Las grandes figuras de la cultura son tan conocidas que todos terminan sabiendo poco o más bien nada de ellos. Conocí a Adela Fernández por fortuna y casualidad hace dos años y, desde entonces, me convencí de estudiar su literatura. Lo primero que supe, como casi todos, es que fue hija de la relación entre Emilio “El Indio” Fernández y una bailarina cubana que el actor conoció en un viaje. Dada la naturaleza de la casa paterna, Adela vivió rodeada de la farándula artística y cultural del México de mediados del siglo pasado: Dolores del Río, Diego Rivera, Frida Kahlo y todo su círculo llenaban la sala de El Indio y le daban a su hija un trato cercano a una relación de servidumbre.
Entre su poca sociabilidad y sus asuntos familiares, además de la poca atención recibida, Adela Fernández tuvo muchos problemas durante su adolescencia: dejó la escuela a los trece años; bebía, fumaba y consumía drogas frecuentemente. De hecho, el alcoholismo fue uno de sus más grandes problemas incluso en su adultez.
“La jaula de la tía Enedina”, uno de sus cuentos más famosos —si no el único— y el más citado, cuenta la historia de una mujer demente que vive recluida por su familia y solamente recibe las visitas de su sobrino, quien le lleva la comida diariamente y con quien termina teniendo relaciones sexuales. La construcción de los personajes es uno de los mayores méritos de la narración, pues los dos personajes principales —y los únicos que actúan, en realidad— se forman a través de un reconocimiento entre iguales: la tía loca y el hijo bastardo, los marginados de la familia.
Además, se toca el tema de la reclusión de las mujeres y el destino de las mujeres que no se casan, pues es ésta la razón de la locura de la tía Enedina: su novio la dejó plantada en el altar. Hay un uso de la profecía y la premonición al inicio del cuento que condena a la mujer a nunca casarse y a vivir únicamente acompañada de un canario que su sobrino nunca puede darle, aunque ella se lo pide fervorosamente. Este cuento fantástico tiene una relación con lo bestial, el incesto y, en cierta medida, el abuso.
A pesar de haber dejado la escuela, Adela Fernández estudió posteriormente dramaturgia y cinematografía; escribió guiones para cine y teatro, además de contestar las cartas de las mujeres de su padre y las de sus admiradores. Tras la muerte de Emilio Fernández, se dedicó a gestionar y promover su patrimonio. Vivió en Estados Unidos —en Nueva York, específicamente— muchos años, donde se volvió famosa dentro de la cultura chicana por sus libros de cocina mexicana. Se dedicó a la investigación de las culturas prehispánicas mexicanas y a la difusión de la tradición del Día de Muertos, en los años noventa. Publicó algunos libros de cuentos como Vago espinazo de la noche, Duermevelas, Híbrido y Sabrosuras de la muerte. Escribió sobre todo literatura fantástica y maravillosa, rondando los límites del terror, y es una de las escritoras mexicanas —y de los escritores mexicanos, en general— que mejor han trabajado el género.
Conforme se acostumbraron a que yo le llevara los alimentos, nadie volvió a visitarla, ni siquiera me preguntaban cómo seguía. Yo también le daba de comer a las gallinas y a los marranos. Por éstos sí me preguntaban, y con sumo interés.
Otro cuento de esta autora que me parece un gran logro es “Cordelias”, pues en éste, la escritora narra la anécdota de una niña encontrada dentro de una reja de fruta que es adoptada por una mujer de pueblo, quien posteriormente la encierra por las habladurías de la gente. Tiempo después, cuando la madre decide que el tema ha pasado de moda, lleva a su hija a una fuente en la que, al ver su reflejo y hablarle, éste cobra vida. Lo mismo pasa cada vez que alguna de ellas se ve a sí misma. En este texto rescato el trabajo con el doble, el yo y el otro, además del manejo de las categorías de lo fantástico y lo maravilloso.
Mi madre pagó el valor de la hechura a la modista y se despidió satisfecha de poder vestir a sus dos hijas obtenidas por la gracia de Dios. A la velocidad de la luz, del espejo salieron los reflejos y tras adquirir cuerpo y alma corrieron a abrazarla. Esa vez mi madre regresó a casa con cuatro Cordelias.
Ambos cuentos convocan a un tema: mujeres encerradas, abandonadas. Sin embargo, sus personajes femeninos se encuentran en posturas diferentes: la suciedad, locura y animalidad de la tía Enedina frente a la ternura e infancia de Cordelia. En uno hay madres malas y en el otro madres buenas; no obstante, la oscuridad es un tema que cubre a los dos textos. En ambos se pone de manifiesto una condena, un destino fatal que quizá Adela consideraba para ella misma también.