Cubo. Cuento de José Luis Zapata

Ilustración de Cecilia Saucedo

cubo

La pareja de jóvenes entra caminando a la recepción del motel Cubo. Piden una habitación, pagan con cambio y luego salen rumbo al cuarto 469. La pareja de amantes entra con los vidrios del coche levantados. El coche carga encima las gotas frías del rocío. El conductor se coloca al lado de la auto-recepción y baja la ventanilla para que puedan verlo. La recepcionista le da lo que le pide, paga y sube el vidrio negro. El coche avanza cuando levantan la pluma. Entran al garaje.

El hombre detiene el coche ante la pluma baja, hace chillar las balatas. Pide una habitación, la de siempre. Pide ser despertado al amanecer. Entra y cierra la cochera. Sube y cierra la puerta tras de sí con el pie. Los jóvenes atrancan la entrada y se toman de la mano. Inspeccionan el cuarto justo después de haber prendido todas las luces y la televisión y la radio. Ella  entra al baño, él corre las cortinas para ocultar el sol de la tarde y la sigue. Ella se lava las manos, él deja caer el agua de la regadera, palpa la fría y después la caliente. Ambos se miran y sonríen.

Los amantes no cierran el coche y suben, apenas apagan el motor. Cuando la puerta se cierra, ellos ya están besándose. No es la primera vez que vienen. Se empujan violentamente  hacia la cama, él la empuja a ella. Los amantes babean cada parte carnosa de sus cuerpos, muerden todo lo mordible del otro y gritan, gritan lo que no sienten en su matrimonio, siempre en el interior de la habitación 469. El hombre espera ansioso la erección de la pluma. Pisa a fondo después de ello. Conoce el garaje al que va y mete el carro apresuradamente.

Los jóvenes terminan de jugar en el baño, se toman de la mano y pasan al cuarto. Se besan. Con miedo, con lentitud, como los primeros besos. Los amantes se deshacen en la cama, no se quitan la ropa, se tocan por encima y la mojan, la rasgan. Los jóvenes a la orilla de la cama se quitan la ropa individualmente hasta que quedan solos frente a frente sin estorbos a mitad del cuarto, frente al espejo. Los amantes, justo en medio de la cama, estiran sus prendas y fuerzan la carne para que ésta pueda salir y sea devorada por el otro.

Los jóvenes se conocen en el salón de clases de la prepa 25. Ella coquetea con el cabello, él la interesa con la sonrisa. Ambos se emocionan al sentir el inicio del amor consumado en el Motel Cubo.

El hombre por fin abre la puerta, es la sexta vez que hace algo así, encuentra todo como debe estar: un cuarto arreglado, dos asientos y una mesa, aseado, cortinas moradas, sin personas, cobertores cuadrados, sin parejas. Es el cuarto más limpio por ser el primero en usarlo. El hombre baja al garaje, abre la cajuela y saca el bulto que la llenaba. No la cierra. Sube y cierra la puerta tras de sí con el pie. Los amantes golpean sus cuerpos contra la cama que chilla, que truena desde adentro con cada movimiento sobre ella. El hombre arroja el bulto sobre la cama, ésta truena desde dentro. Algo se le rompe, ahora cada movimiento provoca un chillido. Se escucha más la cama que los gemidos de los amantes.

Los jóvenes salen de la recepción en busca del cuarto 469. No se toman de las manos pero caminan juntos, temerosos, apenados. El hombre comienza a abrir el bulto, usa una navaja para romper las ataduras, logra ver la ropa y el cabello largo, tira la navaja. Ninguno de los dos quiere comenzar, tienen miedo, no saben cómo hacerlo, sienten pena, pero a la vez, la felicidad que jamás conocieron los envuelve y los junta sobre el piso alfombrado. Son felices, son jóvenes y por fin ella lo besa como cuando se enamoraron.

Los amantes se conocen. Ella le vende comida a él. Él tira la comida de ella por el sabor, pero le sigue comprando para poder hablarle. Ambos se delatan. Terminan por aceptar el inicio de su vida. Su nacimiento se da en el Motel Cubo.

