En principio consideré desarrollar un comentario al texto de Heriberto Yépez titulado La poética de la contra-insurgencia mexicana. Esto por el espasmo que me generó la aguda visión de una crítica genuina, pero sobre todo, por los dos conceptos principales de que se vale para escudriñar la obra de Tedi López Mills. Me refiero a los conceptos de “elusión” y “poesía-botox” –éste último obtenido de Felipe Fabre–. Explico brevemente. El primero responde a la omisión del “ruido” en los textos poéticos. Ruido entendido como la referencia directa a las luchas de clases, clases bajas, denuncias, populismos, y todo aquello que no corresponda a la visión aristócrata de la poesía mexicana oficial. El segundo, responde a la adopción de estilos extranjeros – principalmente americanos– por parte de autores nacidos en los años cincuenta y sesenta. Estilos inyectados en libros publicados en la década de los noventa y que pretenden renovar, engañar, con un aire nuevo, realmente ya caduco. A este juego engañoso lo denomina neoconservadurismo, del que se deriva la poesía neoconservadora.
Dicha fórmula, según Yépez, tiene encapsulada la creación poética nacional (oficial). Semejante a los productos norteamericanos que habrán de llegar en uno o dos años este país tercermundista, la nueva poética llegó con cuarenta años de retraso y por mala imitación, de mano de aristócratas mentirosos, posmos, corruptos, teintañeros, cincuentones.
Bien. Consideré, pues, en primera instancia comentar este texto, pero al releerlo no pocas veces, se advierte que Yépez consume su genial mirada, la entraña conceptual y las valiosas nociones con que parte en denunciar la inhumanidad y ultraortodoxía de Mills et altera. Y parecía que la cosa quedaba en eso. Sin embargo, al poco tiempo, inquiriendo en su borderdestroyer, buscando respuesta a todas las interrogantes que deja al aire por su pérdida de tiempo en reproches, esperanzado en que quizá sí se tomó el tiempo, en otro espacio, en otro texto, para responder qué y a dónde y cómo con sus nociones poéticas que parece, bien desarrollas, no carecerían de exactitud, me encontré con Notas sobre post-experimentalismo, un cuestionario que respondió para un suplemento. Cuestionario publicado con burlas hacia su persona, según dice, por parte de Raciel Quirino.
Dedicaré entonces, lo que reste de texto, a cuestionar algunas afirmaciones; algunas nociones que Yépez declaró en aquella entrevista.
Creo que en la creación poética contemporánea, oficial y no, permea una especie de letargo, algo que en la entrevista Yépez llama “falta de entrega al espíritu poético”. Y creo que desde aquí todo se pronuncia. Quiero cuestionar sus declaraciones porque me interesa abrir discusión al respecto; porque la crítica debe cimbrar las nociones establecidas y producir genuinamente el cambio que no es posible por el artificio.
La primera afirmación deviene de la idea kunderiana del cese creativo. “Periodos en que la poesía y la novela cesan”. Bien. ¿La Poesía con mayúsculas ha cesado? ¿Cuál es la evidencia que se tiene de ello? ¿Es que ya no hay grandes figuras como Velarde, Reyes, Gorostiza, Paz? ¿La corriente poética no es una creación de la misma élite? Lastimoso es que esa élite –que nunca ha de faltar– sea hasta ahora incapaz (y ahora más que nunca) de generar textos de calidad; y que la carencia de dedicación al texto sea directamente proporcional al comercial de sí mismo, al amiguismo, y a la corrupción.
Heriberto Yépez afirma que se debe al orden neoliberal que nos hace desear la actualización constante de textos, en los escaparates, en nuestra biblioteca, a costa de la calidad. Esta razón no tiene ahora ningún peso. Es un tópico a seguir. Una vía rápida por medio de la que se culpa a un sistema económico. El problema no es de entraña económica, sino político estética. Y debe ser así, de otro modo, su propuesta final se derrumbaría. Cada texto en que aborda la crítica poética está dirigido por dos vías, la teórica y la política. No siempre bien logradas en conjunto. La política es un hilo periférico que va respondiendo al fin de cada irregularidad teórica.
