Por Jesús Nieto
Hay músicos que se adecuan a un público o un mercado. Evalúan sus puntos fuertes y disimulan sus flaquezas, o se esmeran en paliarlas con la finalidad de estar a tono en una moda. En cambio, hay músicos que, basados en mucho trabajo y en un talento que reside en la búsqueda de nuevas soluciones, crean un público, lo moldean. Rodrigo y Gabriela han viajado, y no sólo literalmente, en busca de un estilo singular, así como de una audiencia dispuesta a dedicar la concentración necesaria para escuchar a fondo su propuesta que halla la originalidad en el camino por las mezclas más inesperadas. De la carencia de guitarras eléctricas han hecho una oportunidad para versionar con resultados asombrosos a Led Zepellin y Metallica, en sus ya célebres “Stairway to Heaven” y “Orion”. Su genialidad no se acota a ese repertorio de “covers”, sino que crece en el desarrollo de un estilo propio que remite a géneros tan disímbolos como el flamenco, el jazz y el heavy metal. Lejos de engancharse en las discusiones sobre la referencia a tradiciones locales, el lenguaje en que se han desempeñado con destacado esfuerzo es el musical. Con base en una disciplina de fierro y tenacidad han creado su propio público.
Cuando emprendieron el viaje a Irlanda hace más de 15 años no podrían haber imaginado que eventualmente volverían para tocar en foros como el Plaza Condesa. Sus grabaciones de conciertos más célebres llevan por título Live in Manchester and Dublin, Live in Japan y Live in France. En su muy poca ortodoxa carrera han conquistado el Madison Square Garden antes que el Palacio de los Deportes o el Foro Sol. Y no quisiera caer en la lógica de que nadie es profeta en su tierra, y que también Carlos Santana se tuvo que ir a Estados Unidos para triunfar, aunque también sea una realidad. Rodrigo y Gabriela merecen atención en tanto músicos genuinos, innovadores, arriesgados, sin importar si les escuchamos en la colonia Roma, en Grafton Street en Dublín, o en el Barrio Latino de París.
En el reciente concierto en el auditorio Blackberry dieron una muestra de lo que son antes que nada: músicos profesionales, con una carrera de composición e interpretación a cuestas que los respalda. Son un ejemplo de artistas que ha logrado consolidar su carrera con base en el trabajo, no en el discurso. Vemos a dos músicos en el escenario interpretando exclusivamente guitarras acústicas durante prácticamente todo el concierto. Es un deleite ver las manos de Gabriela rasguear con esa velocidad que es al mismo tiempo melódica y precisa, y percutir a falta de batería, así como a Rodrigo hacer acordes complejos y dar saltos de una balada de Metálica a un ritmo de rumba, pasando por homenajes a Red Hot Chili Peppers, Radiohead y Soda Stereo.
Esa versatilidad es lo que más asombra del dúo. Rodrigo encuentra la ocasión de tocar una canción por los desaparecidos de Ayotzinapa, y Gabriela enuncia su posicionamiento ante las tragedias que se viven en este país. No son músicos aislados en alguna torre de marfil. Sin embargo, su bandera no es la mexicanidad y, sobre todo, su discurso no es: escúchennos porque hay que apoyar el talento nacional, sino una invitación a ser escuchados como artistas a secas.
Decía Alejo Carpentier en un ensayo sobro el folklor musical que luego de las experimentaciones en la música académica con elementos populares en los años 50, hacía falta que el artista latinoamericano “hiciera escuchar su propia voz, profunda, auténtica, recordando acaso –y acaso dolorosamente– que los grandes momentos musicales, aquellos que transformaron la fisonomía de la música en distintas épocas, poco o nada debían al folklore, sino a la expresión personal, síntesis de herencias culturales y raciales.” Músicos académicos como Silvestre Revueltas, Carlos Chávez o, en estos días, Arturo Márquez han hecho piezas extraordinarias que deslumbran precisamente por su capacidad de enraizarse en la posibilidad sintética, y sincrética, teniendo por base la construcción de un artificio musical, no un discurso político. Buena parte del rock mexicano ha recurrido igualmente a las raíces mestizas de nuestra cultura. Pienso en Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio con “Kumbala”, Café Tacvba con “Ojalá que llueva café”, o muy al comienzo de los 80, el propio Rodrigo González con sus composiciones híbridas como “Dicen que la muerte”.
Rodrigo y Gabriela, en piezas como “Ixtapa” o “Chac Mool” nos deslumbran con su distintivo trabajo rítmico en el que no dejamos de reconocer por momentos coloraturas regionales al tiempo que nos sorprenden con su manera de captar algo novedoso en ese estilo personal que fascina y atrae. Sus composiciones originales, así como sus versiones de “Take Five” de Brubeck y Desmond, o “Stairway to Heaven” no son típicas, sino por el contrario, frescas, renovadoras. Rodrigo y Gabriela han contribuido, sin duda, a la redefinición del rock acústico.
Acerca del autor: Jesús Nieto Rueda (Salamanca, Gto. 1983) estudió Sociología en la UNAM, así como el diplomado en Creación Literaria en la SOGEM y se doctoró en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad Autónoma de Barcelona con una tesis acerca de la producción musical del rockantrovero Rodrigo González.
Se dedica a la docencia y la escritura. Ha publicado poemas, ensayos y artículos en medios electrónicos e impresos. Imparte cursos en el Tecnológico de Monterrey Campus Santa Fe y la Escuela de Diseño del Instituto Nacional de Bellas Artes.
Jesús Nieto Rueda (Salamanca, Gto. 1983) estudió Sociología en la UNAM, así como el diplomado en Creación Literaria en la SOGEM y se doctoró en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad Autónoma de Barcelona con una tesis acerca de la producción musical del rockantrovero Rodrigo González.
Se dedica a la docencia y la escritura. Ha publicado poemas, ensayos y artículos en medios electrónicos e impresos. Imparte cursos en el Tecnológico de Monterrey Campus Santa Fe y la Escuela de Diseño del Instituto Nacional de Bellas Artes.