La palabra ‘biblioteca’ se encuentra definida en el Diccionario de la Real Academia Española como la “institución cuya finalidad consiste en la adquisición, conservación, estudio y exposición de libros y documentos”. Es decir, se trata de un espacio brindado al interés público, donde el objetivo es una especie de vaivén entre el tener y el procurar textos. Reducida a una dinámica de transacción material y reclutamiento de documentos, podría decirse que la biblioteca no encierra ningún tipo de enigma. Afortunadamente, la literatura tiene registro de otro tipo de apreciaciones sobre estos espacios. Jorge Luis Borges, por ejemplo, reveló lo fascinante que puede llegar a ser este sitio en su cuento “La Biblioteca de Babel”.
Lo que Borges propuso se presenta inconmensurable, como el mismo universo. Las galerías que contienen los libros se expanden quizá hasta el infinito y hacia todos los puntos, eternamente. Los libros que ella resguarda abarcan todas las lenguas y los dialectos, todas las exégesis, todos los manuscritos variables. Incluso en esta Biblioteca uno podría adentrarse a buscar el libro que hablara de todos los libros, con la posibilidad de no encontrarlo nunca, o bien, de hallarlo “milagrosamente”. La Biblioteca de la que habla Borges cuenta con sus propios métodos lógicos que en teoría posibilitan acertar con el libro buscado. No hay un solo volumen que no esté en ella y pareciera que la posible existencia de esta Biblioteca fuera la prueba inefable de que el hombre por fin haya ha logrado preservar y organizar el conocimiento de la humanidad.
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¿Será posible una biblioteca de esta naturaleza? En el fondo, ¿no será esto a lo que aspira una biblioteca durante los primeros instantes de su ideación y fundación? Dado que sería muy difícil y arriesgado hablar de “la biblioteca” como un espacio idéntico en cualquier espacio y época, me he propuesto poner en diálogo las ideas de Jorge Luis Borges respecto a lo que podría o debería ser una biblioteca, con las ideas que inicialmente se gestaron alrededor de una biblioteca nacida bajo la esperanza de reunir todos los libros existentes en nuestro país: la Biblioteca Nacional de México. En la actualidad, la Biblioteca Nacional de nuestro país posee un acervo considerablemente grande y esto ha sido resultado, en gran medida, de que a mediados del siglo XIX el lugar significó la posibilidad de organizar y conservar la memoria escrita de nuestro país. ¿Podrán ser comparables ésta y la Biblioteca de Babel, pese a que una forma parte de la ficción y otra de la realidad?En sus inicios la Biblioteca Nacional de México, según las palabras de Vicente Quirarte, fue “el lugar donde mejor sepodía ir en busca de la luz” (Quirarte, 2006: 17). Como hija del liberalismo, se vio en ella una posibilidad de prosperidad nacional y, aunque había sido fundada a partir de premisas laicas, pronto permitió el ingreso de importantes acervos religiosos.
Con esto, pareciera que el ideal de biblioteca está casi siempre vinculado con un principio de apertura a la diversidad y de tolerancia hacia los textos que expresan posturas ideológicas diferentes, ponderando sobre todo la valía histórica de los libros y permitiendo que entre éstos se genere un diálogo. Jorge Luis Borges expresa algo parecido cuando dice que “la Biblioteca incluye todas las formas verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un solo disparate absoluto” (Borges: 4), porque claro, una biblioteca que aspira a ser un espacio de difusión y expansión del conocimiento no debería concentrase únicamente en resguardar textos con una sola postura, de manera dogmática, sino en dar espacio a los que proponen diferentes visiones del mundo.
