Pasamos por alto reflexionar sobre el significado de las palabras, especialmente en el ámbito académico y profesional: damos por sentado que las comprendemos. Un director de escena le pedirá al actor que «le de intenciones a sus parlamentos», y él entenderá, generalmente, que algunas partes las debe hacer triste, otras enojado, con variaciones de ritmo, tono, etc. Lo mismo sucede con la interpretación y el análisis de una obra… el lector tratará de entender el significado de una escena o de un monólogo, pero pasa por alto la intención.
Yo hoy comprendí, durante una clase, el verdadero significado del término. El habla no es nunca inocente, y esa cualidad es puesta de manifiesto siempre en el teatro: cuando el personaje abre la boca, está deseando modificar su realidad, conseguir un objetivo, y en otro nivel más profundo, cuando el dramaturgo hace que el personaje hable, desea producir algo en el público… transmitir un mensaje, articular un discurso o generar un sentido. Y he decidido aplicar este aprendizaje a elucidar algunos misterios de La vida es sueño.
Segismundo nos da una cátedra de actuación con sus primeras líneas en la obra:
¡Ay mísero de mí!, y ¡ay infelice!
Apurar cielos pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo.
El actor tratará de encontrar la forma correcta de decir estas palabras… de imprimir pathos al lamento y decir con la emoción correcta los siguientes versos. Pero el príncipe en este soliloquio es muy transparente y le explica claramente al actor la intención de su parlamento: si abre la boca es para intentar comprender la razón por la que ha sido castigado… y para que el cielo sea testigo de ese intento. De manera muy sencilla (casi como una nota de dirección o la explicación de un maestro de actuación), Segismundo define el tono con el que debe ser actuada la escena. ¡Y vaya escena! Se trata, nada menos, que de un diálogo con Dios… la confesión directa de un niño pequeño que no acaba de entender por qué es culpable, y tiene que contarle sus pecados a un sacerdote. Importa menos, por lo tanto, la emoción, que la cantidad de energía y de fuerza vocal que, suponemos, tendría que utilizar una persona para que los cielos, que parecen indiferentes, la escuchen… el célebre lamento ¡ay mísero de mí! y ¡ay infelice! no es una simple queja: Segismundo lo dice para llamar la atención de los cielos, casi como gritase fuego para llamar la atención del pueblo que rodea la casa en llamas.
Con este sencillo análisis el actor puede comenzar a adentrarse en el intrincado universo de la obra… cuando Segismundo, presumiblemente, consigue la atención del cielo, rápidamente se precipita a aclarar que reconoce sus culpas:
Aunque si nací ya entiendo
qué delito he cometido:
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
De tal manera que estos versos no son una simple reflexión intelectual: Segismundo necesita decirlo para evitar el pecado de soberbia… antes de proseguir su reclamo, le hace ver a los cielos que se reconoce culpable, aquejado por el pecado original. Una vez que su conciencia se ha calmado, puede proseguir con sus preguntas:
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos,
dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer,
¿Qué más os pude ofender
para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron
qué privilegios tuvieron
que yo no gocé jamás.
Segismundo sigue hablando con la intención de señalarle a los cielos que los demás también pecan, y que, sin embargo, no se ven en la misma situación que él. Procede a enumerar los privilegios de que gozan las aves… los brutos… los peces… los arroyos, y manifiesta su indignación frente al hecho de que éstos tengan libertad, a pesar de tener menos cualidades que él. Lo interesante es notar que Segismundo no se refiere nunca a la condición de los otros hombres, sino que desciende a seres cada vez más abyectos… de las aves, que no poseen un alma, pasa a los brutos, que declara monstruos, cuyo instinto es cruel, y luego a los peces, seres sin albedrío, para terminar con los arroyos, que ni siquiera tienen la cualidad de la vida. Luego de reconocer todo esto, y hacérselo notar a los cielos, Segismundo concluye con un lamento más desesperado que el inicial:
En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera arrancar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón,
negar a los hombres sabe
privilegio tan süave,
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?
