Retratos del horizonte (Selección)
Norte
Escucha la tierra, su pulso, antes de partir,
el aire desgranado que aspira la piel, escúchalo.
Sigue esos pasos mortuorios
para responder tus preguntas.
En la muerte se cosen los hilos del tiempo
aunque el día clave lentamente las navajas
no habrá otro juicio para ti;
acude al espejo, mira,
los trasuntos de tu rostro brotan como agua,
las cicatrices salen,
son las últimas flores que pastan en tu boca,
en la boca enramada de aquel augurio de pájaros
donde soñaste la vida sin demora
después del enrejado, después de los muros interpuestos
sobre el destino aprehendido por tu alma.
Las colinas separan tu vida de tu canto
como un mar hondísimo que circula tus piernas
con la espuma de siempre
para luego volver renovado
a los pies de la bahía donde creces con fulgor.
Esta y la otra ciudad se entierran
por el nuevo laberinto,
los bosquejos del cielo se hienden
hasta sanar sobre la misma superficie.
Mira, te has apurado para ver la arborescencia
de los cuerpos, la imagen rota de las hojas otoñales
pero no has podido apreciar el camino
como el río salvaje que dispone la memoria,
natural, exultante, eterno.
Toda voz vuelve al diafragma, se cruzan tus cuerdas
con la fiebre de las estaciones. Mira tu cuerpo,
has pasado a quebrar entre las ramas,
el nido se ha roto, el sol vuelve a su cauce,
huirás. pero los ecos de tu aliento
gritarán como los fuegos natales.
Cuando escape tu quebranto entre los dedos,
cuando el agua retorne renovada,
entonces, vuelve a los nidos.
Norte II
Puertas abren como enlazando un corazón,
penden de frágiles huesos, hablan, musitan nombres,
abren el pecho, la llama entra
pero no sabe dónde desbocar.
Puertas abren sin volcar las mismas emociones,
el pulso: cicatriz indeleble,
se pierde, demuele mundos,
puertas cierran el resto del camino,
la luz ceja su fuerza y busca la ventana.
Para ti no hay luz encarnada,
los dioses viven latentes de tu manto,
para ti no hay faros ni focos, no hay luz sedienta.
La cruces son aguijones de tu libertad,
trazos de tu mapa, plazas adoquinadas,
palacios, ceremonias, aves flagelando las banderas.
Las cruces son añicos de este suelo, palacios,
ceremonias, para ti no aguarda la vida su vivero,
en casa alguien llora y alguien reza
por lo que has salido de los valles
para ver al fruto enarbolar sobre la higuera.
Puertas abren la sombra enterrando una cruz,
los sedimentos abren las grietas de tus plantas,
viajas, tomas las manijas, el ruido estremece el herbazal,
la soledad se apodera de tu espalda,
cuidas tu silueta, partes al sitio árido
donde sueña la piel con la lisura del vientre.
Puertas en tus pies se estancan como lodo,
te guían los resquicios de la tarde,
has llegado a tiempo
para ver las luces de la inmensa ciudad
en la espiral de la noche.
Norte III
Has dejado tu casa mancillada en el desierto,
esperando a que un ave afiance tu pecho
o llene tus bolsillos con hogazas.
En cada ida un corazón toca una estrella,
las estrellas arden cuando el viento desentierra
los huesos de los niños.
Este desierto curte las plantas,
derrama el agua de la alforja,
la voz escupe flautas
pero dios no oye su canto.
Jadeas, tu aliento se entrecorta,
date cuenta, el verano es la espesa agitación
que nos lleva hacia el infierno.
Jadeas, tu sangre escurre en la arena,
tu fresco verdor es anterior a la lluvia,
el sesgo anuda otro cuerpo
al enramado que te espera como hogar.
No dejes tu vida en las jaulas del sol,
encara al destino con la fiebre entrañada en tu camino,
la vida en las jaulas
alcanza tu destino,
sigue, después de tanta arena en los zapatos
la playa emerge y renueva tu rostro.
Acerca del autor: David Cacho (2000). Estudia el bachillerato, escribe poesía y cuento. Ganador de la décima entrega del certamen “Concurso Infantil y Juvenil de Cuento” organizado por el IEDF. Miembro del taller “poesía en la cornisa” organizado por Proyecto Literal e impartido por Manuel de J. Jiménez. Es activo colaborador en la revista La liebre de fuego.
Fotografía de Iure Góes