El ejercicio del poeta es, quizás, uno de los más complicados en el mundo de la creación literaria, no sólo debe construir imágenes nuevas a partir de las ya existentes, además se adentra en el ejercicio de desautomatizar el lenguaje, quebrarlo y volverlo a construir, para transformarlo en sonidos armoniosos y estrofas coherentes, los versos obedecen su propio ritmo y explota sus posibilidades lingüísticas, pareciera que van solos (salvo las veces que se construye un encabalgamiento), pero no es así, deben trabajar en conjunto los unos con los otros, cada uno de ellos es el trazo de un pincel, a veces más gruesos y otras delgado, que dibujan estrofas, las cuales funcionan como un todo, una idea transformada en un cuadro hecho de palabras.
La invitación que nos hace Refractario no sólo es a que contemplemos una galería de poemas, sino a que seamos participes del mundo lírico, que nos adentremos en los cuadros y nos relacionemos con ellos. Los versos dibujan una constelación lírica y, al mismo tiempo, dialogan con el brillo de aquellas estrellas que dejaron su herencia en los poemas aquí presentados. Se produce una interacción constante con el receptor, pareciera que cada poema hablara de su construcción, la mayoría lo hace de manera oculta: los silencios, perfectos e indispensables para crear palabras en sus fronteras; la belleza de las flores, animal enfurecido que acecha en las estrofas; el poeta que es atravesado por un grupo de hormigas mientras acaricia las letras, “la sílaba del mar/ cómo se no agolpa”. Mediante todos estos elementos, el poemario enuncia constantemente, y de manera implícita, que se trata de un poemario. Por otra parte, hay poemas que evidencian el ejercicio de la escritura, como “La frase”, “Poesía” y “Escribo”. Se presenta así una práctica metapoética, se trata de un poemario sobre los poemas.
Además de eso, el libro se divide en varias partes, cada una edifica ésta casa poética. Son refugio para la voz, los lugares evocan una sensación distinta y dan diversos sentidos de intimidad: el dolor provocado por los espejos escondido en el ático; en el jardín, las raíces de una planta, al igual que la poesía, buscan romper la arcilla polvorienta que las aprisionan; la despedida de una tarde otoñal vista por la ventana; el dolor de los sueños ocultos en el ático; la lengua no saciada, se despierta en los umbrales nocturnos de la habitación. Afuera, en el litoral se distinguen aves que se posan en los blancos árboles del mar, peces que se deslizan en el agua tan clara, que un pensamiento podría ensombrecerla. Y en un sitio oculto se encuentra el lugar más íntimo para quien narra sus secretos más personales, el microcosmos de la tinta y el papel, donde se esconden la desnudez del alma: el cuaderno. Ahí, la noche llena de sonidos la página en blanco, y se vuelve a reflexionar sobre el oficio de quién escribe:
“No son las cicatrices de las horas
la escritura
de esta caligrafía de silencios
Qué callado paisaje
entretiene las sombras
cómo niega la forma en su espesura
En la cima del día
El horizonte pronuncia para el ojo
sin mirada (…)”
El sumergirse en estas secciones nos lleva a un ejercicio confesionario. Los poemas funcionan en cada parte, se desenvuelven en sus escenarios y tocan temas que sólo podrían tocarse en esos lugares: lo oculto para el ático, el nacimiento y la vida en el jardín, la melancólica ventana, la nostalgia en el litoral, el miedo en el sótano, la intimidad de la alcoba y la honestidad en el cuaderno.
Cada uno de estos lugares es coronado por un epígrafe o dedicatoria, así, suenan las voces de Rubén Bonifaz Nuño, Carlos Pellicer, Juan Filloy, Dolores Castro, Fabio Morábito, Octavio Paz y Roberto Juarroz, que nos recuerdan y remiten al pasado poético de este poemario.
En cuanto a la construcción, vemos que cada poema funciona de una forma diferente, la extensión es variada, algunos sólo necesitan la brevedad de dos versos para mostrar toda la galaxia que esconden, otros están compuestos de cuatro o hasta cinco estrofas, universos de palabras apoyados de encabalgamientos, metáforas y alegorías. En algunas ocasiones, las grafías guían la lectura, ayudan a marcar los ritmos o juegan con el mensaje para presentar otras figuras, como la ironía:
“No lo pienses
no hagas memoria
no retrocedas”.
Por último, este cuadro no podría estar completo sin las ilustraciones que lo acompañan. Realizadas por Coral Medrano. La camisa entrega la figura de un hombre que busca la libertad pero que lleva sus raíces a lo alto. El recuerdo de un ave acompaña su espina dorsal y le regala sus alas para realizar el ejercicio libertario; las flores le toman la mano para no dejarlo caer y el paisaje de un lago nos expone aquel locus amoenus donde el sentir poético se origina. Los pájaros saltan de la camisa y nos guían entre el enramado de la dedicatoria. Cada parte tiene un prólogo de poesía hecha dibujo, todos ellos forman una amalgama con los versos aquí presentados (quimeras acuáticas hechas de hojas secas, la mano del poeta cosechada entre flores, el ojo del creador que vigila el infinito, el pez que se hunde en un mar aéreo, el trino de la muerte, el corazón sobreviviente del sembradía y la caracola marina que acompañan los versos milenarios) y, así como el enramado abre el libro, también lo cierra entre salamandras y sapos en ese bosque de poesía.
Malpaís ediciones nos presenta un libro que es el homenaje a la poesía. Refractario está hecho del fuego poético que no se apaga, la flama de este poemario mantiene vivo su género. Los cuatrocientos números de éste tiraje, cada uno firmado por el autor, nos gritan que:
“No basta la palabra
Un animal penetra por los ojos
y fecunda las furias sin sentido
con su sangre desnuda
Aquí está la ceniza de lo que fue palabra
y será olvido
Escribo sin idioma
para dinamitar”
Autor: Alejandro Rodríguez Castillo Nací el 22 de Enero 1993 en México D.F. Estudiante de 7° semestre en la licenciatura de Lengua y literatura hispánicas por parte de la FES Acatlán. Recientemente publiqué el libro titulado Bestiario de las siete creaturas soñadas (2016) por parte de la editorial El Nido del Fénix. |