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En parte, la diversidad de temáticas y de perspectivas que pueda albergar una biblioteca como la borgiana o la Nacional está dado porque lo que se conserva fue hecho con palabras y éstas pueden combinarse ad infinitum para expresar diferentes cosas. La naturaleza lingüística de los materiales que guarda una biblioteca, en general, parece orillarla a dar espacio a una variedad casi infinita de formas y de contenidos, sin embargo no sólo es lenguaje lo que resguarda la Biblioteca de Babel o la Nacional de México, también otro elemento inseparable de él: el tiempo. Quirarte rememora nuestra Biblioteca como un lugar idóneo para la consulta de un cúmulo universal de siglos, que brinda “la sensación de estar siempre en el umbral del mundo, en el preludio de la fundación, es [éste el] privilegio del usuario de una biblioteca” (Quirarte, 2006: 23). Es decir, lo atesorado por este espacio son también los años que, como encapsulados, perviven entre los anaqueles y las páginas de los libros que acunan. A partir de eso, surge en la biblioteca una nueva tarea por cumplir, ya que ¿acaso no es cierto que las grafías y las lenguas se trasforman con el paso de los siglos? En “La Biblioteca de Babel” en narrador apunta lo siguiente:
Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior dio con un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un descifrador ambulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano de guaraní, con inflexiones de árabe clásico […] Esos ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la Biblioteca. (Borges, 2)
Puede interpretarse que esa “ley fundamental” tiene que ver con el estudio filológico y hermenéutico de los documentos. En la Biblioteca Nacional, por ejemplo, se procuró guardar los libros y códices más antiguos del territorio, lo cual se logró más o menos con éxito, pero el transcurrir del tiempo ha dejado ver que no basta con tener estos objetos allí, sino que es necesaria toda una tecnología tipográfica y acercamientos tanto filológicos como antropológicos para alcanzar su más alto objetivo: comunicar algo a alguien.
Ahora bien, no obstante las maravillas que prometen los nutridos acervos, tener miles de libros también trae consigo abundantes dificultades e incluso fatalidades, como señaló ya Borges con los lectores que, al ser conscientes de que su Biblioteca contaba con todos los ejemplares, “se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban libros engañosos al fondo de los túneles [e incluso] otros enloquecieron” (Borges, 3). No todo es esperanza en las grandes bibliotecas, continúa Borges en la misma página, sino también “depresión excesiva” e “intolerable” para el lector que comprenda que en algún anaquel hay un libro precioso al que nunca podrá acceder, pues simplemente ignora que está ahí, entre cientos y miles, esperándolo. Gabriel Zaid dice que organizar los volúmenes de una biblioteca es una parte fundamental para su buen funcionamiento, ya que “en esa inmensidad, ¿cómo puede un lector encontrar su constelación personal, esos libros que mueven su vida a conversar con el universo?” (Zaid, 2004: 15). Zaid, quien también llegó a pensar en la posibilidad de acervos infinitos, afirmó que la falta de formación del librero o bibliotecario podría imposibilitar el buen funcionamiento de cualquier biblioteca.
A finales del siglo XIX y principios del XX, a Biblioteca Nacional se le comenzó a orientar hacia un conocimiento universal, aumentando por ende su acervo. La necesidad de clasificar los libros se volvió poco a poco más apremiante, por lo que José María Vigil emprendió la labor de catalogar todos los libros, acción más tarde calificada por Ángel María Garibay como “obra de romanos” (Castro, 2006: 237). Finalmente, los volúmenes de estos catálogos vieron la luz entre 1889 y 1908. En 1904 la publicación del Boletín de la Biblioteca Nacional hizo posible tener un mayor control bibliográfico. “¿Qué es un libro bueno y excelente donde nadie sabe que está, o nadie va a pedirlo?” (Zaid, 2004: 20). En realidad, esta es una preocupación muchos de los que frecuentan las grandes bibliotecas. El narrador de “La Biblioteca de Babel” dice que “debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios” (Borges, 4). Sin embargo, Umberto Eco, casi por el contrario, opina que lo más importante de acudir a una biblioteca no es hallar el libro que se buscaba, sino “descubrir libros cuya existencia no se sospechaba y que, sin embargo, revelan ser de extrema importancia para nosotros” (Eco, 8). El problema de las bibliotecas cuyos acervos son enormes realmente está, piensa Eco, en que éstas suelen permanecer cerradas para el público general, en que ni si quiera existe la posibilidad de conocer los libros que ellas han adquirido.
