Las bibliotecas son espacios* que nos brindan la oportunidad de escuchar, a través de los textos que en ella se encuentran, voces de personas que pueden distar, o no, de nosotros en tiempo y espacio, voces que hablan sobre los más diversos temas empleando las más diversas formas; voces literarias, voces científicas, voces en otras lenguas.
En general, las bibliotecas tienen un impacto cultural, sobre todo cuando, lejos de ser espacios de uso particular y abrazar con fervor la lógica de la propiedad privada, se constituyen como espacios colectivos al servicio de una comunidad más o menos amplia: una escuela, una colonia, una región, un municipio, un estado, etcétera.
Ahora bien, estos espacios a lo largo de su historia han estado inmersos en distintas dinámicas que les han impuesto cierto funcionamiento. En este punto, lo preocupante es que en muchos casos dichas dinámicas implican, de una u otra manera, la exclusión de usuarios.
En México, por ejemplo, las bibliotecas escolares de algunas instituciones educativas de nivel básico y medio, públicas y privadas, se han visto estigmatizadas por directivos y docentes, quienes las han empleado como destino fatal donde el alumno debe expiar su mala conducta. Entonces, si bien, con esta medida el niño podría llegar a entrar en contacto con los textos, lograr mutar el mensaje inicial “quien se porta mal está rodeado de libros”, y gustar de la lectura; ciertamente, también cabría la gran posibilidad de que el alumno desarrollara una cierta repugnancia por el espacio, sensación que lo llevaría a contar cada segundo previo a su liberación resignado, con ojos llorosos, o con la vena de la frente hinchada de coraje.
Por otra parte, continuando con el contexto urbano, se puede decir que aunque existan numerosas bibliotecas públicas en la Ciudad de México, 408 según la Red nacional de Bibliotecas Públicas, lo cierto es que muchos usuarios a veces no tienen el tiempo suficiente para desplazarse y hacer uso de ellas. La dinámica de vida corretrabajasobrevive no lo permite.
Pero lo que considero indudable es que, aunque muchos no nos sintamos cómodos al admitirlo, al menos no tan frecuentemente, los habitantes de la ciudad, con todos sus a segunes, nos desenvolvemos en una atmósfera privilegiada, y en este tema no estamos frente a una excepción.
En el ámbito rural es posible encontrar otras problemáticas que se recrudecen según el grado de marginación de las comunidades y que abarcan, por ende, el nivel de alfabetización de éstas. Por ejemplo, en el Programa Nacional de Lectura que tuvo su origen en el 2002 y que continua vigente con el acuerdo del 2013 en el que se emitieron las reglas de su operación, da la pauta para que se opte por la figura del maestro bibliotecario frente al bibliotecario, sobre todo en comunidades con poco presupuesto para el área de educación. ¿Cuál es el problema? El bibliotecario es alguien “adscrito a las escuelas de educación básica con plaza”, mientras que el maestro bibliotecario es “el docente nombrado por la o el director de la escuela, el cual se hace cargo de la Biblioteca Escolar, a su vez promueve la integración del Comité de la Biblioteca Escolar para lograr la instalación y uso educativo de la biblioteca”; por lo tanto, el maestro bibliotecario debe hacerse cargo de la biblioteca, sin remuneración extra, con capacitación técnica (aunque muchas veces sin ella), además de cumplir los horarios con su grupo, lo cual lógicamente acarrea problemas de organización y de funcionamiento del recinto: la biblioteca no está abierta en los periodos temporales designados, no hay una orientación profesional, no se puede poner en marcha el servicio de préstamo a domicilio, etcétera. Por todo lo anterior, considero que el calificar la plaza de bibliotecario prácticamente como inservible en las bibliotecas escolares, enfocándose en el hecho de que su acervo tiende a ser “pequeño”, es algo que resulta erróneo, además, si no me equivoco, lo ideal sería que los acervos crecieran, ¿no es así?
Asimismo, en lo que se refiere a las bibliotecas comunitarias, hay ocasiones en las que existen situaciones políticas que, tristemente, las conducen a cerrar o que imposibilitan su existencia.
¿Y nosotros qué hacemos?
En ocasiones dar una respuesta a estas graves situaciones puede no ser tan fácil, pero las opciones para hacerlo existen y están más cerca de lo que creemos.
La Brigada Multidisciplinaria de Apoyo a las Comunidades de México (BMACM), compuesta por estudiantes de diversas instituciones (UNAM, UACM, IPN, etc.) actividad que emana del Grupo de Acción Revolucionaria (GAR) en su sector de la Juventud Revolucionaria (JR), de la cual he tenido la fortuna de formar parte, ha trabajado el proyecto de Bibliotecas Comunitarias y Fomento a la Lectura desde hace 9 años. Este proyecto busca incidir en la revalorización de la educación en las comunidades rurales. Entre las actividades que realiza se encuentran: la donación de material bibliográfico (la cual es posible gracias a otras donaciones), la capacitación del personal encargado de las bibliotecas, actividades de fomento a la lectura, estrategias como el “Huacal de la lectura” que busca abrir espacios colectivos alternativos, más allá de los escolares, para que la población tenga acceso a los libros, entre otras.
Para saber más del proyecto de Bibliotecas Comunitarias y Fomento a la Lectura y de los demás proyectos que conforman la BMACM, basta con visitar su blog y su página de Facebook. Además es posible apoyar la edición XX que se llevará a cabo este julio a través de la plataforma de Donadora, ya que las donaciones solidarias son el principal medio de financiamiento de la BMACM.
Por otro lado, en la ciudad, contamos con iniciativas como la biblioteca urbana que instaló en abril de este año la asociación civil Mensajeros Urbanos en la Avenida Juárez del Centro Histórico, frente al edificio del que fuera el cine Variedades. Esta biblioteca consta de una serie de huacales que albergan libros donados por los usuarios, quienes pueden llevárselos a su casa para que, una vez que hayan acabado de leerlos, los regresen con el fin de que otros usuarios puedan disfrutar de su lectura.
El hecho es que podemos involucrarnos de manera activa con estos espacios, más allá de ser sus usuarios. Hay que acercarnos a ellos, informarnos sobre su situación, preguntarnos qué trabajo podemos realizar para que mejoren… para que las voces de los libros dejen de ser escuchadas por unos pocos.
*En esta ocasión me refiero exclusivamente a las bibliotecas físicas y no a las digitales.
Autor: Ximena Salinas Estudiante de la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Espíritu lunar, dominical, con tendencia a la creación poética y a la distracción. |