Y aquí llegamos a la curiosa zona liminal donde la intención integra al personaje, al actor, al director y al dramaturgo… si el hablar no es nunca inocente, las palabras son proyectiles que lanzamos en una dirección determinada, y con un objetivo específico, para provocar una reacción. En una clase sobre los Siglos de Oro escuché decir a un profesor que en las obras del Renacimiento, los personajes se dirigen a Dios, pero éste no responde, lo que sólo puede significar, o que no le importa, o que no existe. Y, sin embargo, La vida es sueño es un auto sacramental. Segismundo, parece, deja de hablar de los cielos para hablar sobre los cielos. ¿A quién le habla Segismundo? El compromiso del actor con el personaje y el público aparece dilucidado en la palabra intención: el actor es el encargado de transmitir al público lo que su personaje tiene que decir sobre la existencia humana. Segismundo ofrece una distinción nueva… por un lado, aparece Dios, que le ha dado a los «seres inferiores» libertad.. por otro, aparecen la ley, la justicia, el rigor… que se la niega a los hombres. La intención de Segismundo, deduzco, es reconocer que Dios no tiene culpa en su castigo, sino alguna otra cosa, que luego resulta ser el rey Basilio, su padre, que en su superstición decide encerrarlo en una torre desde su nacimiento para evitar el cumplimiento de una terrible profecía relativa al carácter indomeñable del príncipe. Pero la intención del actor, fusionada con la intención del dramaturgo, la traduzco de la siguiente manera: hacerle ver al público que, en la naturaleza, la libertad existe para todos los seres, garantizada por un Dios justo ¿que justificación puede tener el poder para arrebatársela a un ser humano? Visto de esta manera, el discurso de esta obra de la mocha y retrógrada España de los Siglos de Oro se vuelve incendiaria, y su religiosidad se torna peligrosa. Barroco… monarquía… el esplendor conviviendo con la miseria… y esa miseria no tiene razón de ser, es una terrible injusticia. Todos somos Segismundo, y no se trata de proponer una falsa identificación, común también en los actores, que quieren que todos los personajes hablen de sus problemas personales (cuando la desproporción es, a menudo, colosal): el Auto Sacramental es un género alegórico, y Segismundo representa al alma humana, contra quien la autoridad (el rey, el padre), comete una injusticia…
Hay algo sugerente, aún para un lector agnóstico como soy yo, en este teatro religioso que justifica a Dios y condena a la humanidad. Calderón condena al rey Basilio, que procede como una mujer que, recientemente, abortó a su hijo porque iba a nacer varón y «no podía traer a otro acosador al mundo». Pero Segismundo exalta las virtudes del ser humano, al reconocer que éste tiene un alma, conciencia, albedrío… aunque, posteriormente, indignado frente a la injusticia del rey, decide comportarse de manera violenta:
¿Qué tengo más que saber,
después de saber quién soy,
para mostrar desde hoy
mi soberbia y mi poder?
¿Qué es Segismundo? Puesto que se trata de un Auto Sacramental, de una alegoría y no de un drama psicológico del siglo XX, este ser de Segismundo no se limita a su condición de príncipe heredero de Polonia: Segismundo es el ser humano, el ser humano condenado a sufrir injusticias, el labrador español nacido bajo la tiranía del imperio, el judío nacido bajo la tiranía de Hitler. Y también es, desde luego, el príncipe heredero de Polonia, esto es, el ser humano heredero de Dios, heredero de este mundo, donde la libertad es otorgada a todos los seres. ¿No es la reacción de Segismundo al enterarse de su condición la que adopta el ser humano en general al enfrentarse a la injusticia de su estar en el mundo? ¿Por qué practicar el bien cuando se ha nacido en un mundo injusto y egoísta?
Prosiguiendo con un análisis específicamente actoral, Segismundo despierta de vuelta a la torre, y Clotaldo le dice:
Como habíamos hablado
de aquella águila, dormido,
tu sueño imperios han sido;
mas en sueños fuera bien
entonces honrar a quien
te crïó en tantos empeños,
Segismundo, que aun en sueños
no se pierde el hacer bien.
Y Segismundo se precipita al que es quizás el soliloquio más famoso de la literatura española:
Es verdad, pues, reprimamos
esta fiera fiera condición,
esta furia, esta ambición,
por si alguna vez soñamos.
Y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular
que el vivir sólo es soñar.
Nuevamente, pareciera, la intención del soliloquio debe ser la intención del actor frente al público… Calderón hace hablar a Segismundo para que el público entienda que debe estar de acuerdo con las a palabras de Clotaldo… Segismundo invita a la audiencia a que reprima el odio, el pesimismo que destroza los valores y nos lleva a cometer actos atroces justificados con la denuncia de la maldad que existe en la sociedad. Esa maldad, concluye Segismundo, es un sueño, pues la realidad es la libertad… aunque también el horror de la muerte.
No ha terminado aquí el aprendizaje de Segismundo: su actitud serena sigue siendo desesperada; decide no acometer ya ninguna acción y se niega a encabezar el ejército para salvar a Polonia… si no existen sino ilusiones, si todo se encamina a la muerte, las acciones de los hombres no valen la pena, nada va a cambiar. Pero, finalmente, decide hacerlo, a pesar de reconocer esta verdad esencial sobre la condición humana, pues la acción del se humano es la única real, siendo el soñador el único que permanece él mismo aunque cambien los suelos. Y es que, como dice Dumbledore, si la vida es sueño, ¿por qué demonios significaría eso que no es real?
Autor: Ángel Antonio de León Actor, director, dramaturgo. Escritor aficionado, amante de la belleza y el psicoanálisis; freudiano convencido y apasionado. Estudiante de la carrera en Literatura Dramática y Teatro en la UNAM. |