En la primera parte de este estudio, analicé a Walter White como un reflejo del estereotipo del hombre familiar, de sus responsabilidades, del rechazo que puede tener o de lo poco convencido que puede estar de su situación. Breaking Bad trabaja perfectamente con estos papeles y los explota para crear una historia envolvente e interesante. Hay personajes que rompen con ese paradigma o abordan otros estereotipos como el del hombre latinoamericano. Para revisar ese análisis, hacer clic aquí.
Walter White, como ya decía, es un hombre que está inmerso en la cotidianidad de su vida, por sus responsabilidades que se anclan en la familia. De esta manera, necesita de alguna emoción externa que cambie de dirección la banalidad. Hank, su cuñado, lo invita a participar en un operativo de la DEA, lo que lo llevará a interactuar con Jesse Pinkman, vendedor de metanfetamina y exalumno suyo. Hay que señalar que es precisamente por esta casualidad la que lo lleva a conocer a su Ayudante (recordemos el modelo actancial del primer análisis).
Walter se percata en lo aburrido de su vida y en la falta de emociones, al interactuar con otras personas y con otros medios. Así, nuevamente con el modelo actancial de Greimas, aunque esta vez enfocado en el plano del ser, puedo analizar a Walter White de la siguiente manera:
Es necesario señalar el violento cambio del papel de su familia. En el primer modelo, su familia se encuentra como objeto, aunque en realidad es su oponente. De esta manera, ancla las posibilidades de Walter White de poder ser feliz. En la serie, hay algunos fragmentos en los que se muestran las frustraciones en la vida de Walter: la falta de emociones, el fracaso por pertenecer a una empresa prestigiosa que él mismo inició, la carencia del dinero y la repetición constante de su aburrida vida. Son estos aspectos los que impulsan la ambición de Walter al ganar más luego de conseguir sus primeros dólares en la venta de metanfetamina. Walter, con el tiempo, se vuelve insaciable.
El hombre familiar, así, se ha transformado drásticamente. Casi siempre pone como prioridad a la familia y es precisamente por ella por quien realiza sus actos ilícitos. La metamorfosis es monstruosa —igual que la de Gregorio Samsa, aunque el personaje de Kafka lo haga en una elipsis, en un abrir de ojos, en contraparte con el desenvolvimiento progresivo de Walter White a través de toda la serie.
La cita que añadí en el artículo pasado cobra sentido con el paso del tiempo: un hombre provee, sin importar si es apreciado, respetado o amado. Esto me lleva a cuestionar lo siguiente: ¿existe una mitificación del trabajo y del sacrificio por la familia? ¿Un hombre es, en tanto su capacidad de resiliencia y éxito en el medio? La felicidad, de esta manera, no importa; y si acaso alguien se atreve a ser feliz por un acto censurado social y legalmente, resulta censurado y excluido en su totalidad. Evidentemente, en esta reflexión, Walter no es el mejor ejemplo, pues se transforma a tal grado de volverse un asesino y, en ese caso, hay otro conflicto de individualidad y de intereses personales.
Breaking Bad construye esta configuración con todos sus elementos circundantes. Walter White se convierte, de tal modo, no sólo en el representante —sólo en un inicio— del estereotipo, sino en el destructor del mismo que invierte el papel de su familia por el de su felicidad y, lamentablemente para él, se queda solo. A eso está expuesto el hombre familiar si no cumple con aquella idea, con esa mitología del hombre familiar que debe anteponer, sobre todas las cosas, a su familia, a su sangre.
Comencé este análisis con un epígrafe de Roland Barthes, filósofo, ensayista y semiólogo francés:
«Todo está por desenredar, pero nada por descifrar».
Los símbolos, las redes construidas sobre nosotros, están ahí, casi intangibles, casi imperceptibles. No existe, quizá, algo dentro de nuestra sociedad relativamente novedoso, sino que las ideas están implantadas en nuestra cabeza, en nuestro pensamiento. El hombre familiar, la «cabeza» de la familia, posee responsabilidades que sólo algunos conocen y encarnan a diario. Hay que preguntarnos hasta qué punto llegan los actos que aquellos hombres, preocupados por la otredad —o que deben estarlo según el estereotipo…—, realizan por nosotros o por alguien más.
Autor: Joshua Córdova Ramírez Escritor y estudiante de Letras Hispánicas en la FFyL de la UNAM. Ganador del concurso interpreparatoriano de Poesía. Sus textos han aparecido en revistas como Cruz Diez, Palabrerías y la antología del nonagésimo aniversario de la Secundaria Diurna No. 4. Actualmente, es colaborador y community manager de Primera Página. |