Con la 91° entrega de los premios Óscar a escasos días de distancia, en el ambiente comienza a percibirse un particular aroma cinéfilo. El público amante del séptimo arte se arremolina en las salas de cine -o en sus sillones, a través de las plataformas de streaming– para en un vistazo de última hora ponerse al día con las películas nominadas al evento más grande del mundo cinematográfico.
En las discusiones ya se debate el trabajo de los directores, actores y fotógrafos que se encargaron de crear cada uno de los millones de fotogramas que lograron embelesar al público a lo largo del año. Ya están dispuestos los reflectores y la especulación gira en torno a los «premios gordos»: Mejor actriz y actor, mejor director y, claro, mejor película. Sin embargo, anda rondando por ahí también la premiación de una categoría que, en muestra de la más curiosa ironía, generalmente acude a la ceremonia de premiación envuelta en el más hondo silencio.
El premio a la mejor banda sonora original es una de las grandes categorías olvidadas dentro de la gala celebrada en el Dolby Theatre de Los Ángeles. Relegada incluso por el premio a la mejor canción original -la cual es presentada en vivo durante la ceremonia-, el galardón de la OST (Original Soundtrack) no sólo premia la creatividad del compositor al escribir música, sino también su habilidad para manufacturar un vínculo entre el lenguaje musical y el desarrollo visual de la película.
Este premio no sólo reconoce a las mejores composiciones musicales, sino a aquellas que logran potenciar de mejor forma el efecto dramático de la cinta, sin importar cuál sea éste. Justo por esta razón es que a lo largo de la historia el premio ha cambiado de nombre múltiples veces, ya que a través de las décadas se han modificado los parámetros que podrían poner en la misma categoría la música de una película de terror y la de una comedia romántica.
Dentro de una banda sonora pueden estar integrados una cantidad enorme de elementos. Las OST pueden conformarse por canciones, obras intrumentales, composiciones ambientales y de música incidental, todas ellas ejecutadas ya sea por orquesta, instrumentos solistas o voces humanas, eso sin contar el empleo de múltiples recursos de producción sonora, diálogos, silencios y efectos de sonido, que también están establecidos dentro del score del compositor.
En su conjunto, todo ese material auditivo debe estar funcionando en una sincronía total con la imagen que se está proyectando en pantalla, y ahí es en donde mejor puede medirse la capacidad de un compositor que se especializa en la música cinematográfica. El ritmo, el color, la fuerza, la velocidad, cada pequeño aspecto de la imagen y el sonido debe acompasarse para que al final de la función el espectador salga de la sala tarareando el tema de la película.
Pues bien, dentro de las películas de este año han sido nominadas tres propuestas que exploran desde diferentes y muy distantes ángulos las posibilidades que puede ofrecer una buena banda sonora:
- Black Panther (Ludwig Goransson)
El compositor y productor sueco -ganador del Grammy entregado a ‘Canción del año’ por su colaboración en «This is America»- presenta todo un desarrollo y una propuesta de innovación en torno a la música africana. Tomando como punto de partida la sonoridad de una gran cantidad de instrumentos de percusión senegaleses, recrea los paisajes de Wakanda a través de la fusión de los icónicos tambores parlantes con la instrumentación típica de una orquesta sinfónica, incluyendo un uso de coros que recuerda mucho al estilo empleado por John Williams en sus bandas sonoras.
2. BlacKkKlansman (Terence Blanchard)
El trompetista de Nueva Orleans presenta una banda sonora tan dinámica e ingeniosa como la película a la que acompaña. Mezclando marchas de banda escolar estadounidesde con música jazz al mejor estilo de las Big band, el característico ritmo del neo bop parece ser el motor musical de la historia de un detective negro que se infiltra en las filas del Ku Klux Klan.
3. If Beale Street Could Talk (Nicholas Britell)
El compositor y pianista Nicholas Britell acompaña esta historia dramática sobre un crimen no cometido y un amor forzado a la separación apelando a la sensibilidad del espectador con la composición de una banda sonora escrita casi en su totalidad para orquesta de cuerdas. La alternancia entre la dotación de cuerdas y una emergente sección de metales carga el ambiente sonoro de esas dos entidades que luchan por el reencuentro. El tempo lento de la mayoría de las piezas va conduciendo poco a poco el ritmo de la película y el carácter melancólico inunda la atmósfera con un genial desarrollo del tema amoroso dentro de la música.