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Desafortunadamente, algunas magnas bibliotecas se convierten sólo en lugares de culto al libro pero no de culto a la lectura. ¿Qué es lo que motiva a bibliotecas como la Nacional de México a permitir el acceso sólo a investigadores, académicos, tesistas y becarios, es decir, a menos del cincuenta por ciento de la población? ¿Para qué poseer materialmente el conocimiento de una sociedad si éste sólo será leído, recuperado, por un grupo reducido de personas? Puede que se trate de una medida justificada en el cuidado de documentos invaluables, en el temor de que sean mutilados, maltratados o incluso robados. En 1928 El Universal publicó una larga nota titulada “Inaudito saqueo ha sufrido nuestra Biblioteca Nacional”, donde se lamentaba que “manos de criminales [hubieran] substraído libros […] por falta de cuidado de sus vigilantes, que por ahora es casi imposible recuperar esos tesoros bibliográficos”. Es decir, los temores a los daños están sustentados por verdaderos delitos y pérdidas, pero esto seguirá siendo así mientras no exista una educación sólida sobre cómo hacer un uso adecuado de los libros como objetos. Frente a esta triste situación Eco dice:
Usar la biblioteca es una arte a veces muy sutil, no basta que el profesor o maestro diga en la escuela: “Ya que hacen esta investigación, vayan a la biblioteca a buscar el libro”. Es necesario enseñar a los muchachos cómo se usa la biblioteca, cómo se usa un visor para microfichas, cómo se usa un catálogo, cómo se combate a los responsables de la biblioteca que no cumplen con su deber, cómo se colabora con los responsables de la biblioteca. (Eco, 12)
Una buena y nutrida biblioteca no sólo la hace el acervo que ha adquirido a lo largo del tiempo, sino también la voluntad de los lectores por conservar los libros. De lo contrario, sólo se propicia que nuestras bibliotecas se conviertan en eso que Zaid llamó “bibliotecas simbólicas” (Zaid, 2004: 81), es decir en una representación convencionalmente aceptada, pero en sí vacía, del saber y de la erudición, pero en la cual la sociedad no participa ni se beneficia de ella. Me parece que es principalmente en eso en lo que difiere la idealizada Biblioteca de Babel de la Biblioteca Nacional de México, en que en la primera tan importante es el libro como la lectura, como el lector, mientras que en la segunda se ha ponderado exorbitantemente al libro sobre cualquier otro factor.
Si bien en “La Biblioteca de Babel” Borges no plantea explícitamente la necesidad de convertir a las bibliotecas en salas de lectura, tampoco se percibe una negación a la participación activa de los lectores, de los bibliófilos buscadores, de los curiosos a quienes mueve la esperanza de hallar en alguna de las estanterías hexagonales el libro donde les sea posible encontrar todas las respuestas, o al menos uno que los alivie de los misterios del tiempo. Pienso que, efectivamente, la biblioteca es un espacio seguro donde puede protegerse la materialidad frágil y perecedera de los libros, pero también que la biblioteca debería ser un lugar de encuentro entre personas (todas) y libros, de actualización de la memoria, de apropiación del conocimiento y por supuesto un espacio de lectura. Los actores principales de una biblioteca como la de Babel y la Nacional son los libros, los libreros o bibliotecarios, el tiempo recuperado y los lectores activos y responsables, porque sin ellos nada de lo anterior no tendría sentido.
B i b l i o g r a f í a
Borges, Jorge Luis, “La Biblioteca de Babel”, [en línea] <biblio3.url.edu.gt/Libros/borges/babel.pdf>, última fecha de consulta: 06 de diciembre de 2014.
Castro Medina, Miguel Ángel (2006): “La Biblioteca Nacional de México en sus publicaciones” en La Biblioteca Nacional, triunfo de la República. México, UNAM, pp. 237-259.
Eco, Umberto, “De biblioteca”, [en línea] <http://dialnet.unirioja.es/servlet/ articulo?codigo=283515>, última fecha de consulta: 06 de diciembre de 2014.
Quirarte, Vicente (2006): “Hija del pensamiento liberal” en La Biblioteca Nacional, triunfo de la República. México, UNAM, pp. 13-29.
Zaid, Gabriel (2004): “Constelaciones de libros” en El costo de leer y otros ensayos. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, pp. 15-23.
___________________ “Pidiendo para libros” en El costo de leer y otros ensayos. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, pp. 73-89.
Autor: Estéfany Villegas Estudié Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Actualmente me interesa la literatura mexicana, el cine, los estudios sobre la subjetividad y la persona, así como la dimensión estética de redes sociales como Facebook, Instagram y YouTube. www.facebook.com/alguienparecidoaunaestefany |