Ilustración de Aimeé Cervantes Flores
El ser humano ha sido definido, desde tiempos clásicos, como un ser racional. Se ha dicho, así, que su particularidad y la principal característica que lo diferencia de cualquier otra especie es su capacidad de regirse bajo la luz de la razón. Walter Fisher, académico estadounidense del siglo pasado, se opuso en cierta medida a esta idea, que denominó “paradigma racional”. Fisher planteaba, bajo lo que se conoce como “teoría narrativa” o “paradigma narrativo”, que las personas somos, antes que nada, seres formados por relatos, por historias, por palabras. Todos somos creadores y narradores de cuentos, de reflexiones; éstos constituyen una de las formas de comunicación más antiguas y universales. Somos seres narrativos.
Esto tiene implicaciones inimaginables. Las palabras no sólo nos permiten relacionarnos con los otros, compartir, o conformarnos como personas –como afirmaba Fisher–. Las narraciones son parte fundamental de la memoria colectiva. La palabra escrita, por su parte, constituye una de las formas más lúcidas del recuerdo. “Sólo somos palabra” dice Víctor Cata en su fantástico libro. “Sólo somos memoria y recuerdo en la cabeza de los demás. Nos fijamos en la mente de los que tengan ganas de acordarse de nosotros”.