El agua comienza su regreso a la tierra en primavera. Tiernos ríos delgados, como hilos tirados de una tela, desnudan los montes de su nieve. Se ensanchan con su sangre incolora que acelera lentamente su pulso. Nubes se destensan sobre la superficie y la caricia del sol a la tierra les devuelve el aliento. Pulmones de lagos se inflan con líquido y cascadas rompen su mutismo con tenue murmuro. En el jardín, las flores se dilatan en su recobrado rubor. El agua, como hechizada, cobra vida en sus recorridos, es dotada de voluntad casi humana. El hechicero es un hombre delgado de ojos rasgados y casco de cabello lacio, un compositor japonés llamado Tōru Takemitsu.