En Volver, bondadoso melodrama de Pedro Almodóvar, los personajes se piden perdón muchas veces. Puede ser resultado de una crianza particular hacia las mujeres, que enfatiza la culpa y el reproche. Puede ser que, como su director, estas mujeres reconocen la importancia de las palabras y los gestos de alivio, y que un perdón, a modo de reencuentro o película, puede solucionarlo todo, o al menos hacer el intento. Para Pedro Almodóvar, filmar a las mujeres es filmar su propia realidad: pueblitos donde el día se pasa lento y los fantasmas transitan como cosa de todos los días; conflictos igual de saturados que los colores en la pantalla; dramas cotidianos que se hacen enormes con el tiempo; algún crimen reprimido y otro crimen que saca a la luz al primero; mucha lágrima y alguna que otra sonrisa. Fiel a su estilo, Pedro lo entrega todo: muchas historias en una sola, dramones y giros que sólo veríamos en una novela rosa, y muchísima compasión —y alguito de picardía— con las mujeres que filma, las cuales, sin saberlo, son su única fuente de inspiración.