yaquis y música tradicional mexicana de los músicos en la zona. Dedicó sus primeros 20 años, pese a su temprana orfandad a los 11, al estudio de la música, mientras trabajaba para sustentarse. Con sus estudios llegó un momento en el que, harto de la tradición musical de occidente, tomó la decisión de quemar todas sus partituras anteriores y de prometerse que no se dejaría forzar por nadie nunca más: sería completamente libre. Compuso por años y conoció otros países apoyado por distintas universidades, pero al iniciar la Depresión de Estados Unidos llegó un momento en el que no tuvo más a dónde ir. Guiado por su promesa tomó la vida de vagabundo. Haciendo esporádicos trabajos donde podía conseguirlos, por 12 años vivió en las calles y campos, haciendo su propio fuego, guisando su propia comida y por supuesto componiendo su propia música y diseñando sus propios instrumentos. A lo largo de su vida, Partch inventó 26 instrumentos distintos, todos basados en sus intereses estéticos tanto musicales y visuales y una vez fuera de la pobreza se dedicó de lleno en su etapa más productiva a total creación.
Harry Partch no deseaba ser recordado, sino que en el tiempo que sobreviviera su obra pudiéramos acercarnos y, como admirando las pinturas rupestres del sur de Francia, escuchar maravillados por lo que el hombre es capaz de hacer cuando lleva como estandarte su propia libertad de crear. “El soñador que permanece” (The dreamer that remains) fue la última obra que compuso Harry Partch a sus 73 años, comisionada por una fiel amiga suya, Betty Freeman, para musicalizar el documental del mismo título que ella pensó como un retrato del compositor. La obra está dedicada a Stephen Pouliot, el director del documental, con el subtítulo de la obra que se encuentra en la partitura: “Mi canción de amor para Stephen”.
A quienes se preguntan “¿qué le dijo entonces, Partch al joven que se encontró en un río durante su hipotético merodear del corazón?”, su respuesta la encuentran en los últimos versos de “El soñador”, donde, convencido por sus alumnos para dar un último consejo, Harry Partch y todos cantan en armonía: “¡Déjenos merodear juntos y conocernos los unos a los otros! No tengan miedo, pues somos los soñadores que permanecen.”
Autor: Fermín León Salazar Compositor y fanático de las artes. Mexicano de 19 años. Escribo sobre la música que conozco y la manufactura detrás de ella. |