#ÓrganoDeÁnimosPenfield 2: Comando 666: Bernardo Esquinca, un maestro inclasificable

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COMANDO 666:

BERNARDO ESQUINCA, UN MAESTRO INCLASIFICABLE

“Sí, sí existe un menosprecio al género fantástico en México”. Las palabras de Bernardo Esquinca duelen, son afiladas como una guillotina.

Hablar del género fantástico en México es hablar de una tradición velada: grandes autores, como José Emilio Pacheco o Carlos Fuentes se entregaron al género sin verlo nunca como su principal punto de creación. Incluso, me atrevo a decirlo, menospreciaban su propia obra fantástica en comparación con las grandes obras que los consagraron como escritores serios. ¿Qué podría decir Carlos Fuentes de su nouvelle Aura si se compara, injustamente, con Terra Nostra o con Las buenas conciencias? Esta una comparación muy desequilibrada: en nada se parecen y, no obstante, ambas son un par de obras maestras. Veamos, por ejemplo, a Francisco Tario: vivió a la sombra de Octavio Paz, su amigo y vecino, que nunca se atrevió a reseñar un libro suyo por el hecho de ser “literatura de evasión”, como muchos la consideran. Hoy en día, sin embargo, el género fantástico está teniendo un resurgimiento que me gusta, pero me asusta. ¿Por qué? En la década de los 80’s, en el mercado angloparlante, el terror vivió su época dorada: autores como Richard Matheson, Robert Bloch o Stephen King hicieron brillar tanto al género, que poco a poco éste se fue desgastando. ¿Pasará, acaso, lo mismo con el género fantástico en nuestro país? Hay muy pocos autores actuales, contemporáneos, que defiendan el terreno de lo Fantástico como su género fuerte, entre ellos, brillando, Bernardo Esquinca por encima de todos.

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Bernardo Esquinca, en una charla con Marco A. Toriz.

Heredero directo de Amparo Dávila y Francisco Tario, Bernardo Esquinca es uno de los pocos autores que, a pesar de tener una veta narrativa que gira en torno a lo fantástico, es inclasificable. Algunos dicen que escribe weird fiction, pero la verdad es que Esquinca escribe Literatura de calidad. No hay más.

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Toda la sangre (2013).

Hijo y hermano de poetas, Esquinca ha sabido crearse un nombre en la narrativa mexicana. Con seis novelas, dos antologías  y tres libros de cuentos en su currículum, Bernardo Esquinca es una de las voces más consolidadas de nuestro país. Poco a poco la crítica se ha ido abriendo, la perspectiva cambia y, entonces, las editoriales comienzan a publicar novela fantástica. Ahí es en donde Esquinca entra, cuando publica Belleza Roja (2005) y es, de inmediato, elegido como la mejor novela del año por el periódico Reforma. En un país acostumbrado a la novela realista, ésta afirmación y el premio Xavier Villaurrutia de Amparo Dávila, otorgado en 1977, nos sabe a nosotros, amantes de lo fantástico, como el Nobel de Octavio Paz.

A propósito del género, Esquinca dice: “las series televisivas también han hecho mucho por lo fantástico: ayudan a que la aceptación crezca”. Series como Los expedientes secretos X, Twin Peaks o La dimensión desconocida, han ayudado a que la gente aprecie más el género fantástico (sin mencionar, además, a la Ciencia Ficción). Al consolidarse como parte de la cultura popular, estas series ayudan, en sí, a que la gente adopte al género fantástico como un tópico más. Así, pues, no resulta tan extraño encontrar hoy novelas o cuentos de corte fantástico, como lo fue en la década de los 70’s en donde autores como Emiliano González fueron ignorados por las grandes ligas y terminaron siendo autores “de culto”.

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Esto, sin embargo, no le ocurre a Bernardo. La crítica lo adora y los lectores también. Al igual que Tario y Dávila, Bernardo es cada vez más conocido. Y no es para menos: sus obras son joyas que mezclan relato policíaco, negro, negrísimo, con tópicos fantásticos: fantasmas, religión, mitología azteca y, recientemente, en novelas como Carne de Ataúd, se mezcla la nota roja y la novela histórica.

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Belleza Roja (2005).

