27 de marzo, seis días después de la entrada de la primavera. Las calles de la Ciudad de México cubiertas con un fino manto de flores de jacarandabb. Hace 114 años (1+1+4= otro 6) Xavier Villaurrutia, en esta misma ciudad, venía a vivir “mil y una muertes”.
Cuando se escucha mencionar el nombre Villaurrutia, el hombre Nocturno, de inmediato se lo relaciona con la poesía («y mi voz quema dura»). Sin embargo, también cultivó el género dramático y la crítica. Respecto a esta última, el poeta dice lo siguiente:
“Confiero que los libros de crítica con la avidez con que otos espíritus no menos tiernos apuran novelas y libros de aventura. ¡Nadie pasa impunemente bajo las palmetas de la crítica! Mi castigo, castigo delicioso, no se hizo esperar. El tierno lector de obras de crítica conviertióse bien pronto, a su vez, en crítico” (p.7).
Por ello los invito a que demos un vistazo un rápido a cinco ensayos, que el mismo Villaurrutia agrupó en Textos y pretextos, para acercarnos a su desenvolvimiento en este género.
Nota: las sencillas ilustraciones vinieron a mi mente en la lectura de estos textos y, como de costumbre, me dije: ¿por qué no?
- “Cómo leer a nuestros poetas”
En este ensayo, prólogo a su edición de la poesía de Efrén Rebolledo, Villaurrutia reflexiona acerca de una de las etapas de la labor de edición: la selección.
Para Villaurrutia hay poetas, como Manuel José Othón, que sólo pueden leerse en selecciones ya que, en ocasiones, las obras completas de un autor corren el riesgo de que ciertos poemas, “composiciones mediocres, pecados de juventud y de madurez” (p.39), den la sensación de mediocridad a todo el libro.
Ahora bien, Villaurrutia apunta que habría casos contrarios, como el de Nervo, de quien ninguna selección es completamente satisfactoria.
Precisamente, en el ensayo se destaca que el proceso de selección es muy importante pues sirve para conocer la naturaleza de la obra de un autor y para proceder a crear agrupaciones dentro de la misma. Por ejemplo, en el caso de Salvador Díaz Mirón, Villaurrutia distingue dos épocas, una caracterizada por el impulso romántico y otra por la maestría.
Villaurrutia también habla de los poetas: Luis G. Urbina, Enrique González Martínez, José Juan Tablada, Efrén Rebolledo, Ramón López y Efrén Rebolledo.
Villaurrutia hace pensar en que la pregunta obligada para el editor es cómo favorecer la obra del escritor. Se trata de una labor de crítica al final de la cual debe decidir si se publica todo o si es necesario que el editor “separe las ramas accidentales de su árbol y deje ver los frutos” (p.41).
- “Un joven de la ciudad”
Villaurrutia nos presenta en este texto con un tono más personal y poético, la visión que tiene sobre su amigo y colega Salvador Novo. Refiere al fenotipo de ambos, a sus costumbres de jóvenes poetas, a la curiosidad como “la más perfecta droga” (p.84) y al límite difuso entre la literatura y la vida: “La vida era para nosotros —precisa confesarlo—un poco de literatura. Pero también la literatura era, para nosotros, vida” (p.84).
A continuación Villaurrutia escribe sobre un relato de Novo en el que su joven personaje principal habita en la Ciudad de México. Esto sirve también como contemplación y partida para la reflexión sobre el proceso creativo de Novo, cuyos borradores manuscritos, como ilustra Villaurrutia, carecían de tachaduras y correcciones.
Villaurrutia califica la prosa de su amigo como “Una prosa rápida, exterior, aguda y certera. ¿Cómo una flecha?, como una lluvia de flechas” (p.85).
Dieciséis horas de la vida de un joven, el relato de Novo, como decía que podría titularse Villaurrutia, atravesó algunos problemas para su publicación hasta que por fin, los dos pudieron tener en sus manos al joven “que no quiere ser ni más ni menos que un joven de dieciocho años, viviendo y formando parte de la vida toda” (p.86), una vida que está llena de diversas dinámicas íntimamente ligadas con la modernización de la ciudad.
- “Pío Baroja”
¿Cuántas veces nosotros como lectores nos hemos preguntado por el papel del contexto y la vida del autor en la crítica de los textos? Pues bien, Villaurrutia también piensa en esto respecto a Pío Baroja. Para él, el juicio que se pueda emitir sobre la obra de Baroja cambia si se conoce algo de su recorrido vital: “Pío Baroja necesita insistir en sus intimidades para que no se juzgue su obra con dureza” (p.141).
