Ver un documental como Hasta lo dientes es golpearse con la realidad mexicana de la manera más agresiva y desesperanzadora. Acostumbrados a navegar por constantes recordatorios de nuestro inestable modo de vida —en el que somos amenazados diariamente por las deficiencias de un país como el nuestro—, sentarse en una sala de cine y ser testigos de una desgracia ocasionada por esos mismos problemas es la forma más efectiva de despertar, aunque sea brevemente, de nuestro letargo. Un letargo ocasionado, quizá, por la sobredosis que todos tenemos de capos, sicarios, asesinados y desaparecidos… una dosis que obtenemos todos los días.
El cine documental mexicano más emblemático de este siglo parece contar los relatos que las cintas más distribuidas nacionalmente—comedias con protagonistas de telenovelas y fantasías europeizadas— no quieren tocar y el resultado de su valentía se cristaliza en obras que además de tener un valor artístico infinitamente mayor, se vuelven armas del activismo contra la normalización de la violencia y la impunidad.