Ahora yo pregunto: En favor del texto ¿habré de esperar a que se muera el poeta para que la obra adquiera las dotes necesarias? ¿Tendremos que ensalzar al mal poeta por viejo? ¿Continuaremos en esa mediocridad? Porque hay que decirlo con todas sus letras: la mayoría de los poetas en senectud siguen siendo igual de malos que hace sesenta años, cuando comenzaron a escribir. Pero ahora les recubre un aura de supuesta erudición. El poeta mexicano construye las bases para su muerte. Toda la obra infértil que es su escritura se contrarresta con la ficción que crea de sí. Esa es su verdadera obra: lo que de sí dice a los demás y que a nadie interesa. Los entendidos provenientes de Paz ¿no son los mismos legados por el Ateneo de la Juventud? ¿Cuál es el compromiso del que se habla? El legado de Paz es el legado de la propia ficción; del hacerse a sí mismo antes que al texto. El gobierno ad hominem. Esperar que el texto sea bueno por una serie de recursos desconocidos. Cuando un texto gana un premio, suponiendo por lógica que sencillamente no todos los resultados son corruptos ¿no es el mismo jurado en conclave el que determina los criterios, desconocidos la mayoría de las ocasiones? ¿No es así en cada nueva antología? Antólogas es disgregar como reconocer.
Yépez por fin se atreve a sugerir que Eagleton podría tener una buena aportación respecto del estilo. ¿El camino es salvar a la poesía del paradigma estilístico caduco? ¿Salvarla del bótox? ¿La poesía es estilo? Si habla de Brecht, Neruda, Vallejo, Cortázar, Guillén, Barka, Oppen, Anzaldúa, pregunto ¿qué estilo hubo en Vallejo; en Neruda; en Brecht? Sugerir a un joven a sus veinte años que lea más allá de sus fronteras es correcto, pero no para actualizarse. La actualización es el principio del problema. – Y algo me sugiere incluso poner en duda tal resabio–.
Pero con cuerdo con su aportación final que resumiría en la certeza de que es posible salir del letargo poético a partir de la resistencia. La palabra, siempre en sus posibilidades, logrará el espíritu poético burlando la tendencia estética preponderante, sin referirme al medio. El lenguaje debe consumirse a sí mismo. Ningún poeta debería estar conforme con sus palabras. Ni debería estar a gusto fuera del ruido, es verdad.
La crítica de Yépez es de las pocas que se atreve a denunciar una carencia de todos conocida pero ignorada. El que critica de esa forma, en tanto que poseedor de certezas, será criticado indefectiblemente. La diversidad de textos genera en el lector (¿pasivo?) la duda de la calidad, y por lo tanto de su juicio. Me parece que aquí comienza el principio de elusión: en la ignorancia, la falta de criterio, la subjetividad, el temor que se convierte en altanería al no querer descubrirse como lo que es. Abrir la puerta a todo es despojarse de represalias. Pero al no denunciar lo denunciable; al no decir la verdad con la crítica honesta, el deber del falso crítico es fundamentar sus mentiras, con falsas estéticas.
Tenemos ya la referencia de la mal nombrada poesía de izquierda con Barka, Oppen, y no dejaría sin mencionar a Huerta, Max Rojas, Arguedas, Hölderlin, Bohórquez, De la Cruz y Hugo Gola. En fin, toda una cantidad aquí innecesaria de mencionar.
El poeta no sólo es el encargado de nombrar al mundo creando belleza, sino también es el responsable de denunciar con esa belleza su entorno, dando vueltas a una misma cosa, cantando y vuelto a cantar un mismo verso hasta encontrar la irregularidad de mundo.
Autor: Emiliano de la RosaEscritor de poesía. Fundador y Director General de la revista Primera Página. Ha publicado el libro de poemas «Flor y Espejo o Imagen de Julia» (Memorabilia, 2015) |