Los jóvenes experimentan el amor. Aprenden juntos a quererse. Con cuidadosa lentitud balancean sus cuerpos y sus bocas permanecen abiertas. El hombre abre la bolsa con el filo del puñal, salen los risos del bulto. El hombre los toma en su puño y los huele. Su olor es como el del cuello que respira el joven mientras martillea su falo sobre ella. Su tabla por fin se rompe.

Los amantes terminan en un grito, se acuestan de lado. El hombre saca a la niña de la bolsa, ella no despierta, él comienza a desvestirla. Los jóvenes entran al cuarto, los sorprende un olor a cigarro, les da la bienvenida.

Los amantes respiran profundo y escandaloso, él saca un cigarro y ella saca el chicle verde de su boca y lo pone en el tocador, al lado del cenicero que mira el espejo. El hombre tiene a la niña completamente desnuda, dormida. Alza sus piernas y comienza. Al primer golpe, la niña despierta.

Los jóvenes terminan. Ambos se levantan y caminan juntos al baño, platican sobre la escuela, sobre el tráfico de la ciudad, ríen con cualquier cosa, se les han machado los pies de negro. Ella entra a la regadera, él orina. Los ruidos del líquido al caer se confunden, y se hacen uno solo, se hacen uno solo, como los ruidos de ambos al amarse tiempo atrás. Terminan y salen del baño. Él se acuesta, ella se acerca al espejo, mira el tocador. Descubre un chicle verde pegado al lado del cenicero que mira el espejo, le da asco y regresa a la cama. Los amantes prenden la radio y se disponen a dormir. Escuchan la noticia del secuestro de una niña, cambian la estación buscando música. Bésame, bésame mucho.

Suenan sus teléfonos.

     -Bueno.

     -Bueno.

     -No, -dice él- viene más temprano por una junta.

     -Sí –dice ella- Soy la primera en la fila, por eso salí más temprano.

     -Sí, mi amor, te aviso cuando llegue.

     -No, gordo, yo te marco para que pases por mí.

     -Te amo.

     -Yo también.

Y cuelgan.

La niña llora con el hombre sobre ella, con las piernas separadas, siente fuego en medio de ellas. No tiene fuerzas, no puede hacer nada, no siente nada, sólo dolor. Termina. Sale. Entra al baño. Vuelve. Tiene los pies manchados de negro. Revisa el mar de sangre bajo las nalgas de la niña. Prende la radio. Como si fuera esta noche la última vez.

Descubre un chicle verde pegado al lado del cenicero que mira el espejo, le da asco y regresa a la cama. Prende la radio, escuchan la noticia sobre el hallazgo del cuerpo sin vida de una niña que presenta rasgos de abuso sexual. Cambia la estación para escuchar música. Los jóvenes se acuestan abrazados, se separan y ven el espejo que está en el techo. Cabezas juntas. Ella se aterra al ver la mancha de sangre, no es su sangre. Él se aterra al verla a ella aterrarse por la mancha de sangre en el colchón de la habitación 469. Grita. Ella grita de miedo, de asco. Trata de imaginar cómo llegó esa mancha ahí, después se arrepiente porque ella también siente fuego en medio de las piernas. Da un brinco y se pone su uniforme. Él hace lo mismo y ambos salen del cuarto tomados de las manos. Bésame, bésame mucho.

El hombre la mira salir de la escuela. Se dirige al mercado. La niña se distrae. El hombre toma la mano que soltó la mano de su madre. No le es difícil perderse entre la gente y los puestos. La madre llora, la hija tiembla. Una mano aterciopelada le oculta el rostro. Siente invadido su cerebro. Deja de temblar.

Los amantes se visten sin hablar, parece que no se conocen, se limpian las manchas negras de los pies. Salen del cuarto con las manos en los bolsillos. Acuerdan otro encuentro el próximo mes. Misma hora, mismo motel, mismo pretexto. No vuelven a hablar en el camino de regreso. Él recoge el cuerpo de la niña, vuelve a echarlo en la cajuela, sale del cuarto sin apagar la radio. Cierra la puerta tras de sí con el pie. Que tengo miedo a perderte, perderte después.

palafoxDel autor: Pepito Zapata, nacido en Acapulco en 1995. En 2012 participó en el V Encuentro Nacional de Jóvenes Escritores, “Acapulco Barco de Libros”. Actualmente radica en la Ciudad de México y cursa la licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa.

Etiquetado con: