El tango argentino es uno de esos géneros musicales que resultan inconfundibles a primer oído. Esto se debe no sólo a su particular sonoridad y ritmo, sino a que la música en sí misma lleva una intención, un estilo característico que la define más allá de todo aspecto formal. Melancolía desgarrada, dramatismo, abandono, estas son las imágenes de fondo que proyecta el tango y que, de una u otra forma, reflejan la realidad de los músicos porteños que lo gestaron.
El género como tal surgió a finales del siglo XIX en los barrios bajos de Buenos Aires como una mezcla de las payadas de los gauchos, los candombes de los esclavos y las milongas de los blancos. A pesar de que en su origen fue música pensada para tocarse en prostíbulos y cabarets, la fuerza y popularidad que adquirió hizo que en un par de décadas el tango se volviera el ritmo insigne de la gente rioplatense.
En esta época fue donde vivió Astor Pantaleón Piazzolla, un niño de ascendencia italiana nacido en 1921 en Mar del Plata.
Su infancia transcurrió en Nueva York, en donde, gracias al apoyo de su padre, inició sus primeros estudios musicales en piano y bandoneón —un instrumento similar al acordeón pero de menores dimensiones usado comúnmente en la música argentina—.
En 1934, el afamado cantante Carlos Gardel viajó a Nueva York para grabar una película en la que, coincidentemente, el joven Astor había conseguido un pequeño papel. En poco tiempo Piazzolla y Gardel se volvieron amigos y en una fiesta el cantante le pidió a su paisano que lo acompañara con el bandoneón, y fue tanta su admiración por la habilidad que tenía el músico de tan sólo trece años, que a los pocos meses Vicente “Nonino” Piazzolla, padre de Astor, recibió un telegrama de parte de Gardel en donde el tanguista invitaba a Astor a unirse a su orquesta durante su gira por Latinoamérica.
Dada la corta edad de su hijo, Nonino decidió rechazar la generosa oferta. Pocos meses después se publicó la noticia de que el avión de Gardel se había estrellado durante esa gira, falleciendo el cantante junto con su grupo de músicos.
La fortuna evitó que en el mismo accidente perecieran los dos más importantes tanguistas de la historia.
Astor finalmente volvió a Buenos Aires y comenzó a presentarse en un sinnúmero de cabarets y centros nocturnos en los cuales comenzó a ganarse un nombre. Su notable habilidad al bandoneón, que muchos catalogaban como la de un fuera de serie, atrajo la atención de los más grandes directores de orquestas de tango de Argentina, por lo cual en poco tiempo logró obtener un puesto en la comunidad musical porteña.
Pero las inquietudes y aspiraciones de Piazzolla iban más allá que las de un músico de cabaret. Gracias a un breve encuentro con el histórico pianista Arthur Rubinstein, el argentino logró que el compositor Alberto Ginastera aceptara darle clases particulares.
Debido a esta formación académica, Piazzolla comenzó a componer música de concierto, cada vez más vanguardista, en donde fusionaba formas típicas del tango con elementos propios de la música académica.
El impacto que tuvieron estas composiciones en el público fue tremendo. Para la comunidad intelectual, el estilo compositivo de Piazzolla era una “blasfemia” al permitir que motivos musicales propios del tango, que juzgaban como música de prostitutas, se introdujeran en las estructuras de la música seria; por otro lado, la comunidad tanguista negaba que la música de Piazzolla fuera tango, ya que la armonía disonante y la energía violenta de sus composiciones contrastaban con la sencillez de los tangos clásicos.
“Me di cuenta que mucha gente escuchaba esos arreglos míos y no les causaba ninguna gracia porque, lamentablemente, en esa época, en la Argentina se podía cambiar todo, menos el tango.”
De esta forma las composiciones de Piazzolla eran rechazadas por propios y extraños, razón que lo llevó a alejarse por algunos años no sólo del género, sino del bandoneón mismo, para dedicarse únicamente a la composición sinfónica y a la interpretación pianística.
Tras ganar un concurso de composición, en 1954 obtuvo una beca para estudiar en Francia bajo la tutela de Nadia Boulanger, en ese momento reconocida como la mejor pedagoga musical del mundo. Es ella quien hace entrar en razón a Piazzolla y lo motiva a buscar un estilo propio, ignorar las críticas de sus compatriotas y tratar de revolucionar el tango, un género congelado en el tiempo.
“Aprovecho todo el conocimiento, la cultura musical que yo tuve durante los años que estudié con Alberto Ginastera y con Nadia Boulanger. Todo ese conocimiento musical lo pongo al servicio del tango.”
Al año siguiente regresó a Argentina, formó un quinteto llamado Nuevo Tango y comenzó a componer música basada en el tango, pero introduciendo en ella elementos de lenguaje musical de vanguardia como el dodecafonismo y la atonalidad, utilizando armonías más complejas, cada vez más parecidas a las usadas en el jazz, conjuntándolo con un estilo contrapuntístico propio del Barroco y todo eso interpretándolo él mismo al frente de su quinteto, tocando el bandoneón de pie en el escenario mientras apoyaba la pierna derecha sobre una silla, rasgo icónico de su puesta en escena con el cual parecía querer desafiar al mundo, como si de El caminante sobre el mar de nubes se tratase.
Los primeros años tuvo que soportar fuertes desaprobaciones por parte de los críticos musicales y fue víctima de los boicots de muchas disqueras y radioemisoras argentinas, pero aquella guerra que en un inicio parecía ser de un solo hombre contra la sociedad comenzó a nivelarse.
Poco a poco comenzó a ganar más y más reconocimiento por parte de la comunidad musical internacional y paulatinamente fue invitado a presentarse en muchos de los teatros y salas más importantes del mundo. Tras presentarse en una gira por Nueva York, en 1965 realizó un trabajo discográfico en conjunto con Jorge Luis Borges, en donde la recitación de algunos poemas del escritor fueron musicalizados por el compositor. Este último evento fomentó la aceptación que paulatinamente tuvo el público argentino con relación a la música de Piazzolla, hasta que en el año 1972 logró presentarse por primera vez en el Teatro Colón de Buenos Aires, la sala de conciertos más importante de su país.
A partir de ese momento, el reconocimiento que se le había negado en toda su vida por fin rindió frutos. Realizó giras por todo el mundo, fue contratado para componer la música de una gran cantidad de películas y, más importante aún, se ganó el reconocimiento de sus paisanos. Finalmente, el tanguista renegado se había vuelto un ícono de la música argentina moderna.
Desde su muerte en 1992, muchos músicos de los más diversos géneros han homenajeado y reinterpretado la obra de Piazzolla, reconociendo la influencia que han tenido las creaciones del argentino en el panorama de la música contemporánea, no sólo por su inventiva al componer, sino por su tenacidad para enfrentarse a una comunidad en la que la cerrazón impedía la evolución natural de la música y por abrir un nuevo camino en donde la música académica y la música popular pudieran convivir en el mismo sitio.
Rebeldía, violencia y melancolía son los adjetivos que giran en torno a la obra de Piazzolla, la música de un hombre que puso un pie sobre la silla y desgarró un bandoneón que hizo renacer el tango.