El primer muro que se erigió trajo consigo la frescura de la sombra. La briza trazó nuevas danzas que le rodeaban. Me vi reflejado en él y en su altura. Nuevos muros le siguieron, planicies verticales de colores vivos, y pronto el susurro de las serpientes se desvaneció en inocuos lazos de luz sobre la piedra y, de lo que antes era el espacio infinito, emergió un patio amurallado. El agua encuentra su camino entre los peldaños de ladrillo, y dentro de las vasijas su gorgoteo renueva el tiempo inmóvil. Entonces, el verde atemporal visita el patio y lo transforma en su jardín: dibujos de vida colgando en racimos por los bordes del refugio personal que ha sido construido como albergue de toda emoción.