Villaurrutia considera que la inadaptación de Baroja, en muchos sentidos, incluyendo a su generación, es la causa de su peculiaridad. Baroja es “tan diferente, tan personal” (p.142). Para él, es un romántico de los que no lloran sino que gruñen.
En el ensayo están enunciados los pecados y los milagros de la obra barojiana. Algunos de ellos muy polémicos como el pecado de no pensar al momento de escribir libros de teoría. Villaurrutia piensa que la escritura del español en este ámbito adolece, en términos generales, de claridad y “las ideas se le fugan en seguida” (p.144). Paradójicamente, su estilo, el de su novelística es el que lo hace tropezar. Asimismo, Villaurrutia concibe las estructuras en Baroja como un milagro, como resultado de un hilvanado que de ninguna manera había sido preconcebido.
En la última parte de su crítica, Villaurrutia absuelve a Baroja por sus faltas ya que éste las confiesa. Interesante símil de la labor del crítico y la del cura de iglesia. A partir de estas ideas se podría pensar en cuál sería la religión de la literatura y la de la crítica.
- “Grandezas del teatro”
La faceta del enamorado de la dramaturgia no podía faltar en los ensayos de Villaurrutia. En “Grandeza del teatro”, el autor se encarga de desmentir la muerte del teatro frente a la creciente popularidad del cinematógrafo (eso me recuerda a la actual polémica sobre la inminente muerte del sistema televisivo como era conocido hasta hace poco).
Villaurrutia visualiza muy bien que se trata de dos cosas distintas: “El cinematógrafo no es el enemigo del teatro. No es más que su vecino […]” (p.149). Al contrario, Villaurrutia invita a los lectores de la época a pensar en pensar en las nuevas posibilidades. Ahora, tanto los actores como los dramaturgos tienen dos opciones: trabajar felices en las limitaciones del teatro o “salir a buscar perspectivas indefinidas al campo todavía abierto e ilimitado aún del cinematógrafo”(p.150).
Prosigue, entre otras reflexiones, con una disertación sobre las diferencias cuantitativas del público del teatro y el del cinematógrafo, y las razones por las cuales divergen, así como el por qué la situación del teatro es diferente de otros momentos históricos. Villaurrutia concede al cinematógrafo la supremacía numérica, pero al teatro la supremacía en términos de la calidad de su público: el espectador de teatro debe estar más preparado.
Villaurrutia aboga por la distinción consciente de sus naturalezas. También niega la ausencia de calidad en los autores teatrales, y destaca la acción de rescate de estos por la crítica de tiempos posteriores. El hecho es que el teatro no murió…
- “La pintura mexicana moderna”
El interés del poeta también abarcó las artes plásticas. Él ve en el muralismo mexicano una evolución de la pintura nacional y recuerda la importancia de inscribirla dentro del marco de la Revolución Mexicana. Había llegado el momento: “Los artistas empiezan a tener ojos para la vida mexicana, para las artes y los oficios del pueblo, para el mundo de formas que parecía haber permanecido oculto a las miradas de los hombres del inmediato ayer” (p.221).
Por supuesto, Villaurrutia dedica un apartado a Diego Rivera y a José Clemente Orozco. Es particularmente llamativa la transición que realiza para pasar de dilucidar sobre Rivera hacia Orozco. Los contrapone según la condición distinta de sus “viajes”, que en el fondo se confunden con sus actitudes existenciales: “Si Rivera busca y encuentra influencias, a Orozco las influencias parecen encontrarle. Si Diego Rivera viaja alrededor del mundo, Orozco viaja alrededor de su cuarto” (p.227).
El tercer y último apartado es un recorrido frente a la comunidad plástica mexicana de la época: David Alfaro Siqueiros, Manuel Rodríguez Lozano, Julio Castellanos, Abraham Ángel, Rufino Tamayo, Agustín Lazo, Carlos Orozco Romero, María Izquierdo, Frida Kahlo, etc. Y culmina con una curiosidad frente a lo que tiene que ofrecer la juventud en figuras como la de Jesús Guerrero Galván.
- Encuentra estos y otros ensayos en: Xavier Villaurrutia, Textos y pretextos, México, La casa de España en México, 1940.