Esta entrevista se publicó originalmente en el Número 6 de Primera Página. La imagen que ilustra esta entrada fue la portada de dicho número, y es un homenaje al número 18 del Corno Emplumado, revista que fundó Sergio Mondragón.
PP: Primera Página
SM: Sergio Mondragón
PP: ¿Cómo percibe hoy sus primeros libros Yo soy el otro y El aprendiz de brujo a más de 50 y 40 años de su publicación respectivamente?
SM: Yo sigo pensando que los seres humanos tenemos un potencial maravilloso: que podemos ser otro, otro del que somos ahora, limitados y egoístas, toda esa serie de características que definen al ser humano común. Pero podemos ser otro. Me gustó esa frase abordada por Rimbaud y algunos otros poetas de esa camada de románticos y simbolistas. Yo la abordé pensando que puedo ser otro. Quizá eso puede definir lo que yo he hecho con mi trabajo poético: intentar llegar a ser otro. No solamente en la literatura, sino en lo humano. Y como la literatura, la poesía está íntimamente ligado a lo humano, de allí sale esa afirmación que da título al libro.
Por otro lado está El aprendiz de brujo, y ese título tiene una historia. Yo tenía amistad, como muchos otros poetas mexicanos en los años sesenta, con el poeta catalán Agustí Bartra, que era un refugiado de la guerra civil española. Él se dedicó a la literatura en cuerpo y alma, tradujo poetas extraordinarios al español, con lo cual nos hizo un servicio tremendo: conocemos a Apollinaire gracias a él, a William Blake, y a muchos otros. En las reuniones que teníamos en su casa le mostré mi libro y le pedí una opinión. A él le gustó y bueno eso fue para mí un espaldarazo muy bueno: que un poeta de ese calibre incluso echara lápiz a mi libro fue alentador. Sin embargo yo no tenía título para el libro, pero tenía un poema que se llama así, El aprendiz de brujo. Bartra me aconsejó titular así al poemario, me dijo con toda humildad: “Nosotros siempre somos aprendices de poetas. Además la poesía y la magia están muy ligadas.” Y a mí me pareció fantástico. Llevé el libro a la editorial Siglo XXI que estaba recién inaugurada y para mi sorpresa lo aceptó Arnaldo Orfila. A partir de allí empecé a navegar con más confianza.
PP: Hablemos ahora de El corno emplumado, proyecto que tuvo una gran importancia tanto a nivel nacional como internacional.
SM: A mí me sorprendió desde siempre la atención que prestaron los poetas al Corno Emplumado. Yo era estudiante de la Escuela de Periodismo, estudiaba allí también el poeta Homero Aridjis, él me invito a conocer al poeta Philip Lamantia, fui a verlo y con el tiempo empezamos a hacer unas lecturas de poesía con los poemas que escribíamos y se fue formando un grupo en el que surgió la idea de hacer una revista. Como en esas reuniones había poetas norteamericanos, entre ellos Margaret Randall, se pensó en hacerla bilingüe. No hicimos nada con miras a la trascendencia. Nosotros solo pensábamos en difundir lo que escribíamos. La idea gustó, el primer número y el segundo pegaron bastante fuerte. Con apoyo precisamente Arnaldo Orfila mandamos la revista a Sudamérica. Nos dio una lista de librerías sudamericanas y después poetas norteamericanos también nos proporcionaron direcciones de librerías en San Francisco y en Nueva York. Casi sin buscarlo se fue dando todo, cuando volvimos la mirada la revista ya estaba en librerías de toda América y Estados Unidos. Todo esto implicaba un orden y trabajo diario. Fue para esto muy importante el sentido de organización que tuvo Margaret Randall. Así, después de tres o cuatro números, ya estaba navegando prácticamente sola. Yo creo que la aportación de El corno emplumado no fue aislada, no era la única revista, había muchas otras, tanto en México como en países latinoamericanos, y por supuesto en Inglaterra y Estados Unidos. Poco a poco entablamos una comunicación con los poetas que tenían revistas alrededor del mundo y nos percatamos de que lo que estaba sucediendo era una renovación de la lengua. Los poetas ya no escribían como sus predecesores. Todo era parte de la ruptura que significo en tantos sentidos la década de los sesenta.
PP: ¿Cuáles son las intuiciones que Sergio Mondragón sigue en el proceso de escritura? ¿Éste ha cambiado con el paso de los años?
SM: Ese proceso acompaña a un proceso existencial. Estamos en este mundo para algo. Estamos aquí para descubrir el mundo, para leer su significado y para entender que hacemos en este medio. ¿Por qué, para qué? Yo todavía me sigo preguntando diariamente: ¿Por qué vivo? ¿Para qué? Esa fue la pregunta fundamental desde mis primeros libros y lo sigue siendo hasta hoy, por increíble que parezca. No tengo todavía una certeza. Lo que he escrito es parte de ese proceso para contestar esas preguntas y para intuir respuestas siempre parciales.
PP: ¿Para usted la poesía explica el mundo que no conocemos?
SM: Claro, al menos para el poeta, para quién escribe. Y a veces uno como lector también descubre cosas sobre sí mismo y sobre el mundo leyendo a otros poetas. A mí me ha pasado mucho con los poetas que desde mi criterio han tenido que ver con la evolución de la poesía. Yo he descubierto mucho leyendo al Arcipreste de Hita, a Gonzalo de Berceo, a San Juan de la Cruz, a Octavio Paz con su Cántaro Roto, a Juan Martínez con el poema Prendas de la palabra inaudita. Este tipo de poetas descubren el significado oculto de las cosas. Uno debe buscar siempre ese segundo nivel dónde yace un mensaje de la naturaleza.
PP: Hace poco se publicaron en la revista de la universidad unos poemas de usted, eso hace suponer que ha seguido escribiendo y publicando. ¿Es así? ¿Qué es actualmente de Sergio Mondragón?
SM: Por supuesto, sigo escribiendo y sigo experimentando. Es decir, sigo buscando el misterio que hay detrás de la escritura. Busco la forma en que pueda irse afinando lo que uno escribe para eliminar todo lo que les pueda estorbar a la expresión, al poema. Quiero dejar que el poema se exprese por sí mismo, cada vez con la menor participación de el que escribe. Que el poema sea cada vez más sincero, siento que estoy ahora mismo en ese proceso. Creo que lo que aspiro a decir está debajo de la paja. Estoy en el granero tratando de llegar a ese punto dónde ya la paja no interfiere con lo que aspiro a decir. No sé si lograré llegar a decirlo. Ni siquiera estoy seguro de saber que es en realidad lo que quiero decir. Estoy empezando. Así me siento. Como alguien que está empezando a ver qué pasa conmigo y con mi escritura.
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