Hay de todo en este México posmoderno, y el género fantástico no se queda atrás: autores como Alberto Chimal, Liliana Vargas, Úrsula Fuentesberáin o Mauricio Molina han hecho mucho por el género. Muchísimo. Sin embargo, ¿en dónde queda Bernardo Esquinca? Novelas como Los escritores invisibles (2009) o la saga de Casasola, integrada por La octava plaga (2011), Toda la sangre (2013) y la ya mencionada Carne de ataúd (2016) permiten que el autor se inscriba en los lineamientos del género fantástico, pero también puede ser incluido en las filas de la novela policíaca, pero, además, puede ser considerado un autor “serio” porque no sólo escribe sobre fantasmas aztecas, insectos que dominan al mundo o sesiones espiritistas: Esquinca, conocedor del país en el que se mueve, habla de muertos, asesinos, desaparecidos, y nos demuestra que la realidad, a veces, como escribió Edgar Allan Poe, “puede ser más extraña que la ficción”.

Para Bernardo, lo que hace fantástico a lo fantástico es la intromisión de “un elemento que irrumpe en la cotidianeidad. Un elemento inofensivo que remite a algo no cotidiano”. Y, además, dice, “existen dos tipos de fantástico: el que se inscribe en el mundo normal, y aquel que crea un mundo nuevo”. Pero, ¿qué es la weird fiction, aquella que tanto se ha mencionado al hablar de su obra? Es una categoría que apela a la “ficción de lo extraño”. Por fortuna, parte de lo mismo, y un buen cuento sobrenatural de Bernardo sigue siendo, categóricamente, un buen cuento fantástico o, estrictamente, de terror. “Hay que recuperar el asombro”, dice.

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Mar negro (2014).

La principal virtud de Bernardo radica en su objetividad o, como escribió Élmer Mendoza, “en su brevedad”. El estilo es rápido, directo, sin adornos. Es, y cómo negarlo, un periodista que escribe novelas fantásticas. A propósito de la reedición de La octava plaga (Almadía, 2017), podemos decir que su prosa está más viva que nunca. Bernardo es un autor capaz de contagiarnos sus obsesiones más oscuras: insectos, niños que atacan personas mayores, dioses aztecas que regresan del pasado para reclamar su territorio. Es, al igual que Richard Matheson, un autor que encontró en su paranoia la manera de vivir de su escritura y, además, paliar los miedos de sus lectores que encuentran en sus textos las mismas obsesiones que el autor. Eso es, en mi opinión, uno de los fuertes de su obra: es capaz de entrometerse en las cabezas de los lectores y encontrar afinidad. Así, pues, cuando uno lo lee, puede sentir el miedo que el autor sintió al escribir dicho texto y decir: “yo también lo he sentido”. Y, además, logra la atención del lector para que, al final, aún después de sorprendernos, queramos leerlo de nuevo, una y otra vez, porque es, más que un texto, un placer.

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La octava plaga (2017).

“La ficción fantástica puede encontrar terreno en todos los géneros”, me dice Bernardo. Y también: “En un país como México existen elementos muy macabros que parecen salidos de la ficción”. Y: “No se trata de inventar cosas absurdas, debe haber, más que una ficción, demasiada realidad”. Es lúcido como faro, certero como un francotirador. Se molesta un poco cuando habla del dominio de la novela en el mundo editorial, pues disfruta más de escribir cuentos: “Hay una imposición del mercado, pero se equivocan: en México hay una gran tradición de cuentistas”.

Uno no escoge el género: el género te escoge. Y a propósito, Bernardo dice: “yo no me lo propuse: todo lo que veía de niño eran cosas de terror, era un gran fan de La dimensión desconocida. Yo creo que existe la vocación de escritor y la vocación del abismo. Mis historias nacen de la observación, de conocer historias y leyendas. A veces son cosas que me cuentan, se mezcla todo”. También dice que no se relee, “por salud mental”. Admite que sus influencias son J. G. Ballard, Amparo Dávila, Poe, Lovecraft, King y, entre otros, Rubem Fonseca.

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Los niños de paja (2008).

Con dos novelas en preparación (una es parte de la saga Casasola), Bernardo sigue sorprendiendo. Podemos encontrar flashazos de su ingenio en suplementos culturales, en donde, a veces, se publican cuentos suyos. Mientras, nos queda releerlo. Después de terminar nuestra entrevista, se levanta de la silla. Un firme apretón de manos. Termina su vaso de agua y, con el ambiente de muertos que pesa en el ambiente, se retira como si, acaso, fuera parte de una ficción. Una weird fiction escrita por él.

Esquinca es grande y, además, un maestro inclasificable.