Ilustración de Tania Delgado
Un estrepitoso sonido que viene de la carretera me distrae antes de que pueda pagar una botella de ron. A través del cristal de la tienda alcanzo a ver a algunas personas caminando con prisa hacia los carriles centrales.
Salgo y lanzo el tiquet a la calle mientras camino. Siento el rostro entumido por tanta coca que me metí durante la noche. Me detengo afuera de un café. Los clientes salen a observar con asombro.
Sorprendido, camino hacia la carretera. Me doy cuenta de que uno de los vehículos está hecho trizas en una dirección contraria al sentido del carril donde ha quedado. Hay muchos vidrios en el suelo, algunas piezas metálicas del carro tienen que ser esquivadas a baja velocidad por los conductores.
Los que no pueden subir el puente presionan el claxon. Se desesperan porque aún no se dan cuenta. Aquellos que bajan por la pendiente se quedan perplejos cuando pasan cerca de los coches.
Los autos involucrados lucen irreconocibles. Nadie diría que se trata de un Jetta y un Chevy. El momento es tan impactante que ninguna persona se acerca al interior de los carros. Llegan dos patrullas y una ambulancia de la Cruz Roja.
Mientras unos policías estacionan sus patrullas, otros colocan una cinta amarilla para restringir el acceso. Con indicaciones imprecisas, los paramédicos gritan que nos alejemos. Luego se acercan. Es en vano; confirman que las dos mujeres que iban en el Jetta y el conductor del Chevy han muerto. Además, cuatro personas resultaron lesionadas.
Como los agentes del Ministerio Publico tardan en llegar, me acerco un poco más. Me quedo viendo los cuerpos de las víctimas prensados en el interior de las unidades por varios minutos. A pesar del momento, los reporteros y policías que han llegado platican con naturalidad sobre el percance. Crean teorías al respecto.
Observo una vez más el rostro de la mujer copiloto del Jetta. Su aspecto parece engañarme. El tatuaje del brazo izquierdo me habla. Bajo la mirada. Hay sangre esparcida por todas partes. Siento un vacío en el estómago que me estremece.
Llegan los del Semefo para llevarse a las tres víctimas. Tienen que esperar a que el personal de Protección Civil corte los restos del Jetta para quitar los asientos: el auto está compactado a la mitad de su tamaño original.
Camino unos pasos hacia atrás. Descubro que el esbelto cuerpo de Noelia luce muy pesado cuando los paramédicos lo pasan a una camilla. Como si fuera un animal, lo tapan con una tela blanca.
Cuando me alejo del lugar, escucho que un individuo del Semefo pasa información de lo ocurrido a los reporteros y fotógrafos, que apuntan apresuradamente los datos en sus libretas y celulares.
Por la explicación, el conductor del Chevy, que iba manejando en dirección poniente a oriente, perdió el control después de bajar el puente, se volcó hacia el otro carril y luego impactó directamente contra el carro donde iba Noelia.
Me pongo triste porque pienso en lo que sentirán quienes vayan a reconocer su cuerpo y duden que sea ella ante lo diferente que luce su cuerpo.
Intento alejarme. Alcanzo a ver a dos tipos contemplando cómodamente la escena desde un alto puente peatonal. Platican y hacen ademanes. Camino unos pasos con los ojos cerrados. Un escalofrío recorre mi espalda. Sigo pensando en la forma en que escuché el impacto cuando estaba en la tienda.
También imagino a Noelia en el teibol dándose un llavazo y preguntándome cuánta cocaína es suficiente mientras espera su turno para bailar.
Acerca del autor: Francisco Javier Velázquez Muñiz (San Luis Potosí, 1984). Estudió Ciencias de la Comunicación. Ha trabajado en una librería y como reportero en un periódico on line y en una estación de radio. Cuentos suyos han aparecido en diversos sitios electrónicos y revistas. Escribe cuento y crónica.