Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo
L. V. Beethoven
Te propongo algo. Durante los próximos minutos, y mientras sigues leyendo lo que voy a pedirte, trata de mantener completo silencio.
Probablemente estés en tu recámara o en el salón de tu casa; quizás te encuentres viajando en el transporte público o esperando en la banca de algún parque. No importa dónde estés. Guarda silencio. Respira profundamente. Tan sólo escucha lo más atentamente que puedas.
¿Qué alcanzan a percibir tus oídos? Seguramente se escuchan las voces de las personas a tu alrededor, o la música que sale de la bocina del local de enfrente. ¿Ese es el ruido de la televisión? Escucha aún más atentamente. ¿Puedes escuchar el tic-tac del reloj que está colgado en la pared? ¿Qué tal el ruido del carro que acaba de cruzar por la avenida? Guarda total silencio, escucha cada detalle. ¿Eso que suena es un pájaro a lo lejos? ¿O es sólo el aire que está silbando a través de la rendija de la ventana entreabierta? Bien. Ahora concéntrate en los silencios. En tu propio silencio. Qué curioso suena el aire que exhalas en cada respiración, ¿no? Ahora parece que tu propia voz suena demasiado fuerte dentro de tu cabeza . ¿Y qué tal el sonido del latir de tu corazón?
¿Escuchas?
Según Flora Davis en su libro La contaminación no verbal, cerca del 85% de la atención que el ser humano tiene con respecto al mundo que lo rodea responde únicamente a los estímulos visuales. Culturalmente tendemos a ignorar la mayor parte de estímulos que podrían ser captados a través del resto de sentidos. Ya sea un aroma, un sabor, una sensación o un sonido, todos estos fenómenos son relegados por el incesante consumo de imágenes que domina la sociedad en la que vivimos, llevándonos a percibir solamente una quinta parte del mundo que nos rodea.
A sabiendas de esto, en la década de los sesenta, el compositor, escritor, pedagogo y ambientalista canadiense Murray Schafer comenzó a desarrollar una investigación acerca de los sonidos y un fenómeno estético al que llamó paisaje sonoro (soundscape).
Así como un paisaje visual conforma una imagen a través de los atractivos visuales de un entorno, el paisaje sonoro configura cierto lugar a través de sus sonidos. Sin embargo, existe una diferencia esencial entre estos dos tipos de paisajes que los pone en dos ámbitos muy diferentes. Mientras que el paisaje visual hace un retrato en el eje de lo espacial, el sonoro lo hace en el de lo temporal.
Un paisaje visual, ya sea una pintura, un dibujo o una fotografía, solamente puede plasmar una imagen estática. Por otro lado, en el paisaje auditivo se delimita una sucesión de imágenes sonoras, de eventos audibles, que logran desarrollar un sentido de temporalidad, dándole una nueva dimensión al retrato que pudiera hacerse de un entorno.
Hagamos un experimento. Reproduce el siguiente video, cierra los ojos, escucha lo más atentamente que puedas y trata de imaginar el lugar que está siendo retratado:
Recreemos el paisaje que se está escuchando. Una ambulancia. La sirena de algunas patrullas. Un motor arrancando. El canto de los grillos. El ruido de automóviles que aceleran a lo lejos. Algunos ladridos de perros que parecen provenir del interior de algún lugar. Ruidos de platos y vasos chocando. Una motocicleta que pasa en frente de nosotros. La fricción que produce el aire entre las hojas de los árboles.
La imagen que, al menos para mí, suscita el conjunto de estos sonidos es la de una de esas cafeterías que están en medio de la carretera, justo en donde los camioneros se detienen a cenar en medio de la madrugada. Seguramente el paisaje está retratado desde fuera del establecimiento, pero lo suficientemente cerca como para que se alcancen a escuchar los ruidos de las mesas. Los vehículos pasan enfrente de la carretera y se alcanzan a escuchar los ruidos del bosque que la rodean. Si estuviéramos viendo una película, seguramente el protagonista haya sido el que llegó en la motocicleta.
Dos minutos de audio bastan para configurar la totalidad de una escena, e incluso más allá. Se consigue crear una idea de movimiento y temporalidad gracias al carácter eventual de los sonidos. En propias palabras de Schafer, una de las virtudes más grandes del mundo sonoro es que cada una de estas entidades tiende al ‘suicidio’ irremediable. Con esto se refiere a que todo sonido es prácticamente único e irrepetible, ya que la conformación de una imagen sonora depende tanto del elemento emisor como del receptor, por lo que cada vez que un nuevo receptor perciba el paisaje sonoro generará una imagen completamente distinta. Un planteamiento muy similar al que desarrolla Saussure con respecto al signo lingüístico.
A través de esto es que el estudio y desarrollo de los paisajes sonoros han generado una nueva dimensión en torno a la manera en que se concibe una locación. El hecho de conservar a través de grabaciones el registro de cómo suena un lugar en determinado momento permite entender desde otro ángulo antropológico la cotidianidad de un entorno. Existen incluso mapas sonoros, tal y como el que desarrolló la Fonoteca Nacional de México, donde están alojadas una gran cantidad de grabaciones de paisajes sonoros asociados con la localización exacta dentro de un mapa.
Incluso la industria cinematográfica ha utilizado los paisajes sonoros como un recurso dentro de las bandas sonoras para ayudar a reforzar la intención que el director de la película pensó para cada una de las escenas. El impacto generado en el espectador puede llegar a ser completamente diferente dependiendo de cada uno de los sonidos que acompaña a las imágenes. Un paisaje sonoro puede transportarnos automáticamente a un ambiente de misterio, a uno de terror o a uno de tristeza gracias a la carga inconsciente que cada uno de los sonidos despierta en nuestra mente.
Por ello es que para investigadores como Schafer resulta tan maravilloso explorar todo aquello que comúnmente pasa inadvertido por el oído humano. A través del sonido, e incluso del silencio, es como podemos llegar a penetrar en una nueva realidad de lo que nos rodea. Existe todo un mundo que hemos aprendido a ignorar y que está al alcance de la mano. Sólo basta guardar silencio y escuchar cada sonido como si estuviéramos frente a una obra de arte.